Final creativo

Ayer les propuse a los chicos de segundo que escribieran una obra de teatro breve sobre una situación en la escuela. La historia podía suceder en el aula, en el recreo, en el baño. Ahí nomás los chicos se pusieron a escribir, en ese silencio lindo que ocurre cuando los ves concentrados. 

Pero entonces una alumna se me acercó preocupada y me dijo que no sabía qué escribir porque no se le ocurría nada. Le expliqué entonces que era un trabajo creativo, que era prácticamente un juego, para divertirse. Le dije que escribiera algo que le gustara, que simplemente se imaginara una situación y la contara. La respuesta fue demoledora: "profe, yo no sirvo para pensar".

Hace unos días había escrito sobre un estudiante de primer año que me respondió que no imaginaba nada acerca de una novela que estábamos leyendo en clase.

Y luego esto.

Son frases que los chicos dicen habitualmente: "No me sale", "no sé", "No puedo".

Deberíamos escuchar con atención estas respuestas, porque yo creo que dicen mucho acerca del estado de la educación en la actualidad, mucho más de lo que podría decir cualquier evaluación y especialmente mucho más de lo que los funcionarios y políticos entienden que pasa en el aula.

"Profe, yo no sirvo para pensar". Esas fueron las palabras. 

Alguien podría argumentar que la estudiante dijo esa frase como excusa, para zafar del trabajo. Pienso que sí, que es probable que quisiera zafar.

¿Pero por qué una estudiante querría zafar de inventar una historia? ¿Por qué para esa niña, igual que para miles de estudiantes, escribir es un problema, imaginar es un problema, pensar y crear es un problema?

Porque realmente creen que no pueden, porque durante muchos años en la escuela, en el hogar, en fin, en el mundo, muchísimas voces adultas se ocuparon de enseñarles que no es por ahí, que no les va a salir, que no lo intenten, que no sirven.

Ningún estudiante intentaría negarse a realizar una actividad para la que se siente seguro y capacitado, o simplemente entusiasmado.

¿Por qué mi alumno no puede contar lo que imagina sobre un libro y mi alumna no puede pensar cómo escribir una obra de teatro?

"Son vagos" es una de las respuestas que se suele escuchar en la escuela, "No les interesa nada", "no quieren esforzarse" son otras.

Son quejas de pasillo, quejas que tantas veces lanzamos los docentes en medio de la frustración y el enojo, son quejas que ubican todo el problema afuera de la escuela, en los chicos, en sus historias. 

Es cierto que muchas veces nuestros estudiantes crecen en ambientes hostiles, difíciles. También es cierto que son muchísimas las ocasiones en las que sentimos que toda la pasión con la que preparamos una actividad no da resultado, que no encontramos la manera de llegar a ese grupo de estudiantes, que nada sale como esperamos.

Pero resulta que afuera de la escuela, muchos de nuestros estudiantes trabajan, cuidan hermanitos, se ocupan de un familiar enfermo, hacen un deporte que les interesa. Se esfuerzan.
Muchos dibujan, tocan un instrumento, escriben letras de rap, leen, bailan.

El problema es más complejo, y sin dudas involucra a la escuela.

¿Por qué a los chicos no se interesan? ¿Por qué creen que no pueden?

Las personas que trabajamos en la educación pública, no siempre sabemos cómo encarar estas cuestiones. No es que no queremos; nos pasa igual que a ellos, no estamos preparados.

Nos faltan herramientas, capacitación. 

¿Cuándo fue la última vez que discutimos pedagogía en una reunión docente? ¿Y cuándo debatimos acerca de la educación que queremos? ¿Cuándo leímos y analizamos textos escritos por grandes pedagogos? ¿Cuándo reflexionemos acerca de políticas educativas y de cómo funciona el sistema en el que trabajamos?

¿Cuándo tuvimos una capacitación docente que de verdad nos interpele y nos involucre?

Tengo la triste sensación de que en el aula estamos reproduciendo lo que el sistema hace de nosotros: personas útiles para una finalidad específica pero sin creatividad.
Porque, perdón por mi espíritu derrotado de hoy, pero siento que nuestro trabajo cada día se parece más a una tarea administrativa que al trabajo de un educador. 

A eso apuntan.
Nos solicitan que llenemos planillas que no tienen ningún criterio pedagógico, nos exigen que cumplamos formalmente con contenidos obsoletos, en espacios en decadencia, sin elementos y sin capacitaciones.

No tenemos tiempos ni espacios para el intercambio creativo, para la construcción de propuestas.

Y después no entendemos qué pasa con los chicos, por qué no imaginan, por qué no sueñan, por qué no crean...

De esa forma se diseñan las políticas educativas, de esa forma se construye la educación pública.

Y no, no es por desidia ni por equivocación. No es que no pudieron hacerlo mejor. Hay una decisión política para que la escuela pública sea lo que es y no otra cosa. 

Una escuela que proporcione los conocimientos básicos necesarios para que las personas realicen aquellos trabajos que el sistema requiere y que alguien debe realizar.
Claro.
Enseñar a leer y a escribir no es lo mismo que enseñar a apropiarse del lenguaje.

Pero por suerte lo que sucede en el aula es un misterio para muchos. 
Por suerte, allí, en ocasiones, sucede la magia. 
Por suerte un docente y muchos estudiantes a veces logran engañar al sistema. 
Crear, construir.

Pero esto sucede a pesar de, y no por. Para que todo esto ocurra, ponemos mucho más que el cuerpo, y es enorme el costo emocional que sufrimos, el esfuerzo, el tiempo dedicado, el cansancio mental...

_________________

Ahora estoy en otro curso, en quinto.
Con los chicos estuvimos leyendo historias de ciencia ficción y les propongo que escriban un cuento: "Si pudieran viajar al futuro ¿Cómo sería esta escuela dentro de cien años?" es la consigna.

La propuesta es sencilla y tiene como objetivo, además de jugar con el género, darles la posibilidad de pensar la escuela que desean.

Sonríen, algunos cuchichean entre sí, comentando lo que se les acaba de ocurrir, otros le leen al compañero lo que están escribiendo,
Es el momento que más disfruto de una actividad, cuando confirmo que les gustó la propuesta.
Entonces escucho a un grupo reír. Uno de los chicos está leyendo su trabajo y los demás festejan las ocurrencias. Me acerco y le pregunto al autor de qué se trata del cuento. "Leele" lo alientan los demás. Me lee lo que escribió: en su viaje al futuro, su protagonista llega a la escuela y comprueba que lo único que se modificó fue la puerta del aula. Todos vuelven a reír, yo también, aunque con cierta amargura.

Sólo una puerta nueva.
Así imagina mi alumno el futuro de la escuela pública, y todos sus compañeros parecen coincidir en su mirada.

No sé por qué esperaba un relato utópico cuando el mundo hoy nos grita por todos lados: "¡Distopía!¡Distopía!".

"Está bien" les digo "si eso es lo que piensan".

Y sí. Mi alumno imagina la escuela igual que ahora.
Excepto la puerta, claro.

Como todo relato distópico, su cuento está cargado de pensamiento crítico.
En la ciencia ficción es difícil encontrar relatos utópicos. Por lo general, las historias sobre futuros posibles son el resultado de una mirada crítica sobre el presente, una mirada que analiza y cuestiona el mundo en el que vivimos actualmente.

"Miren hacia donde vamos si seguimos por acá" nos dicen esas historias.

Y si seguimos por acá, mis alumnos dicen que dentro de cien años la educación no habrá cambiado mucho, excepto por una puerta. Si tenemos suerte, claro.

Imaginemos ahora una clase hace cien años: un aula, el escritorio de la docente, los pupitres de los estudiantes, el pizarrón. Los exámenes, las calificaciones.

¿Cómo sería la escuela que en esa época soñaban para el futuro? ¿Cuáles son los cambios profundos y sustanciales de la escuela hoy?
 
¿Y qué escuela podemos pensar, imaginar, soñar, nosotros hoy?

Siento que las respuestas no están en esta distopía. La respuesta está en otro lado, en otro estante, en otro libro, en otro capítulo.

En este libro en el que estamos escribiendo, ya conocemos la historia, y sabemos que no vale la pena entusiasmarnos, porque ni siquiera tenemos permitido escribir un final que nos guste.

Quizás sea tiempo de cambiar de libro.

Encontrarnos, primero. 
Y arrebatarle el poder a los que escriben.
Arrebatarlo, sí, porque en la historia, lo sabemos, nada se consiguió pidiendo permiso y por favor.
Quedarnos con las palabras, palabras que puedan decir quiénes somos y qué deseamos.

Una educación que nos de las herramientas para construir un camino nuevo, liberador.

Quizás sea tiempo de escribir entre todos los que hacemos cada día la escuela, nuestra propia utopía.



Si te gustó por favor compartilo.
Si querés saber cuándo subo una nueva publicación, seguime en Instagram: @clauszel



Comentarios

  1. En la escuela que imagino, en noviembre no se le pide a nadie que piense, se pone nota de carpeta y se juega al Uno.

    ResponderBorrar
  2. La escuela que imagino en noviembre se van a conocer el río Paraná, o Los Andes, o La Pampa.
    La escuela que imagino en noviembre camina el barrio llevando música, poesía, teatro, telescopios, y otras cosas.
    La escuela que imagino no tiene aulas sino espacios,

    ResponderBorrar
  3. En la escuela que imagino hay lugar para jugar y crear . En la escuela que imagino las familias confían en las docentes y no hay miedos

    ResponderBorrar
  4. Siempre les digo a mis alumnos, que se saquen el No se, No puedo, No entiendo nada de la boca. Ellos siempre hay algo que saben, pueden y entienden, por cual empezar... porque así lo creo yo y porque así es.

    ResponderBorrar
  5. Me encantó la frase " enseñar a leer t a escribir no es enseñar a apropiarse del lenguaje" . Tal cual, vivimos una escuela totalmente obsoleta, donde la prioridad es aprobar, sin aprender. Desde arriba y desde abajo, es lo único que interesa, a los que gobiernan no les importa la educación y a los chicos, la escuela hace mucho les dejó de atraer.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Tenemos que construir otro espacio para enseñar y para aprender! Gracias por tu lectura!!!❤

      Borrar
  6. De acuerdo de acuerdo y más que de acuerdo

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

DEJAME TU COMENTARIO!😌

Entradas más populares de este blog

Una soledad propia

Como sapo de otro pozo

La alegría es un derecho

Yo, docente

Cien años de amor

Hasta siempre Rafa. La voz y el alma.

Araceli

Pedacitos de poesía

El vulgar irreverente

Territorio: donde nombro al recuerdo