El amor y las emociones ocultas
Mi mamá solía decir que a mi viejo tenía que traducirlo siempre.
Esa era una de sus tareas dentro de la pareja, decía, traducir a mi papá para que los demás entendieran qué sentía o qué pensaba.
Y no era que mi viejo fuera un tipo corto de palabras. Tampoco era tímido.
No.
Mi viejo sabía hablar muy bien, era un gran lector, había visto mucho cine y mucho teatro, tenía grupos de amigos y era bastante desenvuelto.
Pero le costaba expresar sus emociones. Por lo menos eso era lo que decía mi mamá, y decía también que por eso ella se ocupaba de comunicar a los demás lo que mi papá quería decir.
Y sinceramente, lo que mi papá quería decir a veces era un verdadero misterio.
Mi papá era gritón, su mano era pesada y su paciencia muy limitada.
No recuerdo que alguna vez me haya dicho "te quiero mucho" y tampoco recuerdo específicamente un abrazo.
Cuando mi papá quería expresar su cariño lo hacía de manera desmesurada y algo absurda. Con un regalo costoso o con una gran comida, como en aquel cumpleaños en el que hizo un guiso gigante para todos mis invitados.
Sin embargo cuando algo lo conmovía no lo ocultaba, los ojos se le humedecían rápido. Esto podía pasar con una película o con una situación cotidiana.
Una vez, antes de irme a estudiar, le comenté con cierta nostalgia que extrañaba comer bife. Eran tiempos de ajuste económico en la familia (bastante parecidos a los de ahora) y comer bife era un lujo para nosotros. Pero esa noche, cuando llegué bien tarde de la facultad, mi viejo había preparado una cena increíble: bife a la portuguesa creo que era, o algo así. Más tarde mi mamá me contó que mi viejo le había comentado nuestra conversación con lagrimas en los ojos, y que por eso decidió regalarnos esa comida deliciosa.
Otra vez mi mamá pasando en limpio gestos y acciones.
Yo suponía que ella lo conocía mejor y que probablemente con ella podía habar, contar, decir.
Pero la verdad es que la mayoría del tiempo mi viejo decía muy poco sobre él y sobre sus emociones.
A mi viejo le gustaba hablar de historia, de política, pero no de sus emociones.
Mi viejo gritaba ofuscado y mi mamá se ocupaba de aclararnos "papá te quiere mucho", "papá está preocupado por vos". Era una especie de Relaciones Públicas de su pareja.
A esta altura me pregunto cuánto hubo de interpretación de mi vieja en esas supuestas traducciones.
Cuánto era lo que mi viejo quería decir o lo que mi vieja quería que mi viejo dijese.
Como dice la conocida frase: "Traduttre, traditore" algo así como "traductor, traidor".
Cuánto de su deseo estaba puesto en esas traducciones.
Había quizás también, algo de apaciguar para sostener la estructura familiar.
O no, a lo mejor era cierto y entre las sábanas y la oscuridad de la intimidad, mi viejo se liberaba y hablaba y contaba lo que sentía.
Hoy me parece imposible saber realmente qué era y qué no.
De lo que sí estoy segura es de que esta dinámica de pareja no fue ni es la única y creo que con ciertas sutilezas y variantes, fuimos educados así: ellos para ocultar y nosotras para desentrañar lo que ocultan.
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Y así de alguna forma continué el legado.
En cada relación, en cada historia de amor (o desamor) siempre me di a la tarea de descubrir lo que estaba oculto en el otro.
Era como rascar una pared mal pintada para descubrir qué había debajo.
Y lo cierto es que en ocasiones lo que había debajo era fatalmente decepcionante.
Entonces seguía buscando, esperando encontrar en la próxima capa el tesoro, la emoción perdida.
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Alguna vez escribí sobre estas cuestiones.
Sobre cómo aprendimos a enamorarnos de tipos maltratadores.
El cine y la televisión contribuyeron bastante para construir en nosotras la fantasía del hombre duro que necesitaba de nuestra comprensión.
Galanes arrogantes, despóticos y hasta violentos, que siempre ocultaban una historia traumática y dolorosa.
y ahí entraríamos nosotras.
Nosotras, las que podemos entenderlos y redimirlos por obra del inmenso amor.
Creímos que el amor nos hacía mejores y que todo aquello que permanecía oculto en el otro podría crecer sano y ver la luz si nuestro amor era grande y fuerte.
Si nuestro amor era grande y fuerte podíamos recuperar esos sentimientos enterrados.
¿Quién les enseñó a ellos a ocultar?
¿Quién nos enseño a nosotras a ser las redentoras?
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Hoy, con todo lo leído, con tantas mujeres inteligentes analizando y cuestionando, con tanto aprendizaje crítico, me resultan ingenuamente desoladoras aquellas creencias. Pero la verdad es que crecimos entendiendo que así funcionaba todo.
Y aún hoy, de manera inconsciente, sigo buscando el tesoro oculto.
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Creo que el verdadero peligro de ocultar las emociones es que en algún momento del viaje esas emociones empiezan a desintegrarse.
Quiero detenerme en esta cuestión.
Pensemos en nuestros sentimientos como herramientas valiosas para construirnos. Disponer de nuestras emociones nos permite ser seres funcionales, empáticos.
Entonces, es necesario poder ponerle palabras a lo que nos pasa, quizás no con otros pero al menos con nosotros mismos. Poder pasar las emociones por el pensamiento consciente.
Poder decir/nos "tengo miedo", "me duele", por ejemplo.
Creo también que si esas emociones permanecen demasiado tiempo ocultas, enterradas, olvidadas, es posible que no las encontremos cuando las necesitemos.
Por eso, es imprescindible desterrar el mito del varón fuerte que guarda sus sentimientos.
Porque es perverso y es injusto para ellos.
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¿Y nosotras?
Me pregunto cuánto tiempo de nuestras vidas le hemos dedicado a la dulce tarea de buscar qué hay detrás de la hosquedad, el silencio, el desapego.
Tiempo que por cierto, podríamos haber dedicado a búsquedas personales ¿acaso nosotras mismas no tenemos también capas, emociones ocultas esperando salir?
Sólo se me ocurre pensar en la sensación de frustración constante y en lo injusto que resulta, porque finalmente,
¿No nos merecemos un amor sin dobleces?
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De eso se trata.
De romper estructuras que lastiman, aprisionan, limitan.
El re-conocimiento de nuestras emociones es, o debería ser, un recorrido personal, introspectivo. Un recorrido consciente en el que podamos encontrar/nos y eventualmente compartir con otros.
Nadie debería darse a la titánica tarea de descubrir y recuperar en otro lo que el otro no ha podido descubrir ni recuperar.
Por eso es necesario romper esas estructuras.
Para encontrarnos cara a cara con lo que somos y lo que sentimos, para poder construir Amores sanos, recíprocos y horizontales.
Excelente , de todos modos ,uno esta en un momento de emociones a flor de piel y todo el tiempo pensar a quien decirselo y como decirselo a veces cansa un poco .
ResponderBorrarCoincido que las emociones hay que compartirlas porque sino se te enquistan y te enferman.
Pero recuerdo, mi niñez, contando que estrañaba a mi mama y a dolia el pecho y la gente diciendo, vos sos fuerte ya te te va a pasar , es la vida y no me gustaba esa respuesta por lo tanto empece a extrañar en soledad
Despues de un tiempo recorrido empece a compartir MIS emociones con las personas que me cuidan que pueden ponerse en mi nuestro lugar , y fuendamentalmente que acompañan a poner en palabras algunos de mis pesares
Por supuesto, poder expresar las emociones no significa exponerse ante gente que quizás no suma. Pero en principio ser abierto con uno mismo y elegir con quién compartir es tan ne!
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