Tu indiferencia
No sé por dónde empezar.
No sé sobre qué escribir.
No sé qué reclamar.
Y no es que falten motivos. Al contrario.
Creo que ese es el primer problema que tenemos y el que más nos desanima. El bombardeo permanente de malas noticias.
Una y otra y otra más y siguen...
¿Por dónde empezar a nombrar el miedo, el enojo, la preocupación?
Miles de ideas, todas desordenadas, se amontonan en mi cerebro. Todas tienen un elemento en común: "esto es un horror".
Es como estar de pie justo en el centro de una habitación y desde allí observar como la casa es invadida por cientos y miles de bestias que destrozan y saquean todo; muebles, lámparas, paredes, techos, todo estalla contra el suelo.
Cómo defender cada espacio? Cómo, si mientras salvamos aquella lámpara, ese ventanal se hace pedazos? Cómo paramos la destrucción si resistimos ante un golpe y en ese mismo instante ocurren nuevos y peores mazazos?
A quién acudir si los que deberían cuidar y proteger la casa son los mismos que la están destruyendo?
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Me parece que lo que más asusta no es el odio.
Al odio ya lo conocíamos, lo vimos actuar, muchas veces.
Odio de clase, odio de género, odio de ideología.
Ellos nos odian y gobiernan desde el odio.
Siempre lo supimos.
Seguramente no imaginamos la inmensidad de ese odio desplegado en tan poco tiempo.
Pero creo que la verdadera conmoción no es el odio de ellos sino la indiferencia de las personas cercanas, las que nos rodean.
La indiferencia de familiares, vecinos, amigos, comerciantes.
La casa se cae a pedazos pero ellos construyeron un techo propio y miran para otro lado.
Quizás piensan que los cascotes no pueden lastimarlos.
Quizás creen que hay que romper todo, como dicen las personas de bien, porque total estaba todo podrido.
Quizás sueñan que ellos también son personas de bien y creen, ilusamente, que cuando se repartan las ganancias del desastre, a ellos les tocará una tajada.
No lo sé.
Pero hoy el silencio y la indiferencia nos angustian.
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Una ley contra el pueblo, una manifestación de protesta, una provocación y un despliegue policial que terminó en cacería.
Cacería de Orcos.
Treinta y tres personas fueron detenidas por haber estado cerca del Congreso, con causas inventadas de manera grotesca y escandalosa. Muchos fueron liberados por falta de pruebas, pero aún quedan cinco personas encerradas.
Y en el mundo cotidiano, como en una realidad paralela, no pasa nada.
Indiferencia.
Estamos asustados, espantados, y además, estamos solos.
Sí, claro, están los otros que también se angustian, los que marchan exigiendo la liberación de los presos, los que denuncian.
Pero el resto del mundo sigue funcionando de manera extrañamente normal, como si nada pasara.
Podemos hacer frente al Odio, pero no podemos digerir el silencio y la indiferencia.
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El silencio y la indiferencia nos traen ecos de otros tiempos.
De la última dictadura militar tengo muy poco registro propio y en general, se lo que me fueron contando y lo que fui leyendo
Supe, por ejemplo, porque se habla de una dictadura cívico militar.
Supe que sin la aprobación de una parte de la sociedad la dictadura nunca podría haberse sostenido durante siete largos años.
La complicidad.
Ahí está.
Es eso.
Tu indiferencia es complicidad.
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Hace pocos días en la biblioteca proyectamos la película Operación Masacre. Fue dos días después de la represión y de las detenciones de las personas que protestaban.
Mientras miraba la película, mi mente trabajaba creando paralelismos.
Una justicia injusta, presa de los aconteceres políticos.
La ilusión de extirpar el mal de las calles.
Y el silencio, por supuesto.
En seguida me acordé de El proceso, la novela de Kafka. Muchas veces se la nombró como una suerte de metáfora profética de lo que fue la dictadura militar en nuestro país.
En estos días volví a recordarla también.
Pensé en la impotencia que me generó el recorrido del protagonista y su ineludible final. Pero sobre todo pensé en los otros personajes, incluso en los que se compadecían de su destino. Todos ellos fueron partícipes necesarios del desastre.
Entonces rápidanente vienen a mi mente otras novelas: Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, El secreto y las voces, de Carlos Gamerro.
En todas, el silencio ante lo que va a ocurrir. En todas, la indiferencia.
Y sí, claro, a diferencia de Operación masacre, todas estas novelas son historias de ficción. Pero las historias de ficción se nutren, de alguna manera, de la realidad.
Y la realidad, a veces, supera cualquier fantasía imaginable.
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Camino por la calle.
Interactúo.
No hay otra.
Pero es como si entrara a la Matrix, como si se tratara de una simulación.
Nunca me sentí tan lejos del mundo cotidiano.
¿Qué espero?
Que te preocupe el otro, los otros, que creas que nadie merece quedarse afuera de todo, que no se trata de méritos.
¿Qué espero?
Que los derechos de los demás te importen tanto como tu economía.
¿Qué espero?
Que el dolor no te sea indiferente, como dice León Gieco.
Quiero que te escandalices, que te indignes.
Que no te acostumbres, por favor, no te acostumbres a esto.
Necesito creer en vos, en los otros.
Sino puedo creer en vos, no hay futuro posible.
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El Orco abre la puerta y el miedo le golpea la cara.
No es que no sepa lo que hay afuera. Ese paisaje no es nuevo.
Pero cada vez que abre la puerta y se encuentra con el desastre, la sorpresa y el espanto son tan grandes que la angustia se le va directo al estómago.
Ahí se queda el Orco, paralizado en la entrada de su casa. Por unos segundos, o minutos, no se anima a salir ni a entrar. No puede moverse.
Lo que ve supera cualquier límite.
Esto no se puede permitir. Algo hay que hacer, piensa el Orco, al menos podemos protestar.
Y ahí nomás se va para la plaza, donde un montón de Orcos y de Orcas se están reuniendo para pedir, para exigir a las personas de bien que paren de romper todo. Paren de romper paren de romper paren de romper paren de romper paren de romper, dicen Orcos y Orcas.
Ahí están los Orcos, reclamando. Pero resulta que al rato llegan los lacayos de las personas de bien. Como en una película de acción, alardean en sus motos, con palos y gases y empiezan a cazar Orcos.
Cacería de Orcos.
El Orco trata de escapar pero los lacayos de las Personas de bien lo atrapan, junto a más Orcas y Orcos. Ahora todos ellos son acusados de romper y de destruir. Justamente ellos, que vienen a quejarse de eso.
Rompieron un auto les dicen, y quieren romper la república, Orcos brutos.
Ahí se los llevan, los encierran, los maltratan, los empujan, los humillan.
Presos y presas por reclamar.
Las personas de bien andan por ahí, acusando a los Orcos y a las Orcas de atentar contra la Nación.
Pero los Orcos son insistentes, y resistentes. Y donde falta uno ahí nomás se juntan todos para reclamar.
Cada encierro se denuncia.
Y cada salida se festeja.
Así son los Orcos.
Esa manía de pensar en el otro.
Es así como lo expresas, nos pasa todo eso que relatas. Esperemos que no gane la indiferencia!
ResponderBorrarTal cual! Abrazo!
BorrarUff! Cuantas palabras diciendooo!!!....este sistema mundo nos fue entrenando para la indiferencia, como cuando pasas por una vereda y ves una familia en un colchón seguis o con tu 4×4 paras en un semáforo y un pibito te pide una moneda y no levantas ni siquiera el vidrio y seguis. Crear indiferencia fue parte del plan, crear comunidad es el nuestro💚Abrazooo! Irene
ResponderBorrarAsí es! Crear comunidad es nuestro camino! Abrazo!!!
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