Dulces
Y mis abuelos, recién llegados de Europa, aprendieron a vivir de lo que les daba la tierra.
La vida en el campo era dura, muy dura. Especialmente para aquellas gentes sin conocimientos ni habilidades para vivir allí.
Pero aprendieron, y criaron a sus hijos e hijas.
Me contaba mi mamá que la vida de entonces era muy sencilla. Sin grandes regalos ni ropas de marca.
Mi mamá jugaba mucho, jugaba con mi tío Simón, su hermano. Jugaban en el campo, andaban a caballo, le daban de comer a las gallinas, arreaban a las vacas.
Me contó mi mamá que mi bobe Clara, la mamá de mi mamá, cocinaba muy rico, que en su cocina solía haber estantes repletos de mermeladas de muchas variedades.
Porque mi bobe, decía mi mamá, era una experta en la creación de dulces.
Seguramente ella también heredó ese don, porque en alguna época también supo disfrutar de esa habilidad y nos regaló dulces de muchos y sabrosos sabores. Dulces de naranja y de manzana, dulces de frutilla, dulces de durazno.
Dulces.
Así que ahora aquí estoy yo, puesta en esta situación de reclusión y de búsquedas.
Descubriendo...
Y sí, yo también estoy aprendiendo a endulzar mi cocina.
Sabores, texturas y colores...
Herencias de nuestras ancestras...
Así lo cuenta María Elena Walsh en su
"Retrato de señora que hace dulces":
Hago esto en memoria tuya.
Cuando llega el otoño pelo fruta
y rodeada de pellejos
vierto en heredado recipiente
pulpas filosofales
algún carozo que lo sabe todo
y progreso del agua y el azúcar.
La casa o vientre se llena de aroma
y aunque es fruta itinerante
y no de huerta propia
bastante bien parodia
aquella alquimia
cuyo secreto nunca me enseñaste,
madre guardadora.
Fabrico por antojo
dulzuras que obligada cometiste,
transmuto para no interrumpir
el linaje de los frascos
empezado hace tantas abuelas.
Obro por reverencia y no deber,
para que mueras menos
y sientas, pobre ausente,
que hago un reino de tu servidumbre.
Consagro con ademanes
de hechicera venida a menos
el fuego, el mismo fuego
que encendió Eva tras el Paraíso
y que cruzando el valle
sube hoy por astutas cañerías
como lágrimas a los ojos.
El almíbar me enseñó paciencia
y sacrosanta cuchara de madera
a ordenar olas subterráneas
para que tomen punto
sin prisas y con pausa
de palabras en la poesía.
Si no repito gestos
de autora de alimento
para gozo de alguna criatura,
si no copio de manos maternales
ritos de mis antepasadas,
si toda magia compro hecha
y ya no me entretengo
en mandar de lo crudo a lo cocido,
si no pruebo y reparto,
pereceré.
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