La sociedad de las palabras rotas


En estos tiempos, y cada vez con más fuerza, se escucha hablar de la cultura de la cancelación.

Cancelar.
Anular, eliminar, tachar, borrar.

Cancelamos a este por lo que hizo, a aquella por lo que dijo, a aquel otro por lo que escribió. 

Cancelamos a quien cometió hechos aberrantes.
Cancelamos películas viejas, libros, publicidades.
Cancelamos recuerdos.
Cancelamos historia.

Más allá, o más acá de la cantidad de debates, notas de opinión y análisis super concienzudos, parece poco lo que se puede agregar sobre el tema en sí.

Pero, cuando descubrimos que todos estos debates están atravesando y describiendo nuestra historia, ahí, todo se pone bastante interesante.

Hace unos días estuve acordándome de una película que fue muy conocida en los '90, "La sociedad de los poetas muertos".
La película está ambientada en una escuela de excelencia a fines de los '50 en EEUU. Allí, un genial Robin Williams encarna a un profesor de literatura que llegará para cuestionar las normas y para transformar la vida de todos esos jóvenes estudiantes.
Por aquellos años, recuerdo, está película se resaltó como un ícono de una educación rebelde capaz de generar pensamientos emancipatorios.

En lo personal, cuando vi la película, me disgustó por varios motivos que por entonces eran algo difusos.

En principio, me parecía que ningún docente tiene derecho a instar a un niño a revelarse si no le ofrece al mismo tiempo las herramientas o una red de contención, para soportar los golpes que esa acción le va a provocar.

En este sentido, durante la película se muestra como algunos de los jóvenes protagonistas sufren las consecuencias de haber roto aquellas rígidas estructuras: uno de ellos es expulsado de la institución, otro se suicida. Parecería que el mensaje es "no te rebeles" cuando quizás debería haber sido "No te rebeles solo".

Pero además, y principalmente, hay una situación puntual de la película que por entonces me produjo malestar. Se trata de la escena en la que el profesor le pide a un alumno que lea la introducción del libro de literatura. El chico lee entonces una definición acerca de la poesía y cuando termina, el profesor les pide, a él y a toda la clase, que rompan esa hoja. Los estudiantes vacilan pero el profesor insiste. La orden es clara: romper la página de un libro. Finalmente, entre risas nerviosas, los estudiantes hacen lo que se les indica cada uno de ellos arranca la hoja de su libro.
"No quiero que quede nada" dice el profesor.

En aquellos años yo era muy joven y mi experiencia en la docencia era muy escasa.
Quiero decir que, aunque no sabía mucho de educación, esta escena me disgustó mucho y me pareció que, detrás de esa acción supuestamente liberadora y crítica, había una violencia latente.

Pensaba que quizás aquel profesor podría haber tomado otras decisiones. Podría haber leído junto a los estudiantes esa página y entonces hubieran podido debatir y analizar su contenido.

¿Qué había de malo en aquellas palabras? ¿Por qué el profesor no las aprobaba? ¿Y qué opinaban los estudiantes? ¿Cuál sería otro camino posible para definir poesía?

Incluso, podría haber suspendido la lectura de la introducción, olvidarla y dejar para otro momento un posible análisis de aquellas definiciones.

Pero el acto de romper la hoja clausuró definitivamente toda posibilidad de reflexión y de intercambio.

En aquel momento no supe ponerle nombre  a mi enojo. Hoy creo, luego de años que lo que me molestó de aquella escena es el acto de cancelación.

Cancelar siempre implica  desconocer.
No conocer.
Ignorar.

Cuando cancelamos, incluso aquello que nos resulta absolutamente repudiable, nos estamos negando, y negamos a los demás, la posibilidad de cuestionar y de construir una mirada crítica hacia esa otredad.

Creo, humildemente, que para construir nuestro campo de pensamientos, nuestras ideas, resulta necesario, imprescindible, recuperar aquellos otros pensamientos que dan cuenta de esas otras miradas.

En aquella película, en la simple orden de romper la hoja, el profesor estaba borrando, negando, anulando, la existencia de ese otro pensamiento. Un pensamiento estructurado, rígido, pero un pensamiento puesto en palabras.

Palabras canceladas.

La palabra rota siempre es un acto de violencia.




Comentarios

  1. Vos sabés que nunca me gustó esa película y ahora encuentro un motivo más. Deberíamos profundizar el tema de la cancelación

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  2. Qué bueno que podemos definir las palabras y debatir las definiciones

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  3. Rebelarse es romper, no hay redes para el que se revela salvo las que construyan les compañeres de rebelión es cierto, pero y si una está sola? Hoy el suicidio es una acto político, lo vemos una y otra vez en el mundo (rebeliones populares que comienzan con un suicidio) Y la violencia es necesaria cuando se trata de la autodefensa. En el contexto opresivo y opresor de la escuela de élite de la película romper la hoja era una acto de violencia simbólica tal vez muy necesaria. Yo he roto hojas de libros, al menos simbólicamente, después de leerlos, claro.

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    1. No comparto. El tema es extenso. Creo que no te estás rebelando contra lo que no conocés. Desde lo personal podés romper todas las hojas que quieras. Desde la educación, creo que el desafío es otro.

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