Osvaldo

Hace muchos años, en una escuela muy pobre y muy destartalada, un grupo de docentes locas y soñadoras junto s sus queridos alumnos, también locos y soñadores, decidieron, inventar un libro.

Manos a la obra, los chicos escribieron historias. La realidad y la fantasía se entremezclaban para contar cómo era crecer en una villa, sin dramatismo ni sensacionalismos baratos. Los juegos, el amor,  la escuela, la vida se fueron plasmando en cada página. Y entre robos a la escuela, obras mal hechas, reclamos de los papás para defender su escuela, el libro quedó terminado.

Se llamó "Carcoveando".

Y en esta escuela de locos y soñadores, todos se alegraron mucho cuando el libro estuvo terminado.

Sin embargo, allí comenzó otro problema: quién publicaría estos cuentos, estás historias. Pero esta gente no se cansaba fácilmente. Recorrieron instituciones, golpearon puertas, buscaron ayuda.

Entonces lo encontraron a él, al mejor. El hombre humilde, el más loco y el más soñador de todos los seres humanos de la tierra. 

Osvaldo Bayer.

Osvaldo leyó los cuentos y escribió para esos chicos y ese libro y esa escuela el mejor prólogo, el más hermoso de todos. Y cuando las maestras lo leyeron en la escuela, las mamás y los papás lloraron de emoción.

Ese señor pudo ver en esos cuentos la sangre que corría, el zanjón, las chapas agujereadas, los trofeos ganados en la canchita de fútbol.

Ese hombre maravilloso le dio a ese libro y a esas historias, el empujón, el abrazo, el apoyo necesario.

Después llegó la presentación del libro en la escuela,  el mural de los chicos, su recibimiento, sus palabras increíbles sobre el valor de la docencia. Y todos lloramos otra vez.

Más tarde aquella contratapa de Página 12, en medio del dolor inmenso por el suicidio de su nieto. El gran hombre habló de Bruno y de Carcoveando, y contó sobre su dolor y sobre el amor, sobre la tristeza y la esperanza. Nuevamente lloramos, se mezclaban las lágrimas de profundo dolor y de emoción.

Y después aquella presentación en la Biblioteca Nacional, que el mismo gestionó y en la que otra vez estuvo, apoyando, creyendo, soñando con nosotros. Y otra contratapa.

¿Qué puedo decir? Carcoveando fue el viaje más maravilloso que está profesión me supo dar. Hasta el día de hoy veo sus frutos en los chicos, hoy hombres y mujeres, que alguna vez fueron parte de esa historia. Ellos pudieron soñar, pudieron creer y construir y creo que mucho tuvo que ver que alguien como Osvaldo creyera en ellos y en sus sueños.

Y hoy otra vez este hombre, este gigante me hace llorar. Aunque sabemos que ya estaba tan viejito, aunque entendemos que es el ciclo de la vida, igual nos duele. Porque de verdad, sin cursilería ni exageraciones, nunca conocí a nadie tan lleno de juventud, de ideales, de fortaleza.

Hoy, los que alguna vez fuimos parte de aquel proyecto, seguimos Carcoveando por distintos caminos. Pero yo creo que Osvaldo nos sigue iluminando este viaje con su luz, con su pequeña y potente luminosidad...




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