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La marea

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Me preguntaba hoy como se habrán sentido aquellas mujeres que lucharon por obtener el voto el día que fueron a las urnas por primera vez. Cómo habrán festejando? Se habrán abrazado? Habrán llorado juntas? Pensaba en todo esto anoche, de madrugada, cuando los chats y los mensajes en las redes iban y venían. Pensaba en lo hermosa que es la sensación de compartir un deseo, un sueño, una lucha. Hoy la lucha por nuestros derechos nos encuentra, nos reúne, nos hermana. Estas certezas de hoy quizás no fueran las mismas en el pasado para nuestras antecesoras. Quizás se sintieron solas, incomprendidas. Quizás en su lucha no hubo mareas verdes ni rojas ni violetas. Fueron las que vislumbraron por dónde debíamos ir. Y abrir el camino siempre es lo más difícil. Como Alfonsina en La loba, tan lejos de las ovejas, tan temida. Tan difícil todo. En ese sentido creo que la lucha por la legalización del aborto es sin dudas una gran conquista de muchas otras que vendrán. Pero lo que realmente nos deja co...

La escuela en tiempos de Pandemia II

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Es muy loco, pero en estos días sin que lo pida, no paran de llegar trabajos y trabajos de pibes y pibas que se acordaron de mí y de mi materia. Explicaciones, pedidos de disculpas. A todos respondo con el mismo tono que me caracterizó durante este año tan duro: "no te preocupes", "gracias", "todo bien" y frases por el estilo, todas acompañadas de emoticones sonrientes y de corazoncitos. La verdad es que durante todo este tiempo me estuve preguntando por qué en todos mis años de docente no fui así de empática con los chicos y sus historias, con sus enojos con la escuela y con sus disculpas mentirosas o genuinas. Por qué tuvo que llegar una tragedia mundial para empezar a ser un poco más amorosa y comprensiva. Porque hay algo que sé y es que los chicos que no trabajan, que no cumplen, no son vagos, o sí, pero no es por nada. A los chicos les pasan cosas que los frenan, cosas que a veces tienen que ver con la autoestima, con la desvalorización, cosas que los...

De la naranja mecánica y los presos de Suárez (este texto contiene spoilers)

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¿Leíste La naranja mecánica? Yo la leí de adolescente y me voló la cabeza. Ambientada en un futuro no establecido, la novela cuenta la historia de Alex, un joven que  forma parte de un grupo de adolescentes sin más propósitos en la vida que delinquir, violar y despreciar la vida ajena.  La vida de Alex cambia después de un robo, seguido de violación y  asesinato. El chico es apresado y muy maltratado en la cárcel. Pero un día le proponen regresar al mundo libre a cambio de su participación en un experimento que inhibirá sus deseos malvados. Alex acepta, desesperado por recuperar su libertad, aunque claro, aquí comienza la discusión filosófica acerca de cuán libre puede ser una persona que es forzada a actuar de una determinada manera. Por esos años una de las cosas que más me impactó fue que antes de salir a hacer maldades el pibe se cargaba de energía escuchando la novena sinfonía de Beethoven. Ni rock pesado, ni punk. Música clásica. Una maravilla la descripción de las ...

Maternidad

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 Maternidad El día que me enteré que Juan iba a nacer, salí del consultorio del obstetra y me fui directamente a la casa de mi mamá, que estaba a pocas cuadras. La casa estaba vacía y silenciosa. Mi mamá había sido internada tres días antes. Así que entré y fui hacia el telar.  Allí, aún sin terminar, estaba la manta que mi mamá había empezado a tejer para Juan. Sin pensar mucho agarré la tijera y la corté por los bordes para sacarla del telar. Después la doblé y me la llevé. Ya en casa la guardé en el bolso que llevaría a la clínica.  Fue la manta que usó Juan en la clínica y después en el moisés. Cuando se la puse sentí como si ella lo estuviera abrazando. Después la internación. Llegué con Fer y con Grachu. Grachu, que hizo de madre y de hermana mayor y de amiga. Me llevaron a una habitación y me prepararon. Y cuando sentí el pinchazo del suero, recién ahí tomé conciencia del dolor que iba a sentir. Hasta ese momento, durante el embarazo, no había tenido nada de miedo....

Quino

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 Los libritos de Mafalda estaban en los estantes más altos de la biblioteca de mis viejos, casi tocando el techo. Una vez, con mi hermana trepamos entre los estantes y descubrimos el tesoro. Después de eso, los libros descuajeringados y sus hojitas sueltas andaban por toda la casa. Con mis primos, también pequeños, leíamos cada historia una y otra vez. Usábamos la palabra "sopa" como la peor de las malas palabras y cuestionábamos el mundo adulto como creíamos que lo haría Mafalda. Crecimos con Quino, con su arte, con su magia. Compartimos su mirada inteligente y sensible del mundo. Nos reímos y nos emocionamos con sus historietas. Aprendimos a amarlo. No sé si existen personas más queridas por tanta gente. Durante décadas Quino entró a todas nuestras casas; entró con su humildad a cuestas, con su empatía, con su complicidad. Y lo amamos sin discusión. Porque... quién no se sintió alguna vez, en algún momento, un personaje creado por su pluma? Por allí Mafalda y su deseo de ca...

Dulces

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Cuando mi mamá era chiquita vivía en el campo, allá en Rivera. Rivera, les cuento, fue una de esas colonias judías que proliferaron a principios del siglo XX, en las que muchas familias inmigrantes encontraron un lugar para vivir y criar a sus familias. Y mis abuelos, recién llegados de Europa, aprendieron a vivir de lo que les daba la tierra. La vida en el campo era dura, muy dura. Especialmente para aquellas gentes sin conocimientos ni habilidades para vivir allí. Pero aprendieron,  y criaron a  sus hijos e hijas. Me contaba mi mamá que la vida de entonces era muy sencilla. Sin grandes regalos ni ropas de marca.  Mi mamá jugaba mucho, jugaba con mi tío Simón, su hermano. Jugaban en el campo, andaban a caballo, le daban de comer a las gallinas, arreaban a las vacas.  Me contó mi mamá que mi bobe Clara, la mamá de mi mamá, cocinaba muy rico, que en su cocina solía haber estantes repletos de mermeladas de muchas variedades.  Porque mi bobe, decía mi mamá, era una...

Cien años de amor

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Cuando era chica, me acuerdo que en casa se escuchaba a toda hora. La pequeña radio a pila en la cocina y mi vieja escuchando a Larrea. Supongo que fue ahí que empecé a quererla, en esa costumbre cotidiana. Pero pasaron varios años para que descubriera su magia. Tenía 13 años aproximadamente y me acuerdo de una sensación, una emoción nueva: la radio y la noche, una conjunción tremenda.  Aprendí a dormir con la radio encendida, escuchando música y voces amigas. Después, de a poco, empecé a investigar en el dial, a buscar emisoras, programas, horarios. Un día conocí a unos pibes que hacían un programa en una radio que se llamaba FM Okay, creo. Los pibes eran Mario Pergolini y Ari Paluch y el programa que hacían se llamaba "Feedback" y estaba buenísimo. Nunca había escuchado algo así. Un tiempo después los volví a encontrar pero  en otra FM. Era la Rock&Pop. Y ya nada fue igual. La Rock&Pop marcó mi adolescencia. Estaba la 100 con sus canciones de moda, estaba Horizontes...