Nosotras, las dueñas de las tareas mentales

Abrís los ojos y recordás que es domingo. Un bello domingo lleno de posibilidades. Planificás mentalmente todo lo que querés hacer: escribir un poco, avanzar con esa lectura que en la semana postergaste, terminar de ver la serie que habías empezado.

De pronto una punzada justo en el centro del estómago y todos los pensamientos domingueros son barridos, espantados, arrasados por un listado de obligaciones que ahora ocupan todo tu pensamiento. Y como si tu mente fuese la gran pantalla de una computadora, el listado empieza a correr, a correr, a correr, y no para. Parece interminable.

El cuidado de la casa, de la familia y de la mascota, por supuesto. Toda la información está allí. 

Todavía no saliste de la cama y ya estás agotada.

La carga mental

La primera vez que escuché el nombre de ese cansancio sentí alivio, ese alivio que llega cuando algo por fin se empieza a entender. El problema seguía allí, por supuesto, pero ahora tenía nombre y tenía una causa, una razón.

No era mi conducta obsesiva, o mi problena para delegar, tampoco era que me costara organizarme. Eso que me pasaba le pasaba a las otras mujeres, a muchas otras y tenía nombre.

Carga mental.

La carga mental es una enorme cantidad de actividades mentales que desarrollamos para resolver todas las tareas cotidianas. 

Algo que sin saberlo, aprendí en la infancia.

Desde pequeñas las mujeres hemos aprendido cuáles son nuestras responsabilidades. Mamá nos enseñó lo que a su vez aprendió de su madre. Las tareas de la casa, el cuidado de los otros.  

En los juegos, claro, con nuestras muñecas, pero también en los quehaceres del hogar.

En casa, terminábamos de almorzar y mientras mi mamá lavaba los platos, mi hermana y yo los secábamos y los guardábamos. Tengo la imagen en la retina, las tres paradas frente a la mesada. También nos organizábamos los fines de semana o en vacaciones, cuando no había escuela: una hacía las camas y barría la habitación y la otra hacía los mandados.

Éramos buenas hijas.

Sinceramente no ocupaba mucho tiempo, y aprender todas esas tareas creo que no estaba mal.

Lo malo era que fuese un aprendizaje selectivo y basado en el género.

Lo malo era que se trataba de un aprendizaje absolutamente asimétrico.

¿Dónde estaba mi papá mientras hacíamos todo eso?

De esa forma, aprendimos que las tareas del hogar son nuestra responsabilidad y de nadie más.

En los últimos tiempos empezamos a tratar de desarmar, barajar y dar de nuevo, compartir las tareas, las actividades.

Pero nadie nos advirtió que junto con las actividades del hogar viene adosada, amalgamada, cubriéndolo todo, la terrible carga mental: quién sabe lo que hay que hacer, quién indica, quién organiza, quién  delega.

Quién se cansa mucho antes de empezar a hacer.

Las economía del hogar, la salud de los hijos, el listado de compras, todo está en nuestras manos, y en nuestras mentes.

Esas decisiones son nuestras, aunque las acciones sean compartidas.

No es facil verlo, y más difícil intentar cambiarlo. A veces creemos que nadie puede hacer las cosas mejor que nosotras, a veces nos endulzan con elogios y aplausos. 

La reina del hogar.

El alma de la casa.

La luz que ilumina todo.

¿Sin vos que haríamos?

Crecimos para creerlo.

Siempre creí que las mujeres que tomaban las decisiones del hogar, eran fuertes y dominantes. 

Pero no es así. Sobre ellas pesa una serie de responsabilidades que aprendieron a sobrellevar.

No es empoderamiento. 

Es patriarcado.

Porque no pensar cuándo ni cómo, recibir instrucciones y nada más, en fin, delegar en nosotras toda la organización del hogar es otra forma de desigualdad.

Nosotras aprendemos nuestras responsabilidades y ellos aprenden sus privilegios.

Es esa desigualdad que se perpetúa, a veces más grosera, a veces más sutilmente.

Pero siempre es privilegio.

¿Cómo se construyen estructuras diferentes?

No lo sé, no estoy segura de nada.

No sé cómo ni por dónde.

En lo personal sigo peleando y peleándome con los roles, sigo tratando de desarmar, de plantear, de visibilizar. Cambiar algo que no se ve y no se entiende es imposible. Por eso hay que empezar por ponerle nombre, señalarlo, verlo.

Pero no me resulta fácil. Aún cuando no hago las tareas, aún cuando las comparto, la carga mental está ahí. Es mía, y me cuesta compartirla.

Romper estructuras heredadas es difícil. 

Todavía no le encuentro la vuelta. Seguramente muchas mujeres que lean este posteo han logrado acuerdos y construcciones más horizontales, y muchas otras quizá estén muy lejos de esas posibilidades. 

Pero más allá del camino personal de cada una, más allá de mi historia o de la tuya o de la otra, la respuesta no puede ni debe ser individual.  

La respuesta tiene que ser colectiva y sin dudas tiene que ser política.


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Comentarios

  1. "Casa sin mujer, barco sin timón" así rezaba un azulejo decorado en el patio de la casa de mis abuelos.

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  2. "Nosotras aprendemos nuestras responsabilidades y ellos aprenden sus privilegios."

    Encuentro mucho sentido en tus palabras, aún compartida la carga mental nos pesa más a nosotras, para seguir pensando🙌

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    1. Qué bueno que podamos pensarlo, porque ya no lo vivimos como una consecuencia natural de ser mujeres.

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