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El maltratador

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Hace mucho tiempo trabajé en una escuela privada, en la que, durante tres años, di el taller de periodismo radial y el taller de periodismo televisivo. El día que entré a la escuela por primera vez y tuve la entrevista, me recibieron con los brazos abiertos. Por un lado yo contaba con mi título de Periodista recibida en TEA; más los títulos de Profesora y Licenciada en Letras de la UBA, todo eso me otorgaba cierto prestigio y, sinceramente, me enorgullecía. Hasta ese momento yo había trabajado algunos años como profesora de lengua y literatura en escuelas públicas y además había realizado alguna breve experiencia en el mundo del periodismo. Pero esta era la primera vez que podía conjugar en una misma actividad mis dos pasiones: el periodismo y la docencia.  Y sí, claro, estaba feliz. Unos días antes de empezar a trabajar me presentaron a mi colega, quién enseñaría a otro grupo la parte técnica: cámaras, consola, etc. Ambos, me explicaron, cada uno en su espacio, debíamos ser una su...

Historia de zapatos

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Hace muchos, muchos años atrás tuve un par de zapatos. Uno solo. En esa época no tenía un mango y comprarlo fue todo un esfuerzo. Lo compré el día que me recibí de periodista en TEA. Un lindo par de zapatos de nobuck negros y con tacos altos y cuadrados.  Mi tía me había regalado la ropa para la entrega de diplomas, ropa sastre: una bermuda azul de vestir, un blazer de mangas cortas y una blusa negra.  Así que yo me compré mis zapatitos negros. Desde entonces podría decir que esa ropa, con alguna que otra combinación, y ese par de zapatos, durante años fueron mi única ropa de salir. Pero claro, con el tiempo la ropa se gastó, mi cuerpo cambió y la ropa pasó a nuevas manos.   Pero los zapatos no. Los usaba para todo: Para ir a trabajar, para salir. Tanto los usaba, a tal punto, que uno de los zapatos, el derecho, tenía moldeada la forma de un callito en el dedo chiquito. Una vez a uno se le rompió el taco. Otra vez, se volvió a romper el taco. Varias veces terminé sen...

El barrio, el mundo

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De chica viví en un barrio bonito, de casas bajas y poco tránsito, donde todos nos conocíamos. En ese barrio las veredas y las calles eran para nosotros y nosotras como parques o plazas porque podíamos correr y jugar. De muy chicos jugabámos a la escondida y podíamos ocultarnos en cualquier patio delantero de cualquier casa de la manzana. En las noches de verano los vecinos y las vecinas sacaban sus sillitas a la puerta y conversaban unos con otros. Y ahí iba mi papá, a la esquina, a reunirse con los hombres grandes, el Tata, Don Lirio, Don Gil. Y por allá en el medio de la calle, mi hermana y yo, junto a mis vecinas, Laura y Andrea, disfrutábamos de la noche de calor andando en patines. Para un lado, para el otro, ida y vuelta, de una esquina a la otra.  "¡Auto!" gritaba alguien y nos íbamos para el cordón hasta que el auto en cuestión terminara de pasar. Frente a mi casa había un gran depósito mayorista, lo de "Toto" se llamaba, o quizás sólo le decían, en honor a...

Lo que todos merecemos

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Hace un par de semanas, poco antes de terminar las vacaciones de invierno (perdón, receso escolar) empecé con un cuadro de alergia muy fuerte, que todavía me dura un poco. Brazos, piernas y torso, repletos de un sarpullido continuo y molesto. Me angustié, me preocupé, me enojé. Después fui a la dermatóloga y me dio una dieta super estricta, un jabón especial y de a poco la piel empezó a mejorar. Cuando pasó el temor, empecé a pensar, más allá de la explicación médica, cuál era la razón más profunda por la que me broté. Porque sí, yo me broté literalmente y también metafóricamente. La respuesta llegó rápida, estaba ahí, a la vista: no quería volver a la escuela. No quería volver y entonces me broté. Así fue. Yo sabía que no quería volver. Lo sabía por la sensación de angustia, lo sabía porque me invadía una especie de desolación. Pero no lo quería poner en palabras. Sabía, también, que lo que me pasaba no tenía que ver con pereza, ni con desinterés ¿Por qué no quería volver a mi trabajo...

Lecturas fantásticas

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Clase de quinto año. Estamos viendo literatura fantástica, uno de mis temas favoritos.  Sin dudas los buenos cuentos fantásticos son aquellos que te hacen perder la razón.  Los buenos cuentos fantásticos te hacen dudar, te sublevan. Los buenos cuentos fantásticos te revelan contra el orden de las cosas.  Tiempos y espacios se confunden, se entrelazan; las almas migran en busca de otros cuerpos; los órdenes se invierten. Arriba es abajo, la vida y la muerte son casi lo mismo. Y todo eso pasa justamente cuando leés un cuento de Cortázar. Así que arrancamos primero con "La noche boca arriba", uno de los relatos más perfectos que conozco. Un viaje  iniciático al centro mismo de los sueños. Sueños que se transforman en pesadillas que se transforman en realidades que se transforman en sueños y así al infinito. Ellos leen, yo los espío mientras leen. Algunos se concentran más, otros menos.  Llegan al final y la incertidumbre les pesa. Demasiadas puertas abiertas, pocas...

Pesaj y los judíos

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Soy judía. Ser judía es una certeza.  Con Grachu crecimos en en un hogar judío y aprendimos, básicamente, que todos los seres humanos somos iguales porque, paradójicamente, todos tenemos nuestras diferencias. La verdad es que ser judía nunca fue un tema central en mi vida, sino más bien parte natural de mi ser. No tuve grandes conflictos al respecto.  Sin embargo, hay que decirlo, en distintas momentos de la vida me fui encontrando con algunas situaciones a veces difíciles, tensas y hasta complicadas. Desde aquella persona que se sorprende y te dice que "¡No parecés judía!" porque aparentemente no cumplís con vaya a saberse que absurdos estereotipos. O el otro que espera que seas muy amarreta, o una gran comerciante "porque todo eso está en los genes", como si los genes pudieran determinar nuestro nivel de miserabilidad. También está el que se enoja por cosas de más allá "¡Ustedes mataron a Cristo!" o cosas de más acá: "¡Ustedes están matando gente en...

Arde Notre Dame

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 Notre Dame arde.  Qué frase perfecta, dramática, cuánta fuerza posee! Notre Dame arde y los pensamientos fluyen. Años de historia desaparecen. Sí, también en Siria, o en Palestina. También fue así en América, cuando la conquista. El mundo material es caprichoso y absolutamente arbitrario. Objetos, construcciones, reliquias nacidas de las manos humanas son capaces de sobrevivir extensamente a sus creadores. Y sin embargo, un día cualquiera, de la nada, se destruyen y desaparecen con la misma fragilidad con la que fueron creadas. Cuando murió mi papá pensaba mucho en estas cuestiones. Mi papá era un tipo muy celoso (por no decir obsesivo) de sus pertenencias. Ya fuera el equipo de música o un libro, eran sus cosas y nadie podía acercarse a ellas. Cuando mi papá murió todos esos objetos quedaron por ahí, dando vueltas. Estaban huérfanos de dueño, se podían manipular, se podían tocar y había algo de irreverencia en todo eso, algo de violación a una privacidad que ya no tenía defe...