Laberintos
Hubiese deseado tener algo escrito el lunes, cuando todavía me duraba la alegría. Una de las primeras alegrías legítimas en estos últimos tiempos, pensaba.
Después, con el correr de los días, ocupaciones varias, distracciones, fui postergando el momento de la escritura.
Qué lástima. Porque ahora que pasaron un par de días y que una suave brisa sopló y arrastró todas las emociones, veo que debajo sigue la tristeza, sigue la decepción, sigue la bronca...
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No fue alegría, fue alivio, un poco de alivio.
Le hicimos una pequeña herida al poder.
Una advertencia, un freno.
No fue alegría sino yna lluvia suave, una brisa, una caricia leve que sobrevuela, la mueca que no llega a ser sonrisa.
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Opciones, opciones, el problema es que no hay opciones.
Esto o lo de siempre.
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_ ¿Cómo salimos del laberinto? ¿Dónde está la puerta?
_ No hay puerta, no existe tal cosa.
_ ¿Y entonces, cómo salimos?
_ Si no hay puerta no hay salida.
_ ¿Cómo es posible? ¿Cómo hicieron los otros?
_ Nadie salió nunca del laberinto.
_ Mentira.
_ Creyeron salir, pero aquí están todos, toda la humanidad.
_ Tiene que haber una puerta.
_ No hay.
_ Pero puede haber.
_ ¿Cómo?
_ La inventamos.
_ ¿Cómo?
_ Entre muchos.
_ ¿Cuántos?
_ Entre todos los que podamos soñar esa puerta.
_ ¿Y cómo la van a hacer?
_ A las patadas si es necesario.
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Hace dos años, en el cierre de las PASO, el por entonces candidato a presidente, prometió que iba a destruir "esa aberración que es la justicia social" y con esa sentencia anticipó todo lo que se venía.
Quizás por cierto interés profesional, las palabras no me son indiferentes. Y si no me equivoco era la primera vez en toda mi vida y creo que en la historia política de nuestro país, que la frase "justicia social" estaba acompañada de la palabra "aberración" en un discurso oficial.
¿Cómo alguien puede decir que la justicia, en el orden que sea, es una aberración?
A la distancia, casi dos años después, sigo sin entender que le pasa a una sociedad que escucha esto y lo acepta.
¿Cuántas personas escucharon aquel discurso? ¿Cuántas personas aceptaron esas palabras?
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Fue una alarma, una de tantas. Porque después los insultos siguieron.
Uno tras otro.
Desde aquellos días las palabras del poder se convirtieron en garras, en armas punzantes.
¿Cómo parar está violencia?
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Claro que siento el alivio, pero no es alegría, es alivio.
Una sensación casi corporal.
Pero después del alivio hay que pensar y accionar.
¿Cómo inventamos una puerta para salir de esta trampa?
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La verdad, dicha despacito pero con claridad, es que perdieron por su propia impericia y no por nuestro gran desempeño.
Su derrota no equivale a una victoria nuestra.
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Con los de siempre no se construyen puertas.
Con los de siempre cada desvío, cada atajo, cada eleción, nos lleva nuevamente al centro del laberinto.
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¿Cómo crear esa puerta?
¿Con quienes?
¿Cómo creamos esa puerta?
¿Puede la rabia ayudarnos? ¿Cómo no rompernos cuando rompemos?
¿Puede entonces el pensamiento ser nuestra guía? ¿Y si nos ahogamos en los charcos del análisis intelectual?
¿Necesitaremos rabia y pensamiento?
Será que estoy más vieja, porque cada vez me redultan más necesarias las preguntas que las respuestas.
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