Volver a soñar-nos

"Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor".

                     Salvador Allende

Hombre nuevo, personas nuevas

Hace unos meses, por invitación de una querida amiga, fui al teatro a ver "Yo soy mi propia mujer", la obra, interpretada maravillosamente por Julio Chávez, está inspirada en la vida de Charlotte von Mahlsdorf.

A lo largo de la obra conocemos parte la vida de Charlotte, que nació en Berlín siendo varón, aunque tempranamente se supo mujer. Era 1943 y se necesitaba mucho valor para defender su identidad, salir a las calles con atuendos femeninos, y enfrentarse al poder.

No fue fácil. Por eso la historia de Charlotte es la historia de una sobreviviente. Es, en definitiva, la historia de alguien que hizo todo lo que pudo para escaparle a la muerte. Eso incluye trampas, zancadillas y todo tipo de artilugios.

De eso trata la obra, del instinto de vida, del deseo de vivir. Sobrevivir primero a la ocupación nazi y luego al régimen comunista. 

Varias veces, a lo largo de la obra, se menciona al régimen comunista prácticamente al mismo nivel que el nazismo. Resulta ser que las políticas homofóbicas continuaron en el nuevo régimen comunista.

Quiero decir que para una persona formada en un hogar en el que el comunismo siempre fue el objetivo a alcanzar, enfrentar estas verdades es cuanto menos, chocante.

En mi casa y más tarde en los espacios de militancia que recorrí, siempre se reivindicaron los sistemas políticos que se habían erguido en la Unión Soviética, en Cuba y en la Alemania comunista.

El hombre nuevo, decíamos. A mí mamá le gustaba decir, en broma, que si había un hombre nuevo, ella era la mujer nueva. En el chiste, estaba clara la sutileza de que en esa frase "el hombre nuevo" no estaban representadas las mujeres y mucho menos las disidencias.

Pero igual se hablaba de un mundo diferente.

Una sociedad justa, igualitaria.

Hace un tiempo empecé a pensar un poco más en todo esto.

Cómo se desarrollaron los sistemas políticos en los países que se definían como comunistas.

Cómo planteaban las luchas de clase los dirigentes políticos.

Cómo soñaban ese mundo posible las organizaciones de izquierda.

En fin, digo que hace un tiempo empecé a pensar en los agujeros de esos mundos nuevos, a veces no tan nuevos.

Algunas cuestiones que entonces no me importaban, por desconocimiento, por ignorancia y porque no estaban siquiera problematizadas en las discusiones de nuestra militancia política. Algunas cuestiones, digo, me resultan necesarias y urgentes.

Porque ahora, con más experiencia, no puedo negar lo que ya sé, lo que vi y entendí.

¿Cuánta justicia e igualdad podemos construir en un sistema que reproduce las mismas problemáticas que el mundo capitalista al que se opone?


Hacer el juego

Cuando empecé a militar, las críticas a los países comunistas se hacían en voz baja, puertas adentro y con mucho cuidado. No había que despertar al monstruo, no había que hacerle el juego a la derecha. 

Nadie quería eso, por supuesto.

Los que habían viajado a los países socialistas y veían los agujeros, las hilachas, contaban poco y callaban mucho. Había que cumplir con el compromiso con la causa, los trapitos no se sacaban nunca al sol.

Debía tener unos dieciocho años, creo, cuando fui con una amiga al cine Cosmos a ver una película soviética. Lamentablemente no recuerdo su nombre y hace décadas que la busco. La película en cuestión mostraba las vicisitudes de un joven escritor que quería publicar su libro pero todos eran obstáculos. En la pantalla, con mi amiga vimos como un empresario corrupto vivía de banquete en banquete, mientras la burocracia y las restricciones impedían a los otros seguir adelante.

Me acuerdo que salí del cine muy confundida. No era esa la información que yo tenía ¿Había privilegios en la Unión Soviética? ¿Qué era todo eso que habíamos visto? ¿Ficción o denuncia?

Después vino Chernóbil, y en casa se habló poco y nada. Había sido una desgracia, nada más. 

Pasaron muchos años hasta que supe algo más sobre el tema. El horror humanitario y el desastre ecológico que significó Chernóbil.

Tampoco cuestionábamos esa locura de la carrera armamentista. Fui adolescente durante los últimos años de la llamada guerra fría y nuestro modelo era un país que luchaba en una rivalidad sin cuartel por demostrar qué potencia tenía el arma más grande, más aterradora, más letal.

La cuestión es que, en mi historia como militante de izquierda, no recuerdo que alguna vez hayamos reflexionado sobre todas estas cuestiones y lo que significan cuando se hablamos de un mundo nuevo.

Por el contrario, las luchas ambientalistas, los cuestionamientos del feminismo, las persecuciones homofóbicas, parecían no ser parte de nuestra causa.

Quizá no era aún el momento. No sé. Tuvo que pasar mucho tiempo para que entendiéramos que todas esas luchas son nuestras luchas. No por solidaridad ni por bondad, sino porque no hay posibilidades de crear un nuevo mundo si no alcanzamos esas metas.


La vieja nueva política

 La verdad es que soñábamos un mundo nuevo utilizando estructuras vetustas que seguían reproduciendo las mismas formas de hacer política de los partidos conservadores y de derecha.

Construcciones políticas que propician y naturalizan los vínculos deshumanizados, desiguales y con jerarquías de poder propias del sistema capitalista. 

No se trata de llenar los espacios políticos con caras nuevas, no pasa por incorpora a chicos y chicas jóvenes con opiniones brillantes, no se trata de decir "queremos cambiar el mundo".

No es por ahí.

Hay una forma de hacer política que sobrevive a toda época, ideología, a toda generación y a toda clase social. Es una estructura enquistada que nos cuesta ver. Es absolutamente dañina, asimétrica, patriarcal. Una herramienta del capital.

¿Quién dirige, quién acata, quién construye el sentido?

Es decir, en la construcción de un frente político, o de un sindicato, o simplemente en la organización de un congreso de distintas fuerzas, es poco el interés puesto en los objetivos de la construcción de ese espacio, ya que el eje, por el contrario, se encuentra en establecer qué fuerza o qué organización conducirá dicha construcción.

¿Nos preguntamos por qué,  la mayor parte de la dirigencia política corresponde a varones heterosexuales blancos de clase media?

¿A quiénes escuchan las dirigencias, con quiénes debaten, y cómo construyen?

Tenemos que empezar a sentir el ruido que hacen las bisagras de estas estructuras. Porque cuando decimos que hay que cambiar el mundo, deberíamos empezar a cambiarlo por ahí, por estas formas de construir política.


Otro mundo posible 

"La revolución no se reduce a una apropiación de los medios de producción, sino que incluye y se basa en una reapropiación de los medios de reproducción, reapropiación por tanto del “saber-del-cuerpo”, de la sexualidad, de los afectos, del lenguaje, de la imaginación y del deseo. La auténtica fábrica es el inconsciente y por tanto la batalla más intensa y crucial es micropolítica."

Paul Preciado, en el prólogo a "Esferas de la insurrección" de Suely Rolnik


El objetivo de este posteo no es cuestionar la idea de un mundo socialista. 

Por el contrario, por aquí seguimos creyendo que el socialismo es la única alternativa posible a este capitalismo despiadado.

Un socialismo que no repita las fórmulas gastadas de todo lo que se hizo tan mal.

A ese socialismo tenemos que construirlo.

Y para construirlo, necesitamos también encontrarnos en nuevas formas de organización y lucha. Nuevas formas de militancia en las que podamos desarmar las disputas de poder, la verticalidad, la invisibilización de todas las luchas que nos rodean. Porque estas formas de militancia no hacen más que reproducir aquello que queremos destruir.

Estoy pensando en cómo voy a escribir todo lo que está dando vueltas en mi cabeza y entonces se me ocurre contarle a mi hermana, "Tenés que leer a Suely Rolnik", me dice y me presta "Esferas de la insurrección, apuntes para descolonizar el inconsciente". 

En su libro Rolnik se refiere a las nuevas formas de apropiación que el capitalismo construye, y plantea que en esta nueva versión, además de la explotación de la fuerza de trabajo, el sistema se apropia de nuestra fuerza vital, de nuestra capacidad creadora y de nuestra subjetividad. Como un gran parásito, se apropia de todas las elementos que construyen vida:

 "Es la propia fuerza vital de todos los elementos que componen la biósfera la que por él es expropiada y corrompida: plantas, animales, humanos, etc.; asimismo son también expropiados los otros tres planos que forman el ecosistema planetario, de los cuales depende la composición y manutención de la vida: la corteza terrestre, el aire y las aguas."

Y es precisamente en estos contextos que surgen los nuevos movimientos sociales, como formas de organización que ponen en jaque al sistema capitalista, surgiendo en momentos y espacios específicos, desapareciendo y volviendo a surgir una y otra vez. Las prácticas de estos movimientos, según explica Rolnik:

"... tienden a extrapolar las fronteras del campo del arte para habitar una transterritorialidad donde se encuentran y se desencuentran con prácticas activistas de toda índole: feministas, ecológicas, antirracistas e indígenas, al igual que los movimientos LGBTQI y los que luchan por el derecho a la vivienda y contra la gentrificación, entre otros. En esos encuentros y desencuentros entre prácticas distintas, se producen devenires singulares de cada una de ellas en dirección a la construcción de un común."

En esta nueva forma de colonización del sistema capitalista, en el que las variables micropolíticas son tan importantes como las macropolíticas, es de nuestros cuerpos y de nuestro deseo de lo que se alimenta el capital y por tanto es lo que hay que descolonizar.

Si les interesa el tema, además de recomendar su lectura, les dejo al final de este posteo una entrevista en la que Rolnik habla de todas estas cuestiones.

Por ahora me quedo reflexionando en todo esto. Vuelvo a pensar, como siempre, en todo eso que hoy me pasa con la escuela. Eso que no me pasa a mí sola, eso que le pasa a mis compañeras, a los chicos.

En esos espacios nos nutrimos de esa fuerza vital que circula. Cuando los chicos pierden el deseo de aprender, cuando no pueden soñarse, cuando los docentes perdemos el deseo de enseñar, somos como un inmenso ecosistema que se extingue.

Empiezo a entender de dónde nos viene esa tristeza, por qué la desesperanza. Nos están robando, nos están saqueando el deseo, la capacidad creativa, la subjetividad.

Por ahí deberíamos empezar.

Habrá que seguir leyendo, pensando, construyendo espacios de lucha, horizontales, colaborativos.

Pensar juntos, juntas, juntes, en nuevas formas de insurrección colectiva y en la construcción de un nuevo imaginario que nos permita volver a soñar -nos.


Acá les dejo la entrevista a Suely Rolnik


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