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Mostrando las entradas de febrero, 2022

De las cicatrices en el aula y de cómo regresamos

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Secuelas Hace unos días Juan aprendió a atarse los cordones, otra vez. Sí, otra vez. Ya había aprendido hace unos años. Hubo aplausos, videito y todo lo demás. Pero después vino la pandemia. Un año sin salir de casa, pantuflas y ojotas, y cuando volvió a salir al mundo, medio a los ponchazos, no hubo ni tiempo ni ganas de volver a aprender aquella práctica olvidada. Recién este verano pudimos practicar y recordar. Me sé una afortunada, una suertuda. Porque en esta realidad tan difícil para tantas personas pude tener un tiempo precioso para dedicarle a mi hijo y a sus cordones. Se necesita tiempo y cierta calma para recomponer algunas prácticas que se rompieron durante el desastre. Eso fue lo que pensé aquel año encerrada con Juan en casa. En medio de la pandemia  yo pude estar y acompañar a mi hijo en sus tareas escolares, en sus juegos, dibujando, leyendo. Muchos familias no tuvieron esa posibilidad y hoy en las aulas de las escuelas lo que se ve es la consecuencia de toda

Parte del arte

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"Ayúdame a mirar" había dicho el niño, en aquel cuento de Galeano, ante la inmensidad del mar. Esa frase me vino a la mente cuando entré con Juan a "Imagine", la muestra inmersiva de Van Gogh en la Rural. En cuanto atravesamos la entrada, la melodía de los violines nos envolvió y de pronto las imágenes  estallaron por todas partes. Un sacudón en todo el cuerpo, piel erizada. Ahí estaban los girasoles, aquí, allá, inmensos. Y también las ramas delgadas de los almendros con sus flores y por supuesto los lirios. Otro sacudón. Los ojos se humedecen. Todo es emoción. La música nos envuelve. Con Juan empezamos a caminar. Hay gente charlando, gente sentada, acostada. Nos sentamos por ahí y dejamos que los colores y las imágenes nos sorprendan. Ahora es de noche, por todas partes es de noche. Noche estrellada. Amo ese cuadro. Sé que no soy original, pero por qué debería serlo? La noche estrellada siempre me produjo una increíble fascinación. Mi vista se pierde ávida entre l

Nosotras, las dueñas de las tareas mentales

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Abrís los ojos y recordás que es domingo. Un bello domingo lleno de posibilidades. Planificás mentalmente todo lo que querés hacer: escribir un poco, avanzar con esa lectura que en la semana postergaste, terminar de ver la serie que habías empezado. De pronto una punzada justo en el centro del estómago y todos los pensamientos domingueros son barridos, espantados, arrasados por un listado de obligaciones que ahora ocupan todo tu pensamiento. Y como si tu mente fuese la gran pantalla de una computadora, el listado empieza a correr, a correr, a correr, y no para. Parece interminable. El cuidado de la casa, de la familia y de la mascota, por supuesto. Toda la información está allí.  Todavía no saliste de la cama y ya estás agotada. La carga mental La primera vez que escuché el nombre de ese cansancio sentí alivio, ese alivio que llega cuando algo por fin se empieza a entender. El problema seguía allí, por supuesto, pero ahora tenía nombre y tenía una causa, una razón. No era mi conducta o

San Valentín y el amor romántico

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Estoy conversando con mis colegas docentes. No sé cómo comento algo acerca de una amiga, que es como una tía para mi hijo. Una compañera me pregunta si mi amiga tiene hijos grandes.  "No, mi amiga no tiene hijos. Nono, tampoco está casada".  Mi compañera pone cara de decepción:  _ ¡Qué pena! _me dice, o algo parecido.  Le digo que no, que no hay pena, porque mi amiga es una persona muy feliz y la pasa muy bien así como está, solterísima. No hay forma, la cara de pésame no se va.  Es difícil creerlo, pero aún hoy, con todas las conquistas y con todo lo que aprendimos, ser una mujer adulta y estar soltera es motivo, al menos, de desconcierto. Ya le dediqué varios posteos a esta cuestión de cómo recuerdo que se percibía la soltería de la mujer cuando era chica, pero increíblemente aún hoy pesa un cuestionamiento sobre esas mujeres.  Yo misma, que me casé casi a los cuarenta, escuché varias veces la advertencia: "Mirá que se te va el tren". La advertencia es clara: apur

Regreso a la escuela

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Llega febrero. A partir del primero es y no es descanso. Todavía no nos toca volver pero no se habla de otra cosa. No son vacaciones, estamos en disponibilidad. Los grupos de watsap despiertan del letargo y entonces he aquí la pregunta. Esa pregunta. Siempre la misma. ¿Cuándo tenemos que volver? Los que tienen menos de veinte años este día y el resto este otro. Ahí aparece la otra pregunta, igual de inevitable: ¿Hay que cumplir horario? Las respuestas son variados: sí, según la escuela, no, no se debe cumplir horario. Cumplir horario. Si algún experto lingüista me explica cómo interpretar esa frase se lo agradeceré enormemente. "Cumplir horario" es una frase extraña: se pueden cumplir metas, proyectos, objetivos; se puede cumplir un cronograma de trabajo, se cumple con actividades pautadas; se podría cumplir un deseo y una función.   Cumplir con algo para obtener un beneficio, un resultado. Pero cumplir horario, es definitivamente extraño. Así arrancamos. Todos

La magia de los confines

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Hace cuatro años se fue Liliana Bodoc y  nos sigue haciendo falta. Nos hace falta su voz, su palabra, su mirada. Nos hace falta su escritura para contar la historia, para reinventarla. A la Bodoc la conocí en 2004. Por entonces compraba la revista La mano y fue en la sección de críticas literarias que me llamó la atención una nota sobre La saga de los confines. No me acuerdo qué decía pero me cautivó, tanto que en cuanto pude me compré el primer libro de la trilogía, Los días del venado. Esta mujer se había abocado durante varios años a un trabajo de estudio, de investigación y de escritura para crear aquel libro, se había trasladado desde Mendoza a Buenos Aires y había recorrido con su manuscrito varias editoriales, hasta que al fin alguien leyó y entendió, y fue entonces que llegó a nosotros su primera novela. Y era una novela maravillosa. Empecé a leer y así entré al universo de Las tierras fértiles en Los Confines. Conocí a Vieja Kush, a Tunghur, a Dulkancellin.  Había en cada p