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Perder el tiempo

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"¡Oh, pereza, apiádate de nuestra larga miseria! ¡Oh, Pereza, madre de las artes y de las nobles virtudes, sé el bálsamo de las angustias humanas!" P. Lafargue,  "El derecho a la pereza" Hay días que... ah! (suspiro). Días en los que decís "Basta, por favor". Son esos días en los que las situaciones nos sobrepasan. Situaciones que nos caen encima sin haber hecho nada para que ocurran. No cometimos errores, no nos equivocamos, no olvidamos nada.  No hicimos nada mal, pero ahí está, eso que no nos deja en paz, eso que nos produce un agujero profundo en las mismísimas entrañas.  En esos días parece que todo está en nuestra contra, porque sí, porque está vez nos tocó. En todo eso pensaba el otro día mientras corría de un lado a otro tratando de hacerle frente a trámites imposibles, despersonalizados, absurdos. Durante todos esos días me estuve dedicando a la titánica tarea de reclamar/buscar/rastrear en oficinas públicas, una serie de papeles que necesito con

En la campana de vidrio

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"Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre y no quiero ser, jamás, una mosca aplastada bajo la campana de vidrio."                                                                                     Raúl González Tuñón Recorriendo mis notas, me doy cuenta de que hay una constante en casi todo lo que escribo, un cierto tema que atraviesa mi escritura, que va y vuelve, que gira para un lado y para el otro, que se va un rato pero siempre regresa. Desde hace un año y pico, exactamente desde el regreso gradual a la vida antes de la pandemia, mis textos abundan en quejas, en reclamos y en lamentos por lo que no es. Y también en deseos, claro, siempre deseos de que el mundo sea otro. Estoy harta. Y no soy la única. En las escuelas se siente y se respira un hartazgo infinito. Este hartazgo que viene de años de bronca y de cansancio. Hartazgo de que todo siga igual o peor que antes de la pandemia. Volvimos como si nada hubiera ocurrido; volvimos a escuelas deterioradas, sucias

El tiempo y la palabra

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  Un día como cualquier otro. Las voces de la radio me acompañan mientras p ico morrón sobre la tabla. Después arrojo los trozos en la sartén, junto con el verdeo y mientras muevo la espátula, veo cómo el rojo y el verde se entremezclan y cómo van cambiando de consistencia y de tonalidad. Me gusta cocinar. Descubrimiento de pandemia. Levanto la vista y miro por la ventana. Es un día precioso, uno de esos días perfectos que trae el comienzo del otoño: soleado, cálido y fresco. Todos en casa estamos ocupados, cada uno en su actividad. De a ratos nos cruzamos, nos miramos, nos comentamos algo, nos sonreímos. Y después cada uno sigue en lo suyo. Nada más. Es todo y es suficiente. Porque en este preciso momento tengo la absoluta certeza de que este es un instante feliz. Un momento simple, efímero, leve. Felicidad. En general así suele ser para mí la felicidad. Un mate, una charla, una comida rica, un buen libro o una buena peli, un abrazo, risas cómplices. No me atrevería a exten