Esa violencia...


No es novedad, ya lo sé, la pandemia transformó nuestras vidas.

El mundo cotidiano, nuestros afectos, nuestras prioridades.
Todo se trastocó.

Desde que empezó la pandemia cada día termina con una cifra fatal, una  cifra más o menos alta de personas que ya no están. A veces esos números nos tocan de cerca, a veces está el nombre de algún conocido, a veces...

Desde que empezó la pandemia la muerte coquetea con nosotros, nos desafía, nos rodea.

Nos ponemos tapabocas, lavamos objetos, rociamos todo con alcohol, no nos tocamos.
Para escapar de la muerte y de su acoso.

Desde que empezó la pandemia muchísimas personas perdieron su trabajo.
Crecen y se reproducen por todas partes las manos que hacen changas, pizzas caseras, tejidos. Y se reproducen también las situaciones de depresión de quienes no pudieron con tanto peso.

Desde que empezó la pandemia las escuelas se convirtieron en propuestas de cartón. La educación pasó a ser una virtualidad mentirosa y rudimentaria, y más tarde una presencialidad, también mentirosa y rudimentaria.
Ahí están nuestros chicos, a los tumbos, encontrándonos a veces, cada quince días, o alguna semana por mes, en escuelas heladas, tratando de atrapar, de retener algo de lo que la pandemia les está robando.

Desde qué empezó la pandemia quedó expuesta la crueldad del sistema en el que vivimos, ese capitalismo más a menos salvaje, más o menos neoliberal, más o menos tercermundista, pero siempre siempre capitalismo.
Y si todos somos ríos que van a dar a la mar, como dice Manrique, el transcurrir de cada río es bien distinto. La vida.

Y entonces ese gesto desesperado del capital para retomar rápidamente el ritmo de producción y de consumo.
Ese gesto desesperado que define quién pudo quedarse en casa y quién tuvo que salir, quién tuvo acceso a la virtualidad y quién quedó aislado, quién pudo adaptarse y quién fue, una vez más, avasallado.

Para muchos (lo sé, para los que podemos) la pandemia puso en perspectiva algunas cuestiones que ya estaban en proceso.

En fin, desde que empezó la pandemia cambió también el ritmo, el externo y el interno.
En lo personal, bajé de un samba, ese juego que tanto me gustaba en la adolescencia. Bajé del samba y empecé a caminar, despacio, como sucede con esas caminatas sin tiempo que uno disfruta a veces, cuando está de vacaciones y logra abstraerse. Caminar ese tiempo fuera del mundo.

Por primera vez, después de años de vértigo y de corridas, de horarios estrictos, de estructuras rígidas y de disciplinamiento, en medio de todo eso digo, de pronto parar, caminar, mirar, sentir, respirar de otra manera.

Durante este tiempo dejé de comprar tanta comida procesada y aprendí a hacer algunos alimentos,  para mí y para mi familia.

Durante este tiempo aprendí a escuchar a mi cuerpo, a descansar más horas, a hacer gimnasia, a tomar mucho té y mucho mate mientras conversaba con mi familia.

Durante este tiempo salí muy muy poco, pero cuidé amorosanente a mis afectos en llamadas de conversaciones larguísimas.

Durante este tiempo descubrí cuánto disfruto preparar con amor una actividad para mis alumnos, una actividad con menos preguntas y con más creatividad.

También aprendí a no enojarme cuando no entregan las actividades, a preguntar cómo se sienten, o qué les estuvo pasando.

Durante este tiempo recuperé al fin el hábito de la lectura, de libros que tenía pendientes desde hace mucho tiempo, ese tiempo para abrir puertas y recorrer otros caminos.

Durante este tiempo volví a escribir, y mejor que eso, volví a recordar la enorme felicidad que me produce escribir.

Durante este tiempo pude animarme y por fin crear este blog, un proyecto largamente deseado, soñado, y postergado, por falta de tiempo, por desconocimiento pero sobre todo porque las prioridades de la rutina siempre eran otras.
También me animé a las mermeladas caseras, a grabar mi voz contando historias y a tantas otras cosas.

Pero ahora me dicen que vuelva a subir al samba y que me agarré fuerte para no caerme, porque nadie sabe cómo será está vez. Y yo no sé no sé si podría hacerlo, si podría volver a sostenerme en ese ritmo, en ese vértigo con la habilidad que lo hacía antes.
No quiero jugar más.

Ya no espero más que el día me rinda.

No quiero que me hablen del hábito del trabajo, de los vagos, del valor del esfuerzo y el placer de la recompensa.

No quiero ser más una resilente en este mundo.
Quiero ser feliz a veces, todas las veces que sea posible.

En este tiempo de parar y mirar, y mirarnos, pude reconocer algo de eso que sabía, pero nunca había tenido tiempo de percibir con el cuerpo.

La violencia.
La violencia del mundo hostil , esa violencia a la que estamos expuestos cada día de este mundo capitalista, patriarcal y expulsivo.

Subir por las mañanas a un colectivo abarrotado; llegar a trabajos en lugares descuidados; poner en juego permanente el cuerpo, las ideas y las emociones en espacios no deseados y en relaciones de poder que nos sujetan o que a veces ejercemos nosotros.

Todo eso es violento.

No parar.
No tener tiempo, tener que ser productivo, que los chicos no pierdan días de clase, que el dinero circule, que el mundo siga andando como sea.

Y definitivamente, esta pandemia, con sus números brutales al final de cada día, es el resultado de esa violencia, esa que como humanidad ejercemos contra la tierra y contra la vida.

Esa violencia es el capitalismo.

Estamos inmersos en una violencia social tan enorme que no podemos ni sentirla. Anestesiados.
Así nos quieren los que manejan el mundo. Anestesiados para ser útiles, funcionales.

No sé cómo se sigue.
No sé.
Pero sí sé, y está es una de las pocas cosas de las que estoy segura, que de esta salimos juntos pateando fuerte o no salimos.
Sé que si no es en conjunto será sólo un simulacro de rebeldía, una buena intención.

Quiero que ganemos, entre todos, el derecho a disfrutar nuestro tiempo en este mundo y nuestra alegría de estar vivos.




Comentarios

  1. Dentro de esa hostilidad , dentro de esa monotonía en la que me hallaba alguna vez caminando por los pasillos de la escuela que me permitió conocerte , te crucé , nos saludamos, cruzamos alguna sonrisa, y ahí respiré aliviada . Porque en el medio de todo eso que describís y que tanto también me representa , tenemos la luz de encontrarnos con seres que nos recuerdan , de un tirón , qué hay cositas por las que vale la pena seguir intentando.
    La lucha es colectiva, sin dudas . Y qué lindo tenerte en mi camino docente de algún u otro modo .

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    1. Lloro!!! Me pasa igual con vos, Dora. Encontrarnos es una luz para seguir andando.

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  2. Y quizás con algunas cosas estemos a tiempo, quizás con otras marcas, quizás con otras prisas...

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  3. La escuela (presencial o no) debería ser el lugar donde crear un tiempo lento , un espacio de condensación de experiencias, de reflexión, apartado del tiempo acelerado del estímulo permanente, del flujo de datos, la demanda de disponibilidad constante, etc,etc.

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  4. A veces lo logro... A veces sigo corriendo para sostener un mundo que ya no quiero vivir. Pero te arrastra...

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  5. Terrible y bello ambas cosas. La sensación de contradicción creo que fue uno de los sentimientos más sostenidos durante todo este tiempo. No sé si puedo parar... Y si, es necesario. Hablando de contradicciones cuando volvimos a esta presencialidad descuidada con lxs estudiantes, sus familias, nosotrxs y nuestras familias sentí miedo, pero al salir del aula también un poco de felicidad

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