El vulgar irreverente

 "Se acabó,
  El sol nos dice que llegó el final,
  Por una noche se olvidó
  Que cada uno es cada cual."
                            "Fiesta", Joan Manuel Serrats


Hace unos días, uno de los diarios mas importantes del país decía que Messi "había dejado salir al hombre vulgar". Ese titular ponía en claro dos cuestiones. La primera (que ya la sabíamos pero qué interesante es leerlo de manera tan evidente) es la mirada despectiva que este medio y su público lector tienen sobre la cultura popular. La segunda (que se relaciona directamente con la primera y que de alguna forma confirma nuestra sospecha) es que si ellos lo cuestionan, nosotros sabemos que está muy bien que lo festejemos. Porque ellos y nosotros siempre estaremos en lugares diametralmente opuestos.

Ahora bien, concretamente ¿qué es lo que nos resultó tan divertido, tan genial en esa frase "andá bobo, andá pa' ya"? Esa frase que es toda calentura, que fue dicha como si no hubiera micrófono ni cámara ni un mundo atento mirando quién dice qué. 

Yo creo que nos fascinó la irreverencia. Ese mínimo instante en el que todo el poder económico que se produce en torno al fútbol no alcanzó para frenar la guapeda, el arrebato. 

El poder de quienes manejan el fútbol, ya lo vimos, está por encima de todo. No los paraliza el covid ni la violencia de género. No es importante si el país sede de un mundial esta gobernado por una dictadura militar que secuestra y tortura, o por una monarquía que le quita sus derechos a las mujeres.

Nada importa.

El fútbol es así.

La FIFA es así.

Pero una vez cada cuatro años, ese inmenso pulpo nos propone jugar. Jugamos todos, los deportistas y los que hinchamos. Jugamos con la premisa de que, por lo que dure el juego, todos los equipos serán iguales. No es cierto, claro, es un juego nada más y empieza con las eliminatorias. Las reglas dicen que cualquier país que participe puede quedar seleccionado, siempre y cuando se esfuerce, o tenga mucha suerte. Aunque ya sabemos que no todo depende del esfuerzo o de la suerte, porque hay realidades y realidades. Pero ese es otro tema.

En este punto, el mecanismo con el que se desarrolla el negocio del fútbol es una representación impecable de cómo funciona toda la estructura capitalista. En literatura a estas construcciones se las llama "myse en abyme". Se trata de una construcción que está dentro de otra y que representa, sintetiza, explica, a la estructura que la contiene.

Así funciona el fútbol mundial.

Es la gran invitación al juego.

En los mundiales jugamos a que todos somos parte de lo mismo.

Los países del primer mundo y los del tercer mundo. Los países de todos los mundos. Todos jugamos.

No solo eso. Dentro de los caprichosos límites que nos reúnen en esto que hemos denominado patria, la cosa sigue igual. Explotados y explotadores, derechas e izquierdas, ricos y pobres; todos parece que nos encontramos en el grito, en el aliento, en los nervios y por supuesto, en el festejo.

En general, sabemos que es una fantasía. Pero compramos, por unos meses cada cuatro años, compramos.

Porque nos da alegría, por eso compramos.

Pero sabemos.

Sabemos.

Sabemos que cuando termine el mundial volveremos a nuestras vidas, cada cual a lo suyo.

Así funciona el juego.

Pero hoy, en un mundial, frente a los periodistas y ante la mirada del mundo, un jugador rompió el encanto y le dijo "bobo" a un bobo, y lo increpó "¿Qué mirás?" le dijo, "andá pa'ya".

 El desacato.

Como alguna vez lo hizo el otro gran jugador del mundo, aquel Diego que denunciaba, que no se callaba. Aquel Diego que también se mandó tantas que me cuesta recordarlo con cariño, pese a los goles y a su irreverencia.

Nuestro hombre, igual que aquel, rompió las reglas. Cansado de ser verdugueado, increpó al otro que estaba fuera de cámara y para que todos lo vieran, le puso los puntos en vivo y en directo.

Me dirán que el desacatado gana fortuna. Y sí, ya lo sé, nadie debería ganar fortuna. Ningún futbolista debería ganar más que otros trabajadores. Pero ya lo dijimos, así es el capitalismo y por eso hay que destruirlo.

Me dirán también que su desacato le hace cosquillas al poder. Es cierto. Pero también es cierto que un diario, vocero de ese poder, se apresuró para dejar claro su desacuerdo y su infinita distancia con el desacatado.

Mientras tanto, en la cancha, once tipos corren de un lado a otro persiguiendo una pelota y nosotros, como en una buena película, vamos con ellos, persiguiéndola también, fantaseando con que a lo mejor esta vez, quizás nos toque ganar junto a ellos.


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