De las cicatrices en el aula y de cómo regresamos

Secuelas

Hace unos días Juan aprendió a atarse los cordones, otra vez.

Sí, otra vez.

Ya había aprendido hace unos años. Hubo aplausos, videito y todo lo demás. Pero después vino la pandemia. Un año sin salir de casa, pantuflas y ojotas, y cuando volvió a salir al mundo, medio a los ponchazos, no hubo ni tiempo ni ganas de volver a aprender aquella práctica olvidada.
Recién este verano pudimos practicar y recordar.

Me sé una afortunada, una suertuda.

Porque en esta realidad tan difícil para tantas personas pude tener un tiempo precioso para dedicarle a mi hijo y a sus cordones.

Se necesita tiempo y cierta calma para recomponer algunas prácticas que se rompieron durante el desastre.

Eso fue lo que pensé aquel año encerrada con Juan en casa. En medio de la pandemia  yo pude estar y acompañar a mi hijo en sus tareas escolares, en sus juegos, dibujando, leyendo.

Muchos familias no tuvieron esa posibilidad y hoy en las aulas de las escuelas lo que se ve es la consecuencia de todas esas desigualdades.
 
Todos los chicos perdieron algo, pero unos más que otros.

Secuelas de la pandemia.

Hace un tiempo un estudiante de cuarto año se disculpaba porque no pudo terminar las actividades. En un par de meses había perdido a todo su núcleo familiar y ahora estaba rearmando su historia en un lugar nuevo con otros familiares.

Una niña estuvo un año entero sin salir de la cama. Su mamá es enfermera, dos veces tuvo covid y para cuidar a los suyos se había mudado a otra casa.

Me consta que en ambas historias, y en muchas otras, los equipos de orientación acompañaron a los chicos.
Pero no alcanza.

A esos chicos y a esas chicas el mundo se les desarmó y en muchos casos lo están rearmando como pueden, juntando los pedazos del desastre.

Secuelas.

Algunas más profundas y otras más superficiales.
No siempre se pueden ver.
No todas son iguales y seguramente en cada chico, en cada historia, las consecuencias son diferentes.

Pero hay secuelas.

Y en las aulas, de una u otra forma, siempre aparecen.

Niños y niñas que olvidaron cómo se sostiene un lápiz, cómo se dibuja.
Niños y niñas que hoy se encuentran en tercer año sin haber tenido ninguna continuidad en los dos años anteriores.

Todas las historias son distintas y cada una es importante.
Cada una tiene consecuencias.

Creo que en las aulas una de las consecuencias más visible de la pandemia es la deserción escolar.
 
A los funcionarios no les gusta hablar de eso, no les gusta hablar de las debilidades del sistema educativo o de los agujeros de la pandemia.
Pero están a la vista. 
Muchísimos chicos dejaron la escuela. Muchísimos chicos, literal y metafóricamente, quedaron desconectados de la escuela durante el 2020 y no volvieron a conectarse más.

¿Cuál es el plan para reincorporar a estos chicos?
¿Qué dispositivos se va a emplear para traerlos de vuelta?

La única propuesta que hasta ahora surge, como si pudiera resolver algo, es agregar días de escuela. Sólo eso.
 
Todos los gobiernos dicen que lo más importante son los niños, pero ante cualquier crisis educativa, la única respuesta es sumar días de clase.

Una solución tan vacua como intrascendente.

Hace tiempo que me pregunto cómo será para los niños volver a la escuela después de sobrevivir a una guerra. Los traumas, las rupturas. Me imagino que volver a la escuela debe ser algo así como volver a lo cotidiano, a lo posible.

En la escuela late la vida que espera.

¿Y cómo se regresa?

No sé si alguien puede tener la respuesta.

Lo que sí sé, de lo que sí estoy segura, es de lo que no se debería hacer.
No se debería ignorar el problema, no se debería negar.

¿Entonces qué?

Si no hay respuestas hay que buscarlas; hay que escarbar dónde duele, encontrar las heridas, darles luz y aire, ayudar a que cicatricen.

Si las docentes no estamos capacitadas para trabajar estas problemáticas, pues deberíamos capacitarnos.

Capacitaciones en servicio.
Eso que siempre pedimos. Eso que es un derecho. Eso que permitirá mejorar nuestras prácticas.

Capacitaciones con psicólogas, psicopedagogas, psicomotricistas.
No sé si hay estudios o acreditaciones que puedan dar respuesta a un desastre de esta magnitud.

Seguramente ellos tampoco tienen respuestas, pero podemos empezar por las preguntas.

Es necesario construir nuevos sentidos a este regreso.

Los docentes no somos administrativos. Trabajamos con el conocimiento. Necesitamos saber para poder enseñar.

Las capacitaciones son una deuda de cada uno de los gobiernos. Sin inocencia ni olvido. Son decisiones políticas.

La capacitación hoy es una urgencia.

No podemos volver a las aulas como si nada hubiera pasado.

Hubo pérdidas.
Físicas, emocionales, económicas, cognitivas, afectivas, materiales.
Todos perdimos algo.

Las cicatrices no desaparecen porque las ignoremos.

Entonces es necesario trabajar lo que se perdió.

Se necesita tiempo y cierta calma para recomponer algunas prácticas, que se rompieron durante el desastre.

Se necesita mucho más tiempo para recomponer lo que se rompió por dentro.

Y se necesita quizás toda una vida para aceptar aquello que se rompió y no tiene arreglo.

La escuela tiene que ser el lugar que nos permita a todos reflexionar sobre cómo se sigue.
Desde el conocimiento y desde el amor.

La escuela tiene que ser ese lugar.


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