Raíces
En estos días anduve con emociones bonitas. No sé si en realidad son un poco inventadas por necesidad en medio de todo lo malo, o si , por el contrario, son emociones tan auténticas que han logrado sobrevivir al desastre.
Pienso que sea como sea, ahí están, traen mucha espuma, y las quiero compartir.
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Hace un par de semanas empecé a participar del taller de narración oral de la biblioteca. Todos somos narradores repite Élida en cada encuentro, todos tenemos historias para contar.
Y a eso fuimos a la escuela de adultos, a contar historias, y a escuchar. Porque al que le gusta contar sabe que la ronda se pone más linda cuando el que escucha toma la posta y se convierte en el contador de su propia historia.
¿Qué te pasó con este relato?
¿Qué te imaginaste?
Pero no es fácil exponerse ante los demás.
Silencio.
Al principio. Hasta que la maestra toma la posta y empieza a contar. Cuenta de una casita en el medio del monte y de una niña que va a la escuela, de una maestra blanca e inmaculada que reta a la niña porque llega sucia, sucia de monte, de trabajar con la familia, de jugar con la tierra.
La seño cuenta y contagia.
"Yo tuve una historia parecida" dice una alumna "pero tuve que dejar de estudiar para trabajar". Ahora cuenta otra señora, y otra, y algunos más se animan.
Hablan de imágenes, de olores, de sensaciones que andan por ahí.
Hay que escribir esas historias, hay que contárselas a los otros, decimos las que fuimos a contar.
La seño sonríe, dice que ya se lo habían dicho antes. Por ahí se anime, dice.
Ojalá pudiéramos enseñarles a todos los estudiantes a contar sus historias propias.
A todos ellos. A los silenciosos; a las silenciadas; a aquellas personas que nadie escucha, que no tienen tiempo porque están ocupadas tratando de sobrevivir, que no se animan porque les dijeron que las palabras son de otros.
Cuando finalmente lo logran, aparecen. Las palabras, justo ahí, escondidas entre tanta obligación; las palabras justas y necesarias para decir, para contar quiénes son, qué desean, qué dolores, qué amores.
Cuando buscamos, cuando logramos atrapar ese pedacito de historias, cuando podemos ponerle palabras, cuando las palabras se comparten son como un mate que recorre la ronda.
Cuando todo eso pasa, descubrimos fascinados, que en cada uno de nosotros habitan historias que necesitan ser contadas.
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Con esta sensación de nostalgia unos días después voy a la presentación de un libro.
"Aquellos años, Rivera entre fotos y letras", una compilación de fotografías antiguas y textos poéticos sobre ese pequeño pueblo que una vez fue patria para mis abuelos, para mi mamá y para gran parte de mi familia materna.
Un libro sobre las raíces. En el sentido más literal de la palabra raíz. La raíz, esa parte de la historia que no se ve pero que da vida a todo lo que crece.
¿Quienes somos?
Somos, en alguna parte, esa raíz.
Cuando termina la presentación del libro, se da la palabra al público.
Una mujer se para y cuenta de sus abuelos; después un hombre habla de sus padres inmigrantes. Todos los que piden la palabra tienen algo para contar. Lo que recuerdan, lo que les contaron, lo que imaginan.
En mi cabeza se entremezclan las voces de todas estas personas con las de los alumnos de la escuela de adultos.
Historias propias, historias de raíces.
Historias que crecen en medio del monte o en un pueblito de inmigrantes.
Las historias.
Raíces.
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A lo largo de mi vida adulta fui varias veces a Rivera. No tanto como hubiese querido.
Sé que de muy chica anduve por allí de la mano de mi mamá. De esos tiempos sólo me quedó alguna filmación antigua y un par de imágenes en mi cabeza.
Y sin embargo cada vez que escucho que alguien, cualquier persona, en cualquier lugar, nombra a Rivera, ese pueblito cerquita de La Pampa, me ocurre algo que no puedo explicar. Es una pequeña emoción.
Son las raíces que se sacuden, y todo se moviliza.
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Mi mamá nació y vivió en el campo, cerquita del pueblo.
Iba a la escuela rural y amaba andar a caballo. No sé si mandaba la parte pero siempre contaba que uno de sus pasatiempos era deslizarse de la montura mientras el caballo trotaba y desafiarse a levantar algo del piso, una rama por ejemplo. Mi hermana, mi primo y yo siempre la cargábamos por esas historias que parecían más de película que otra cosa.
Pero siempre me gustó imaginarla así, tan distinta a la mamá que conocí.
Después la distrofia muscular comenzó a hacerse más y más notoria, pero esa es otra parte de la historia.
En esta parte mi mamá corría por el campo, jugaba a las visitas con mi tío y se divertía.
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Un verano fui con mi mamá de vacaciones. No paramos en el pueblo sino en el campo, donde vivían nuestros primos.
A la distancia pienso y no sé cómo se nos ocurrió. Mi mamá ya usaba silla de ruedas y no era muy cómodo. Subir, bajar de un auto, andar por el pasto y la tierra.
¿Pero qué cosa puede detener a alguien que en su juventud levantaba objetos del suelo mientras andaba a caballo?
Fueron días felices. Días de conversaciones largas, de escuchar anécdotas, historias.
Raíces.
Quizás fue por esos días que empecé a sentir la emoción que significa decir "Soy la nieta de León Malaj".
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Al otro lado del alambrado había estado el campo de mis zeides. Un poco lejos se veía un conjunto de árboles "allá era la casa", me decían.
La casa.
Ahí crecieron mi mamá y mis tíos.
Hace algunos años mi tía pintó un cuadro con la imagen de la casa y se lo regaló a mi mamá.
Hoy está en la pared de mi casa.
A veces me quedo un rato mirándolo, y como en algún cuento fantástico, espero que unos niñitos salgan a jugar, o que quizás se asomen por las ventanas.
Porque esta historia viene de antes, cuando otros anduvieron por la casita de ese cuadro.
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Para los cien años de Rivera fuimos en familia. Éramos muchos. Mi mamá, mis tíos, mis primos. Ocupamos todo un piso del micro, aunque otros viajaron de otras formas.
Durante un fin de semana hubo teatro, ferias, almuerzos multitudinarios.
Unos días antes de viajar me di a la tarea de investigar sobre la fundación del pueblo.
Guiada un poco por el relato familiar y otro poco por la búsqueda en las redes, supe de la historia de un Barón judío alemán, el Barón Hirsch, un filántropo que decidió comprar campos en este país, para que los inmigrantes judíos tuvieran la posibilidad de habitar y trabajar esas tierras.
No fueron un regalo eh, todo esto tuvo un costo y pasó mucho tiempo hasta que los campos trabajados fueron propios. Pero esa es otra historia.
Así un día llegaron mis abuelos, mi bobe y mi zeide con una bebé en brazos y sin más que los sueños de construir una historia.
Armaron una familia, fueron parte de una colonia, construyeron una cooperativa.
Junto a otros armaron comunidad.
El sueño era colectivo.
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Otro viaje memorable fue aquel que bauticé como "La gira mágica y misteriosa".
La hermana mayor de mi mamá, mi tía la escritora, había fallecido hacía un año y a mi tío, su esposo, se le había ocurrido llevar sus cenizas para enterrarlas en el otrora campo de mis abuelos.
Para eso alquiló una combi y fuimos en familia, una vez más.
Fueron dos días raros, mágicos, en los que se mezclaba la tristeza y la alegría, la nostalgia y el reencuentro.
Porque a la familia de acá se sumó la familia de allá, más los vecinos y los amigos.
Hubo dos inmensos almuerzos en mesas largas como de fiesta, hubo discursos y palabras de recuerdo.
Y hubo una ceremonia en medio del campo, un pozo, las cenizas, y un árbol para plantar.
Abrazos y mucha emoción.
Estoy absolutamente convencida que si mi tía, la escritora, hubiera podido elegir una despedida, hubiese sido exactamente igual a esta.
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A pesar del cariño y de los lazos que me unen con esa parte de mi historia, a Rivera fui y voy poco. Menos de lo que quisiera.
Ya no hay micros que lleguen hasta allí y el tren fue desmantelado en aquellos años horribles que hoy parecen regresar con más destrucción.
Siempre que pude viajar viví muchos momentos fundacionales.
Un casamiento, despedidas de seres queridos y hasta un inmenso cumpleaños de ochenta.
Alguna vez llevé a mi sobrina cuando era una niñita, y creo que también fue fundacional para ella.
La última vez fui con mis primos, mi esposo y mi hijo. Deseaba mucho que Juan conociera esa parte de su familia y deseaba que la quisiera tanto como yo la quiero.
Raíces.
Recorrimos algunos lugares y estuvimos festejando el reencuentro, que siempre es mágico.
Me quedan pendientes otros viajes para que conozca el campo.
Me gusta pensar que hay un pendiente.
Me gusta pensar que todavía queda mucho por recorrer.
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"Hogar.
Hogar, cimientos del territorio que habité y habito.
Cimientos raíces.
Tierra. La tierra para quien la necesite.
Él con diecinueve y ella con veintitres, los dos cruzando el mar con una niña en brazos.
Buscando tierra territorio hogar.
Hogar el cuadro de una casa pequeña y rosa.
Hogar una niña jugando en el campo.
Territorio cimientos.
Mi niña la encuentra se encuentran.
De esos y de otros territorios esta hecha mi infancia.
Mi infancia es un quincho y una mesa larga.
Una sobremesa eterna y la certeza de seguir siendo niña para siempre.
Las voces de la memoria que convocan a nuestros fantasmas más queridos.
Mi hogar es este sol de julio sobre la vereda y un puñado de chicos jugando en la plaza.
Mi hogar es ese territorio al que siempre estoy pensando en volver, y el que sé que siempre me está esperando. "
Si tuviera que evocar un relato de un acto de narración social usaría tu relato. Los fantasmas tan queridos!
ResponderBorrarQué hermoso!!!
BorrarLeo Rivera y mi corazón cambia el ritmo. Nunca conoci el pueblo, hoy se mas de el por tu relato, graciass!
ResponderBorrarEn mi juventud recibia cartas y en el remitente se leia Rivera, un amor bien bonito se sostenia a traves de esas cartas, pero esa es otra historia.
Abrazooooo!!!!
Qué ganas de leerla o escucharla!!! Abrazo!!!
BorrarMí hogar es ese territorio....si Clau, ese, justo ese es nuestro hogar!
ResponderBorrarCuántas emociones liberadas salieron a jugar mientras te leía... Y esa definición de hogar que también es mía en ese poema tan sentido, soltaron lágrimas que son de nostalgias y alegría.
...el que sé que siempre me está esperando!
🫂❤️qué hermosa devolución!!! Gracias!!!
BorrarQué bueno leer tus vivencias con ese toque poético.
ResponderBorrarGracias!!!❤️
BorrarLa casa de mis abuelos era parecida, mí abuela criaba gallinas y tenía muchos gatos. Cómo convivían aún no lo sé, supongo que ella haría su magia para que todo fuera amoroso cómo ella. Hoy, como siempre, se que me ronda y me sigue sonriendo con dulzura y tranquilidad, cómo si ella supiera algo, tal vez lo sabía. Las raíces ;)
ResponderBorrarQué hermodo recuerdo!!! La magia de las mujeres!!!❤️
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