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Una mancha tenue en el asfalto

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Desde que empecé a abrir mis ojos al mundo feminista no paro de sorprenderme, gratamente, en la mayoría de los casos. Todo estuvo siempre ahí, a la vista, y sin embargo no lo había visto. ¿Tan poderosa es la educación que recibimos? Pienso en la novela "Mundo feliz" de Aldous Huxley, cuando a los niños les hacían escuchar mensajes condicionantes cada noche mientras dormían. Suponíamos que era sólo ciencia ficción ¿tan cerca de eso habremos estado sin darnos cuenta?  Quizás no sean necesarios tales dispositivos para construir una sociedad obediente. Los medios masivos, la industria cultural, el sistema educativo, todos juntos y combinados, tuvieron el poder de imponer ciertos temas, de callar otros, y de atenuar o resignificar otros tantos. Se me viene a la mente la imagen de una mancha de pintura en el asfalto, una mancha de cualquier color, supongamos que sea verde o quizás violeta. Imaginemos ahora que arrojan un balde de agua sobre esa mancha, y después otro balde y luego

El atentado a la Amia

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Ese día, hace treinta años, estaba haciendo trámites por el centro, como le decíamos a todos aquellos lugares que quedaban pasando la General Paz. En todo el día no había escuchado la radio, ni había visto la tele. Tampoco había hablado con nadie. Así que al anochecer, cuando llegué a casa, las caras de preocupación, de miedo y de angustia, tanto de mis viejos como de mis tíos me tomaron de sorpresa. Ahí estaban los cuatro, esperando reunir al rebaño para saber que estábamos todos y que estábamos bien. "Explotó la Amia, dicen que fue un atentado" contaron.  Explotó.  En la tele mostraban imágenes terribles. Aún no se sabía cuántas podían ser las víctimas. Era siniestro. Enseguida pensé que unos años antes, cuando hacía el CBC ahí nomás y estudiaba periodismo a unas pocas cuadras, solía pasar muy seguido por la puerta de la Amia, tres o cuatro veces por semana. Nunca le prestaba demasiada atención, pero sabía que ahí estaba. Era parte del paisaje, de mi recorrido cotidiano. Ta

Raíces

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En estos días anduve con emociones bonitas. No sé si en realidad son un poco inventadas por necesidad en medio de todo lo malo, o si , por el contrario, son emociones tan auténticas que han logrado sobrevivir al desastre. Pienso que sea como sea, ahí están, traen mucha espuma, y las quiero compartir.  __________________ Hace un par de semanas empecé a participar del taller de narración oral de la biblioteca. Todos somos narradores repite Élida en cada encuentro, todos tenemos historias para contar.  Y a eso fuimos a la escuela de adultos, a contar historias, y a escuchar. Porque al que le gusta contar sabe que la ronda se pone más linda cuando el que escucha toma la posta y se convierte en el contador de su propia historia.  ¿Qué te pasó con este relato? ¿Qué te imaginaste? Pero no es fácil exponerse ante los demás. Silencio. Al principio. Hasta que la maestra toma la posta y empieza a contar. Cuenta de una casita en el medio del monte y de una niña que va a la escuela, de una maestra

Tu indiferencia

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No sé por dónde empezar. No sé sobre qué escribir. No sé qué reclamar.  Y no es que falten motivos. Al contrario.  Creo que ese es el primer problema que tenemos y el que más nos desanima. El bombardeo permanente de malas noticias.  Una y otra y otra más y siguen... ¿Por dónde  empezar a nombrar el miedo, el enojo, la preocupación? Miles de ideas, todas desordenadas, se amontonan en mi cerebro. Todas tienen un elemento en común: "esto es un horror". Es como estar de pie justo en el centro de una habitación y desde allí observar como la casa es invadida por cientos y miles de bestias que destrozan y saquean todo; muebles, lámparas, paredes, techos, todo estalla contra el suelo. Cómo defender cada espacio? Cómo, si mientras salvamos aquella lámpara, ese ventanal se hace pedazos? Cómo paramos la destrucción si resistimos ante un golpe y en ese mismo instante ocurren nuevos y peores mazazos?  A quién acudir si los que deberían cuidar y proteger la casa son los mismos que la están

Refugio

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Amanecí llena de dolor. Literal y metafóricamente.  Mis huesos acusan recibo de la humedad y de la tristeza.  Desde ayer que la tristeza se anda mezclando con la humedad, desde ayer se me pegotea esta tristeza húmeda, se adhiere a mi piel como un abrazo fatal. Mi estómago amaneció revuelto. También,  literal y metafóricamente. Hay demasiado que no tolero, que no puedo digerir. Imposible desprenderse de tanta tristeza y de tanto asco. Aunque tampoco intento demasiado. Mido mis fuerzas y sé que hoy no puedo hacer demasiado. Sólo esto, escribir sobre la tristeza que recorre mi cuerpo, que se mete en mi estómago y que siento en mi respiración.  Es esto o nada. _________________ Ayer, a media tarde, quise empezar a escribir un posteo para contar sobre Intersticios, ese maravilloso encuentro de arte que tuvimos en la biblioteca el domingo pasado.  Quería escribir sobre el arte que crece por ahí, como decimos. El arte de todos y para todos. Quería escribir sobre la biblioteca y todas las otra

Norita ojos de cielo

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Pero claro que lo sabemos.  Que la muerte llega para todos, para los buenos y para los malos.  Por supuesto que  sabemos. Que después de una larga vida la muerte es la conclusión lógica. Y sí, sabemos. Que una internación en terapia intensiva es el augurio de que algo grave está por ocurrir. Sabemos muchas cosas. Lo que no sabremos nunca es como resignarnos de ahora en más a sentir tu ausencia.  __________________ Hay veces que la noche es demasiado cerrada y el paisaje no se ve con claridad. Hay veces que la niebla nocturna confunde. Hay veces que las siluetas se desdibujan en la oscuridad.  Cuando las noches son frías y solitarias, cuando los monstruos merodean buscando una presa, cuando el miedo acaricia la piel, cuando todo esto pasa, el caminante vacila. ¿Será por aquí? ¿Es este el camino? Y entonces, hasta hoy, bastaba con sólo buscarla. Buscarla entre la espesura salvaje y encontrarla siempre, tan cerca. Encontrar sus ojos, su sonrisa.  Bastaba encontrarla y refugiarnos en ella.

El amor y las emociones ocultas

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Mi mamá solía decir que a mi viejo tenía que traducirlo siempre.  Esa era una de sus tareas dentro de la pareja, decía, traducir a mi papá para que los demás entendieran qué sentía o qué pensaba. Y no era que mi viejo fuera un tipo corto de palabras. Tampoco era tímido. No. Mi viejo sabía hablar muy bien, era un gran lector, había visto mucho cine y mucho teatro, tenía grupos de amigos y era bastante desenvuelto. Pero le costaba expresar sus emociones. Por lo menos eso era lo que decía mi mamá, y decía también que por eso ella se ocupaba de comunicar a los demás lo que mi papá quería decir. Y sinceramente, lo que mi papá quería decir a veces era un verdadero misterio. Mi papá era gritón, su mano era pesada y su paciencia muy limitada. No recuerdo que alguna vez me haya dicho "te quiero mucho" y tampoco recuerdo específicamente un abrazo. Cuando mi papá quería expresar su cariño lo hacía de manera desmesurada y algo absurda. Con un regalo costoso o con una gran comida, como en

Adolescentes, masculinidades y educar para la ternura

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¿Qué porción de ternura es lícita en un adolescente? ¿Cuál es la medida aceptable para expresar sus emociones? ¿Cuándo se le otorga permiso para que confiese sus temores y sus deseos? Ay. Preguntas que tantas veces anduvieron por ahí hoy tienen un nombre. Preguntas que lastiman. ___________________ Ser y parecer Siempre recuerdo unas palabras de la escritora Ana María Shua. En una entrevista el periodista le preguntó qué creía acerca de la diferencia entre criar a un varón o a una mujer.  La autora, madre de tres hijas, dijo que no sabía pero suponía que criar a un varón tenía mayores dificultades: " la virilidad está siempre en entredicho y un hombre tiene que estar demostrándose y demostrando al mundo constantemente que es un hombre. Y eso debe ser muy difícil y muy penoso. También para los padres." Leí esta entrevista en 2016, hace ocho años, y siempre me quedó dando vuelta esa respuesta. Cuando se lo comenté a mi hermana, actriz y profesora de teatro, me hizo una síntesis

Lo que hago con el tiempo

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Hace ya tres meses que dejé de trabajar y todavía no logro organizarme. ¿Cuánto tiempo esperé este momento? ¿Cuántas veces en estos últimos años soñé con pasar las mañanas enteras escribiendo y leyendo? Me imaginaba serena, concentrada, disfrutando de ese tiempo tantas veces reclamado. Pero la realidad, ay la realidad, qué diferente se nos presenta a veces. La realidad es que escribo poco, leo poco, y sobre todo, no estoy ni serana ni concentrada. Ya sabemos, pocas veces la fantasía se parece a la realidad.  Eso me pasó con la jubilación y este tiempo libre. El tiempo pasa, de pronto es el mediodía, o la tarde, y yo no entiendo en qué se fueron las horas. Será que el tiempo libre se llena sin que nos demos cuenta? Como esos estantes sin uso, o esos cajones desocupados, que un día son puro vacío y al poco tiempo rebalsan de cosas inútiles que no nos atrevemos a tirar: monedas viejas, un par de tornillos, alguna bolita, una banda elástica, un par de botones, unos lápices sin punta y hast

Por la educación pública

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Era el '92, pleno menemismo, cuando empecé a cursar en la facultad de Filosofía y Letras. Tenía 21 años y unas ganas tremendas de todo. Pero no tenía un mango. Literalmente.  Cuando empecé a estudiar en Filo, lo conté muchas veces, la situación económica de mi familia era desastrosa.  Yo venía de un hogar de clase media. Y en este punto quiero remarcar que si alguna vez mi familia pudo vivir bien fue gracias a la educación y a la salud pública a las que mucho antes mis cuatro abuelos, inmigrantes pobres, pudieron acceder y ofrecer a sus hijos. Como dije, venía de un hogar de clase media, pero en los últimos años, un poco por la realidad política y otro poco por la salud de mi viejo, con mi familia quedamos en una situación complicada. Si quería estudiar, tenía que trabajar sí o sí.  Esto lo remarco porque realmente fue un esfuerzo importante. En esos años tuve trabajos absolutamente explotadores y precarizados que al menos me sirvieron para seguir estudiando.  Sinceramente, hoy mir

Cuando los Orcos marchan

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Julito Cuando empecé a escribir estas historias de Orcos me acordé de Cortázar y de los Cronopios, obvio. Si Cortázar hubiese escuchado hablar sobre los Orcos, seguramente los habría incluido en su libro, que quizás se hubiera llamado "Historias de Cronopios, de Orcos y de famas" o algo parecido. Y si bien sabemos de su antiperonismo, estoy segura de que su corazón y sus palabras habrían estado de nuestro lado, del lado de los revoltosos. Porque así somos. Siempre Orcos y Orcas. Nunca nunca, jamás oligorcos ni oligorcas. ___________ Marzo Se fue marzo y ahí anduvieron los Orcos y las Orcas, abrazándose y conteniendo las lágrimas; o no conteniendo nada y llorando a mares. Orcos abrazándose y llorando. Orcos abrazándose y gritando.  Orcos abrazándose y cantando. Ocupando las calles con banderas y memoria. Es que llega marzo y a los Orcos el corazón se les pone inquieto. Porque saben que la memoria habita adormecida en cada uno de ellos y saben también que cada marzo despierta p