Perder el tiempo
Hay días que... ah! (suspiro).
Días en los que decís "Basta, por favor".
Son esos días en los que las situaciones nos sobrepasan. Situaciones que nos caen encima sin haber hecho nada para que ocurran. No cometimos errores, no nos equivocamos, no olvidamos nada.
No hicimos nada mal, pero ahí está, eso que no nos deja en paz, eso que nos produce un agujero profundo en las mismísimas entrañas.
En esos días parece que todo está en nuestra contra, porque sí, porque está vez nos tocó.
En todo eso pensaba el otro día mientras corría de un lado a otro tratando de hacerle frente a trámites imposibles, despersonalizados, absurdos.
Durante todos esos días me estuve dedicando a la titánica tarea de reclamar/buscar/rastrear en oficinas públicas, una serie de papeles que necesito con cierta urgencia. Correos que nadie responde y conversaciones con empleados que me compadecen, pero nadie me dice qué hacer y dónde buscar. En el ir y venir me cruzo con personas que están en la misma búsqueda, me cuentan sus experiencias, me aconsejan. Somos todos obedientes, sumisos. No queda otra. Para llegar al final del camino y encontrar la puerta, tenemos que seguir caminando.
Esos trámites son extenuantes y ni siquiera tengo la certeza de que esos papeles que busco, existan. Lo que sí sé es que si todo funcionara correctamente, ni yo ni nadie tendría que buscar nada.
En fin, los problemas se acumulan. Una tarde de esas vuelvo de trabajar y me encuentro con un volquete inmenso y lleno de escombros en el medio de mi vereda. A la mañana siguiente rebalsa de basura olorosa. Al parecer, algún vecino está haciendo arreglos pero consideró que el volquete en su vereda era incómodo y feo, así que lo puso en la mía. Por la tarde, de regreso a casa, y después de haber buscado el teléfono de la empresa en internet, y de haber pedido/exigido/suplicado que retiraran el bicho gigante, compruebo que, obviamente, quedó el cordón destruido.
Pasan varios días y crece la angustia y crece la rabia.
Esos sentimientos que hacen mal a la panza.
Y de pronto, en medio de esa angustia y de esa rabia, se me oocurre pensar por qué.
Por qué.
Por qué las cosas son así.
¿El azar me está jugando una mala pasada?
¿La casualidad se impuso una y otra vez?
¿O será que caí, una vez más, en el abismo abandónico del sistema?
¿Será?
¿Por qué será?
Esta despersonalización y esta burocracia infinita ¿por qué son? ¿de dónde salen? ¿Desidia? ¿Errores administrativos? ¿O decisión política?
¿Qué hay detrás de esas normas y reglamentos?
¿Quiénes deciden que esto sea así?
¿Quién decide que después de mis horas de trabajo, pierda el tiempo que me queda en estos agujeros sin fin?
Ir, venir, llamar, reclamar, juntar papeles, llevarlos a firmar.
Por si no me queda claro, por si no lo entendí, mi tiempo libre no es tan mío y tampoco es tan libre.
Yo creo que, efectivamente, estas cotidianeidades que hemos aprendido a naturalizar, son ni más ni menos que los inmensos tentáculos del monstruo.
Nos tienen de acá para allá, nos envuelven, nos distraen y nos cansan.
Y si no logramos resolver nuestro problema, pues, ha de ser porque nos rendimos muy pronto, porque no teníamos los papeles en orden, porque no cumplimos los pasos requeridos.
Qué solos estamos en estas situaciones tan cotidianas.
Solos,
. impotentes,
. desprotegidos.
De pronto nada funciona.
Cuál es el costo
físico,
emocional,
económico,
de tantos maltratos.
Esa impotencia que sentimos cuando las cosas no salen.
No sos vos, no soy yo, es el capitalismo.
Cada vez tenemos que intentar sobrevivir a heridas menos visibles y más certeras. Hablo de enfermedades emocionales y físicas.
"Son los nervios" decimos. Pero no decimos todo. O no lo sabemos.
Supongo que esta crisis, este "darme cuenta" es un efecto colateral de la pandemia. Supongo que es un efecto de los buenos, de los que valen la pena, porque de pronto no puedo evitar cuestionarme todo. Las horas de trabajo, las horas de trámites. Cumplir cumplir cumplir.
He escrito mucho al respecto.
No quería volver a subir al zamba.
No quería dar más de lo que ya di.
Las horas que le entregamos al sistema, al mercado, al capital, las horas que entregamos no vuelven.
Me parece que hoy la disputa es por el tiempo.
Quizás siempre fue así. Antaño era la lucha por menos horas de trabajo, por más tiempo de descanso y de esparcimiento. Por eso fue vital la creación de espacios de encuentro. Clubes de barrio, sociedades de fomento, bibliotecas populares. Lugares para sociabilizar, para jugar, para crear, para aprender después del trabajo.
Esas instituciones, las que hoy sobreviven, son espacios de resistencia frente al ritmo vertiginoso que nos desencuentra.
¿Cómo retener nuestro tiempo en esta locura pos pandemia, ahora que el vértigo se siente tan fuerte?
Para cerrar con algo más que quejas, les dejo un pequeño listado en el que menciono algunas cosas importantes que, pese a todas las complicaciones que tuve, realicé en estos días:
Mirar como crecen las plantas de tomate.
Leer un capítulo de un libro a mi hijo por la noche.
Poner música fuerte y bailar, y si es posible cantar.
Abrazarme a amigas.
Mirar una serie vieja tomando mate.
Ir a la plaza con mi hijo y en el camino encontrar una mariposa abatida, ayudarla entre los dos a emprender el vuelo nuevamente.
Defender el ocio, defenderlo del trabajo sobreexplotado, defenderlo de los mandatos y de la burocracia lenta y oxidada.
Defender lo que es nuestro por derecho.
La disputa es por el tiempo.
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Quiero tiempo pero tiempo no apurado decía la bella Maria Elena. Tiempo para usarlo en cosas con sentido y no para tapar agujeros de otros, no?
ResponderBorrarExacto! Es por ahí!
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