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El sueño grande

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Tenía 11 años cuando pedí para el día del niño un cassette de Sergio Denis. Se llamaba "Por la simpleza de mi gente" y la tapa era una pintura de Anikó Szavó, un paisaje en arte naif que estaba muy de moda en los '80. A ese cassette lo gasté de tanto escucharlo. Tenía unas canciones que me fascinaban, como "Soledad", tan triste; o la joyita "Fiesta del sueño grande" junto al cuarteto Zupay y "Malísimo" de Rubén Rada. Me encantaba Sergio Denis. Me encantaba en serio. Siempre que pienso en él lo asocio a esos años de cambios tan profundos que ocurren cuando una nena tiene 11 años y empieza a picarle el bichito de los metejones y enamoramientos varios, de la coquetería y todo eso. Ahora lo llaman pre adolescencia pero en esa época seguías siendo una pendeja y punto. En fin, me acuerdo mucho de esa época porque ese era mi primer cassette sólo mío. Deseado, pedido y esperado por mí. Lo guardaba con mis objetos personales más queridos y valiosos. L...

La escuela en tiempos de pandemia I

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El viernes la seño de Juan mandó tarea y pidió que se la enviáramos por correo.  Juan bufó, yo bufé.  Pero cumplimos: Juan hizo la tarea y yo mandé el correo.  Y hoy recibimos la respuesta. La seño le respondió, le dijo que hizo todo muy bien y además le hizo unas cuantas observaciones y sugerencias muy personales y muy cariñosas. A Juan le gustó muchísimo. Imagino que el mismo trabajo se tomó con cada uno de los 28 chicos del grado. Es importante decirlo, en estos días en los que, un poco en broma, un poco en serio, se viene hablando de la cantidad de tarea que los docentes están dando.  Y es cierto, a veces se zarpan. Con Juan es difícil, porque además de no ser yo su maestra, el encierro lo tiene más inquieto de lo que habitualmente ya es. En fin, dan mucha tarea y para comunicarse utilizan una tecnología que para muchísimos chicos es casi inaccesible. Pero se ocupan, se esfuerzan, lo intentan. De la nada misma. Porque los y las docentes de escuela pública trabaja...

Y las calles se llenaron de brujas

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 Y las calles se llenaron de brujas. Por todas partes. Las brujas marchan y se abrazan. Las brujas enarbolan sus pañuelos verdes.  Y gritan.  El grito de las brujas es una magia tan antigua como poderosa. Es el grito de guerra de las que gritaron antes. En los hogares, en las fábricas. Brujas exigiendo igualdad en el trabajo. Brujas reclamando el derecho al voto. Brujas que ardieron, como en la Santa Inquisición. Brujas sufragistas. Brujas artistas. Brujas educadoras y emancipadoras. Brujas locas. Un grito de furia antiguo recorre todos los tiempos y llega a las gargantas de las brujas nuevas, que aullan enardecidas. Herederas del saber, exorcizando el poder del patriarcado. Las brujas de ayer y las brujas de hoy, abrazadas en un aquelarre eterno.

El maltratador

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Hace mucho tiempo trabajé en una escuela privada, en la que, durante tres años, di el taller de periodismo radial y el taller de periodismo televisivo. El día que entré a la escuela por primera vez y tuve la entrevista, me recibieron con los brazos abiertos. Por un lado yo contaba con mi título de Periodista recibida en TEA; más los títulos de Profesora y Licenciada en Letras de la UBA, todo eso me otorgaba cierto prestigio y, sinceramente, me enorgullecía. Hasta ese momento yo había trabajado algunos años como profesora de lengua y literatura en escuelas públicas y además había realizado alguna breve experiencia en el mundo del periodismo. Pero esta era la primera vez que podía conjugar en una misma actividad mis dos pasiones: el periodismo y la docencia.  Y sí, claro, estaba feliz. Unos días antes de empezar a trabajar me presentaron a mi colega, quién enseñaría a otro grupo la parte técnica: cámaras, consola, etc. Ambos, me explicaron, cada uno en su espacio, debíamos ser una su...

Historia de zapatos

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Hace muchos, muchos años atrás tuve un par de zapatos. Uno solo. En esa época no tenía un mango y comprarlo fue todo un esfuerzo. Lo compré el día que me recibí de periodista en TEA. Un lindo par de zapatos de nobuck negros y con tacos altos y cuadrados.  Mi tía me había regalado la ropa para la entrega de diplomas, ropa sastre: una bermuda azul de vestir, un blazer de mangas cortas y una blusa negra.  Así que yo me compré mis zapatitos negros. Desde entonces podría decir que esa ropa, con alguna que otra combinación, y ese par de zapatos, durante años fueron mi única ropa de salir. Pero claro, con el tiempo la ropa se gastó, mi cuerpo cambió y la ropa pasó a nuevas manos.   Pero los zapatos no. Los usaba para todo: Para ir a trabajar, para salir. Tanto los usaba, a tal punto, que uno de los zapatos, el derecho, tenía moldeada la forma de un callito en el dedo chiquito. Una vez a uno se le rompió el taco. Otra vez, se volvió a romper el taco. Varias veces terminé sen...

El barrio, el mundo

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De chica viví en un barrio bonito, de casas bajas y poco tránsito, donde todos nos conocíamos. En ese barrio las veredas y las calles eran para nosotros y nosotras como parques o plazas porque podíamos correr y jugar. De muy chicos jugabámos a la escondida y podíamos ocultarnos en cualquier patio delantero de cualquier casa de la manzana. En las noches de verano los vecinos y las vecinas sacaban sus sillitas a la puerta y conversaban unos con otros. Y ahí iba mi papá, a la esquina, a reunirse con los hombres grandes, el Tata, Don Lirio, Don Gil. Y por allá en el medio de la calle, mi hermana y yo, junto a mis vecinas, Laura y Andrea, disfrutábamos de la noche de calor andando en patines. Para un lado, para el otro, ida y vuelta, de una esquina a la otra.  "¡Auto!" gritaba alguien y nos íbamos para el cordón hasta que el auto en cuestión terminara de pasar. Frente a mi casa había un gran depósito mayorista, lo de "Toto" se llamaba, o quizás sólo le decían, en honor a...

Lo que todos merecemos

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Hace un par de semanas, poco antes de terminar las vacaciones de invierno (perdón, receso escolar) empecé con un cuadro de alergia muy fuerte, que todavía me dura un poco. Brazos, piernas y torso, repletos de un sarpullido continuo y molesto. Me angustié, me preocupé, me enojé. Después fui a la dermatóloga y me dio una dieta super estricta, un jabón especial y de a poco la piel empezó a mejorar. Cuando pasó el temor, empecé a pensar, más allá de la explicación médica, cuál era la razón más profunda por la que me broté. Porque sí, yo me broté literalmente y también metafóricamente. La respuesta llegó rápida, estaba ahí, a la vista: no quería volver a la escuela. No quería volver y entonces me broté. Así fue. Yo sabía que no quería volver. Lo sabía por la sensación de angustia, lo sabía porque me invadía una especie de desolación. Pero no lo quería poner en palabras. Sabía, también, que lo que me pasaba no tenía que ver con pereza, ni con desinterés ¿Por qué no quería volver a mi trabajo...