La escuela y los distintos (dolor y enojo)

Esto pasó hace ya seis años. Cuando Juan estaba en jardín. Aquel mediodía lo fui a retirar como siempre pero esta vez la seño me encaró, necesitaba hablar conmigo.

Durante la clase que dio la prácticante Juan no paró de moverse. Al parecer, mientras la maestra leía un cuento, Juan se metía abajo de las sillas, jugaba y no prestaba atención.

Ese mediodía me enojé con él, lo reté y le dí lo que en ese momento era el peor castigo: no iba a ver a Zamba en Paka Paka. Llanto, mucho llanto. Mamá inflexible.

Pero esa tarde, mientras jugaba en el comedor, Juan me empezó a contar el cuento que la seño había leído. Me lo contó todo, completito.

Al otro día, cuando lo llevé al jardín, le pregunté a la maestra si lo que habían leído era El sastrecillo valiente. Sí, efectivamente. Contra toda lógica, Juan había prestado atención y además había entendido el cuento.

A partir de ese momento supe que el paso de mi hijo por la educación formal iba a ser complicado.

Así fue.

Los dos primeros años de primaria me llamaban a cada rato. 
Juan se paraba en el comedor.
Se paraba en el aula.
Corría en el patio.

Después vino la pandemia,  la cuarentena estricta y la no tan estricta. 
Y se la bancó.

Le costó un montón aprender a dividir en el confinamiento del covid, pero pudo.
Igual que la cursiva, que todavía le complica la vida, con todos esos rulos tan grandes como los de su cabeza.
A veces se olvida las cosas, es tan despistado. Siempre me enojo por lo poco que cuida sus útiles.
Le cuesta coordinar los movimientos, en eso sale a mí. No saca una coreografía, ni un paso simple, ni nada. Pero le encanta bailar.

Así es Juan.

Lee con una facilidad sorprendente. Le encanta leer. Para Juan leer es divertido.

También escribe. Se le ocurren pensamientos y sabe que la escritura tiene el poder de fijarlos.

Tiene un canal de youtube donde construye y proyecta algunas de las ideas que se le ocurren.

Mientras vamos camino a la escuela me cuenta lo que tiene pensado hacer, lo que desea, lo que piensa: "la vida es como un videojuego má, sólo que si te morís no tenés más vidas".

Juan le tiene mucho miedo al paso del tiempo, a la muerte, a dejar de ser, de existir y nos lo cuenta, lo pone en palabras. Una vez se angustió en el Planetario porque escuchó que el sol se destruiría en cinco mil millones de años y no sirvió de nada explicarle que esa fecha era exageradamente lejana.

Juan pregunta, quiere saber: qué es el FMI, por qué hay pobres y ricos y qué es eso que le molesta en el estómago y lo conmueve cuando ve recuerdos de cuando era más chico.

Todavía usa peluches,  y antes de irse a la escuela le da un beso a cada uno y los arropa.

Hay cosas que le cuestan un montón pero le fascinan los desafíos y siempre va por más.

Es familiero, le gustan los festejos.

No voy a decir que mi hijo es un niño precoz, o especial, pero tampoco es problemático.

Simpemente es inquieto, esa es una de sus muchas características.

A la escuela va feliz, para verse con todos sus amigos y porque quiere a sus maestras. Y a veces hasta le gusta aprender.

Pero ayer fui citada por el equipo de orientación para conversar acerca de "la situación" de Juan.

Juan es muy inquieto, me dicen. Se mueve mucho y habla un montón. 

Se mueve mucho, me cuentan.
No puede dejar de moverse.

Sí puede, claro que puede.
Puede leer una hora entera, ver una película, una obra de teatro, un recital.
Claro que puede, pero no siempre quiere.

A veces se aburre de estar quieto.

Ayer me preguntaron cosas como si consulté al pediatra, si no me molestaría que lo vea una sicóloga y cómo se lleva con el papá.

Justo ayer se sacó un "Excelente" en las divisiones. Pero eso no importa. Tampoco importante qué otras cosas sabe hacer.

Lo que sí me importa, verdaderamente, es que Juan se divierte en la escuela. 
Aunque la escuela, al parecer, no se divierte con él.

Como dice su pediatra, quizás "no pueden domesticarlo".

¿Si estoy molesta? 
Pues claro.

Defiendo a la educación pública, y a pesar de todas las críticas que hago al sistema, reivindico siempre el valor humano.

Cuando dejo a mi hijo en la escuela, les dejo en sus manos lo más valioso que tengo en esta vida, para que lo cuiden, para que le enseñen.

Les dejo a mi hijo en un pacto explícito del que espero respeto a su persona, porque es pequeño y aún vulnerable, y porque somos los adultos quienes debemos enseñarle a estar orgulloso de ser quién es.

La diferencia de cada niño no es una enfermedad ni un problema.
Es sólo eso, una diferencia.

Somos únicos e irrepetibles.

Te amo, Juanito lindo.












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