La disputa por el sentido

Difícil dejar de hablar de todo lo que está pasando.

Cronología 

Día uno: el anuncio de una serie de medidas para empobrecernos más a los trabajadores. En las redes algunos seguidores se lamentan porque una cosa es bancar los trapos y aguantar la tormenta y otra muy distinta es ver cómo se duplica el valor de los planes sociales. No sé si saben cuál es el monto de estas asignaciones y cuán desfasado está hoy.

Día cinco: la vieja nueva ministra de seguridad, la que reprimió a mapuches, la que negó los asesinatos de Santiago y de Rafael Nahuel, esa misma, anuncia un protocolo para reprimir manifestaciones populares. Muchas personas dicen que está bien, porque circular es un derecho.

La nueva ministra del ministerio de capital humano agrega una serie de amenazas siniestras: "El que asista a un paro deja de cobrar el subsidio". 

Día siete: una emergencia climática y un rambo trucho que expresa el abandono literal del Estado ("Confío en que van a salir adelante con los recursos que tienen" dice el presidente). Sobre esto nadie dice nada.

Día diez desde la mañana: desde los parlantes de todas las estaciones del tren una voz suave y calma recuerda a quienes quieran manifestarse que si van a reclamar no recibirán la escasa ayuda que hoy reciben. A continuación informa a qué teléfono deben denunciar a quién los obligue a asistir. El mensaje se repite una y otra vez: "Queremos darte la tranquilidad de que si cumplís con la ley vamos a cuidarte". Suena a amenaza. El gobierno horas más tarde dirá con orgullo que fueron miles las denuncias. Entre ellas, se difunde una a la JP Evita, organización que curiosamente no llamó a marchar. Como todas las mentiras de los últimos días, nadie corrige ni aclara nada. Los funcionarios plantean con orgullo que esta medida rompe con la extorsión de ciertas organizaciones pero no dicen nada de la extorsión que ellos mismos llevan adelante.

Día diez por la tarde: durante la marcha los canales muestran imágenes que parecen copiadas de la serie 24. Un mandatario que junto a sus colaboradores monitorea un despliegue exagerado y absurdo de policía urbana, policía federal y gendarmería mientras miles de personas participan de manera absolutamente pacífica de ese encuentro que alguna vez, no hace tanto, fue un derecho incuestionable. Los medios elogian que no hubo inconvenientes. Agrego que las marchas nunca son peligrosas, peligroso es que repriman. 

Día diez por la noche: si faltaba algo para sentir asfixia, por cadena Nacional el mandatario anuncia la modificación por decreto de 360 leyes que sin discusión alguna, le abren las puertas a la megaminería, a las grandes empresas, a las privatizaciones, a los bancos, a los terratenientes y a todos los poderosos. En las redes, se siente como un golpe terrible para la oposición aunque todo es felicidad para sus seguidores: "no nos defraudaste", "Sos un campeón" y frases por el estilo. Es como vivir en una Argentina paralela.

Día diez por la noche después de los anuncios: en respuesta al decretazo y a la prohibición de ocupar calles, las cacerolas, los gritos y las canciones de protesta cubren calles, veredas y plazas de CABA. El Congreso se llena de manifestantes.

Creo no equivocarme si digo que este es el momento más conmovedor y potente de los últimos tiempos. 

Los días siguen pasando y el impacto dura. Las cacerolas continúan sonando cada noche y hay réplicas en distintas provincias de la Argentina. Ante la situación, desde el poder aclaran que seguirán el mismo rumbo. Se burlan de los reclamos "ni siquiera saben de qué se tratan los cambios" dicen. Nos quejamos de necios, dicen.

Nos subestiman.

Día 17: mientras publico esta nota, el vocero presidencial anuncia la ley ómnibus. El presidente se atribuye por dos años, con posibilidades de ampliar el tiempo, el poder absoluto sobre la economía, la justicia, las leyes, todo. Entre todo el texto un párrafo indica que si hay más de tres personas reunidas alterando el funcionamiento de la sociedad iran presos sin excarcelación pisible. Así, de manera solapada, se instaura una etapa demasiado parecida a otras que pensamos que habían quedado atrás.

En tanto, una multudinaria marcha cubre la plaza frente a Tribunales en repudio al DNU. Parece que ante cada intento de defendernos tienen preparado un nuevo ataque.

Curiosamente para mí, la gente sigue festejando. Pregunto a alguien que voto esto qué opina y me indica que aún está observando.

Yo no lo puedo entender. 

Empiezo a dudar del mundo que me rodea, de la cordura, la propia y la ajena. A los seguidores, los del 56%, parece no importarles que más allá del contenido del decreto (que sí conocemos) y de la ley ómnibus, todas las acciones políticas son absolutamente totalitarias.

Todo esto me parece triste y doloroso. No entiendo. A menos de quince días este gobierno amenazó, extorsionó, usurpó poderes. Como en las épocas más tristes de nuestra historia. Pensé que en ese punto, al menos, la mayoría de los ciudadanos estábamos del mismo lado. 

Siempre supimos de la derecha, del poder económico, de los pro dictadura. 

Pero francamente los imaginaba más lejos. No sé cómo llegaron, pero están acá, a mi alrededor.

En realidad estos, los de acá, son sus soldados, sus lacayos. No tienen poder y van a sufrir igual que yo, igual que todos, pero hoy avalan este horror. 

¿De dónde salen sus discursos?

El camino es largo, sinuoso.

Para llegar acá hubo quienes allanaron el camino. 

Políticas que generaron desgaste, enojo.

A veces unos parecen la continuación de los otros, el complemento. 

¿Estaríamos acá si...?

Sí, hubo abandono, corrupción, clientelismo, ausencia de opciones. 

Todo cierto, pero no alcanza para entender y hoy no me interesa seguir dividiendo aguas con purismos teóricos de izquierda. Hoy somos ese cuarentena y cuatro por ciento que miramos hacia el cielo y vemos el inminente impacto del meteorito. Lo vemos y nos pasa como a Casandra. 

Gritamos, advertimos, contamos, pero nadie nos oye. No nos creen, nos miran, nos escuchan y se burlan de nuestra desesperación. 

___________

El sacrificio

Casandra pudo ver el futuro, pero no pudo evitar la desgracia, porque nadie creyó en sus palabras. 

Así estamos.

Sigo pensando qué difícil es combatir esto que no entendemos. 

Porque no se trata sólo de un gobierno que toma medidas autócratas y dañinas.

Se trata, además, y fundamentalmente, de la aceptación pública que estas medidas provocan en los demás. 

Se trata de una mayoría que decidió no cuestionar nada.

Hay consenso, aval y por eso pueden hacer lo que hacen.

Todas las acciones hasta hoy parecen extraídas de la más sórdida novela de ciencia ficción.

Y esto recién empieza.

Mientras nosotros, los molestos de siempre, nos preguntamos qué está ocurriendo, el resto festeja y se prepara para el sacrificio. 

Se normaliza el sufrimiento.

Los que siempre aspiraron a más en la escala social, hoy aceptan, abnegados, un destino de miseria. El odio hacia el pasado y la promesa de un futuro de gloria parece ser todo lo que se necesita para crear la obediencia. 

Una diputada recomienda usar bicicleta y compartir el alquiler y un periodista afirma que hay que acostumbrarse a comer una vez por día. 

¿Sabrá este periodista que muchas familias, desde hace años, comen una vez al día?

¿Sabrá el daño que le produce a un niño comer una vez al día? 

Siempre pensé que los docentes sí lo sabíamos.

Por eso es inexplicable que tantos docentes hayan votado esto.

Por eso es inexplicable que todo lo que ocurre no sea un escándalo.

Por eso, definitivamente, la lucha es por el sentido de la historia, de la vida, de las decisiones políticas. 

Perdimos la batalla. Seguramente fue hace tiempo. Y ahora el absurdo nos golpea en la cara.

Hace unos días, en una declaración, el presidente dijo que los caceroleros sufrimos el síndrome de Estocolmo, es decir, que nos identificamos con nuestro captor. Interesante la metáfora. En este caso se refiere al Estado como instrumento de control y sometimiento, algo que alguna vez planteó Focault. Sin embargo, la salida es engañosa, porque la ausencia del Estado no es tal. Ninguna de las medida hasta ahora demuestra su ausencia sino una firme presencia al servicio del poder. El Estado rematando los bienes patrimoniales, quitando trabas a las empresas extranjeras, depositando el peso del ajuste en los salarios de los trabajadores. 

La mentira, disfrazada de verdad, cala en lo más profundo de la ambición. 

Tardé en entenderlo, pero en los últimos años empezó a construirse este discurso del emprendedurismo y la meritocracia: si alguien X, es talentoso y trabajador debería poder cumplir sus sueños de poder y riqueza pero hay un estado que propone ciertas reglas que, a X, gran empresario potencial, le impiden su desarrollo. Las leyes le exigen que pague impuestos, que inscriba a sus empleados con un salario, vacaciones, aguinaldo. El futuro gran empresario no puede con esas cargas. La culpa no es de los poderosos que se queda con la ganancia del trabajador, la culpa de todo es de los pobres, porque es a ellos que el Estado beneficia con el dinero que le saca a X.

Después del anuncio del decreto, recorro las redes, busco opiniones. Una señora se alegra porque ahora no va a ser rehén de su obra social. Algunos le advierten que la obra social es gratis y que no todos podrán pagar una prepaga. La señora repite el cassette: "Nada es gratis, alguien lo paga". La señora dice que su obra social hace rato que funciona tan mal que tiene que pagar todo por fuera y es cierto. Está harta y ya no quiere más quedarse con las migas. 

Como ese, puedo nombrar varios ejemplos. El tipo de la plantearía que me promete que vamos a esta mejor; mi alumno, que armó una pequeña empresa cooperativa y cree que estas medidas lo van a favorecer; la peluquera que cuenta del esfuerzo que hizo para poner su negocio y que se alegra de poder tener colaboradores en lugar de empleados en blanco. 

¿Qué tienen en común el tipo de la plantería, mi alumno y la peluquera?

Todos ellos se sienten de clase media. Todos podrían ser empresarios, si el Estado no interfiriera.

Todos ellos podrían acceder a la prepaga, la escuela privada y el barrio cerrado. Para eso trabajan tanto. Pero el Estado les quita para darle a los pobres, que obviamente, son pobres porque quieren.

Y otro vez el odio de clase y la identificación con el poderoso.

Creímos que junto al Macrismo habíamos derrotado a la derecha. No vimos la semilla.

Una semilla abonada por el hartazgo de malas políticas, de hacer de cuenta que, de vaciar de contenido. 

Así se construye el desprecio al otro.

El desarrollo individualista.

La única forma de ganar esta batalla es desarmando el discurso. 

Se trata de ganar la batalla por el sentido.

Porque esa es la batalla que perdimos primero.


______________________


La lucha es por el sentido 


En las redes, en el aula, en la calle.

En todos lados escucho la mismas frases.

"Nada es gratis" dicen "Si algo es gratis alguien lo tuvo que pagar".

Como en una plegaria replican frases que expresó desde la pantalla el nuevo mesías.

La idea disparatada de que todos viven de su plata. Porque ellos pagan impuestos y los pobres no.

 ¿Por qué deberían pagarles a otros sus debilidades? Si los que reciben ayuda del Estado no hacen nada por estar mejor.

Con los empleados estatales ocurre algo parecido. Viven de su plata.

Todos lacras mantenidos del estado.

Pero ellos entendieron el valor del trabajo. Ellos sí tienen deseo de mejorar.

¿Por qué deberían hacer caridad con su dinero?

Desde ese desprecio al otro, surge la propuesta de romper el Estado, destrozar los lazos solidarios. La fantasía de que, aunque ellos también se perjudiquen, van a sobrevivir porque ya no cargarán más el lastre de los mantenidos. 

Todas estas ideas se fueron cociendo a fuego lento y no las vimos.

En este punto, fue fundamental el hartazgo hacia un sistema que no funciona hizo lo suyo.

¿Por qué reivindicar obras sociales vaciadas, escuelas rotas, hospitales abandonados?

¿Por que aceptar que el Estado msntenga planes que se perpetúan en el tiempo?

La identificación entonces, es con el que accede a otros beneficios. Es hacia allí.

En las redes leo los comentarios: "Recién ahora se dan cuenta que hay inflación?" dicen. Las malas políticas de los últimos años son la excusa perfecta para aceptar todo lo que ahora se hace mal. Porque son excusas y en lo más profundo, lo que ocultan, es un odio latente.

Pienso en la dictadura militar y se me ocurre que, si hubieran existido redes sociales, los reclamos serían parecidos: "Recién ahora ven que hay violencia?".

Los errores del pasado, las promesas de un futuro mejor y un enemigo común. El coctel perfecto. Así construyeron sus cimientos los gobiernos totalitarios.

Desarmar esta lógica es lo más complejo y creo que lo más urgente. 

Y lo más difícil, porque unos y otros estamos tan enojados, tan defraudados, que el diálogo se hace imposible. 

_____________

 Futuros 


"Mientras el desastre continúa..."

Escribo la palabra desastre y me parece demasiado... no, no, es la palabra justa.

Mientras el desastre continúa pienso con tristeza que no vamos a ganar hasta que perdamos.

Terrible paradoja.

Porque tenemos razón. Porque esto sólo nos puede llevar a un desastre mayor, a una brecha más grande, más pobreza, más abandono.

Pero parece que no hay cacerola ni marcha ni discusión que alcance para que nos escuchen.

El caballo de Troya ya está aquí y somos Casandra.

Seguiremos gritando, reclamando, porque es lo que hacemos ante la injusticia. Porque todo lo que ganamos y todo lo que defendimos siempre fue en las calles, con los otros.

La injusticia nos afecta. No se trata de caridad sino de construir derechos.  

Preguntas.

¿Cuánto de tu vida diaria recibe la ayuda estatal? ¿Sos un mantenido?

¿Puede alguien salir adelante sólo con esfuerzo propio, sin herramientas económicas, afectivas,  intelectuales? 

¿Qué herramientas tuviste vos para estar dónde estás?

¿Es posible correr al Estado de las decisiones económicas de las personas? ¿No está otra forma de acción y presencia?

¿Por qué el Estado debería ocuparse de los que menos tienen?

¿Cómo nos beneficia, como sociedad, que el otro esté mejor?

Estas son algunas preguntas que necesito plantear al que esta enfrente. 

Cuando no tengo respuestas, pienso preguntas. 

 Si se te ocurren otras, te leo.

Comentarios

  1. Yo vivo estos últimos días con una gran sensación de pérdida. No hablo de las medidas puntuales que nos afectan como ciudadanos, laburantes...
    Siento que perdimos la batalla ideológica. La mirada social sobre cómo queremos vivir. Estoy triste, preocupada, derrotada 😪

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  2. Yo me pregunto, por qué el pueblo no se planta en la puerta de la CGT a reclamar a sus dirigentes? Yo creo que es mayor el sentimiento de frustración por lo que los propios hacen por acción u omisión. Gastamos mucha energía en reclamar a un gobierno de facto que jamaz se comoverá ni por pragmatismo.

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  3. te das cuenta como.mis temores desde el día 1 no eran nada más que angustia Me la vi venir

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