Volver a la escuela
Y aquí estamos.
De vuelta en las aulas.Tapabocas y máscara.
Subo las escaleras y cuando llego mi nuevo sexto, en realidad la mitad del curso, la burbuja A, está afuera del aula, esperando que las porteras terminen de desinfectar.
Después la prece los hace pasar a todos al aula y atrás entro yo.
Los miro.
Les pregunto cómo están, cómo pasaron el 2020, qué hicieron.
Algunos dicen que les gustó pero que fue muy largo, otros la pasaron mal.
Casi todos dicen que querían volver a la escuela.
Estamos en esa aula fea y fría, casi no nos escuchamos, pero ellos querían estar acá.
Entonces les empiezo a hablar del tema que preparé: literatura humorística. Les cuento lo difícil que es hacer reír, tanto en la literatura como en el cine o en el teatro, porque las personas, en general, no nos reímos de las mismas cosas.
Uno de los chicos menciona a Chaplin. Vio varias películas y les cuenta a sus compañeros de qué se trata Tiempos modernos.
Después les comparto un cuento con el celular, uno de Fontanarrosa. Leo un poco yo y un poco ellos. Les gusta, se ríen porque está lleno de palabras fuertes y groseras.
La hora pasa.
Para cuando toca el timbre ya estamos más relajados. Me saludan y salen.
Me duele un poco la garganta de tanto alzar la voz, pero me doy cuenta de que me siento feliz, no me acordaba de lo mucho que me gusta dar clase, hablar de libros, contar historias, conversar con mis estudiantes.
Me gusta dar clase.
Me gusta mucho dar clase.
Mientras se ubican tengo que pedirles a dos chicas que no se abracen. Me siento muy estúpida, les pido disculpas pero así es la cosa, qué vamos a hacer.
También les digo a todos que se dispersen un poco, porque como es la costumbre mis doce estudiantes rumbean todos juntos para el fondo, en ese ritual escolar de siempre que hoy la pandemia estropea.
Les vuelvo a pedir disculpas. Me siento mal por tener que separarlos, aunque no hay quejas. Están callados y tranquilos. No gritan ni se ríen fuerte.
Por las ventanas muy abiertas entra un frío otoñal y muchísimo ruido de los colectivos.
Saludo pero mi voz se pierde y no llega a mis alumnos.
Sigo hablando y mis palabras quedan atrapadas en el muro de acrílico de mi máscara.
También les digo a todos que se dispersen un poco, porque como es la costumbre mis doce estudiantes rumbean todos juntos para el fondo, en ese ritual escolar de siempre que hoy la pandemia estropea.
Les vuelvo a pedir disculpas. Me siento mal por tener que separarlos, aunque no hay quejas. Están callados y tranquilos. No gritan ni se ríen fuerte.
Por las ventanas muy abiertas entra un frío otoñal y muchísimo ruido de los colectivos.
Saludo pero mi voz se pierde y no llega a mis alumnos.
Sigo hablando y mis palabras quedan atrapadas en el muro de acrílico de mi máscara.
No me escuchan.
A mí también me cuesta entenderlos cuando me dicen algo, con sus tapabocas y en ese aula demasiado grande en el que los sonidos rebotan.
Realmente, pienso, quiénes diseñaron este protocolo no entienden nada de lo que significa dar una clase.
Levanto la voz, hablo muy fuerte pero entonces la máscara empieza a empañarse con mi aliento.
Ya no los veo.
Esto es realmente incómodo.
En fin, tardo un rato para encontrarle la vuelta. Si levanto un poco la máscara, sólo un poco, si miro para abajo y si hablo casi gritando logró hacerme entender.
Mientras pruebo, mis nuevos estudiantes esperan, me tienen paciencia. Seguramente en estos días tuvieron que pasar por todas estas maniobras con cada docente.
A mí también me cuesta entenderlos cuando me dicen algo, con sus tapabocas y en ese aula demasiado grande en el que los sonidos rebotan.
Realmente, pienso, quiénes diseñaron este protocolo no entienden nada de lo que significa dar una clase.
Levanto la voz, hablo muy fuerte pero entonces la máscara empieza a empañarse con mi aliento.
Ya no los veo.
Esto es realmente incómodo.
En fin, tardo un rato para encontrarle la vuelta. Si levanto un poco la máscara, sólo un poco, si miro para abajo y si hablo casi gritando logró hacerme entender.
Mientras pruebo, mis nuevos estudiantes esperan, me tienen paciencia. Seguramente en estos días tuvieron que pasar por todas estas maniobras con cada docente.
Los miro.
Les pregunto cómo están, cómo pasaron el 2020, qué hicieron.
Algunos dicen que les gustó pero que fue muy largo, otros la pasaron mal.
Casi todos dicen que querían volver a la escuela.
Estamos en esa aula fea y fría, casi no nos escuchamos, pero ellos querían estar acá.
Entonces les empiezo a hablar del tema que preparé: literatura humorística. Les cuento lo difícil que es hacer reír, tanto en la literatura como en el cine o en el teatro, porque las personas, en general, no nos reímos de las mismas cosas.
Uno de los chicos menciona a Chaplin. Vio varias películas y les cuenta a sus compañeros de qué se trata Tiempos modernos.
Después les comparto un cuento con el celular, uno de Fontanarrosa. Leo un poco yo y un poco ellos. Les gusta, se ríen porque está lleno de palabras fuertes y groseras.
La hora pasa.
Para cuando toca el timbre ya estamos más relajados. Me saludan y salen.
Me duele un poco la garganta de tanto alzar la voz, pero me doy cuenta de que me siento feliz, no me acordaba de lo mucho que me gusta dar clase, hablar de libros, contar historias, conversar con mis estudiantes.
Me gusta dar clase.
Me gusta mucho dar clase.
Pero lo que no me gusta nada es la pandemia.
No me gustan los contagios.
No me gustan los ocho mil casos diarios, ni la promesa de una tercera ola.
No me gusta que la vacuna sea un valor escaso, y definitivamente no me gusta la muerte.
Me gusta dar clase, sí.
Pero no me gusta estar dando clases, aunque me guste.
Y no, no es una contradicción.
No me gustan los contagios.
No me gustan los ocho mil casos diarios, ni la promesa de una tercera ola.
No me gusta que la vacuna sea un valor escaso, y definitivamente no me gusta la muerte.
Me gusta dar clase, sí.
Pero no me gusta estar dando clases, aunque me guste.
Y no, no es una contradicción.
Así de simple y complejo
ResponderBorrar❤ así...
BorrarLos mismos sentimientos, te leo y creo que independientemente de la clase o escuela , todes sentimos lo mismo.
ResponderBorrar❤
BorrarMe encantó, me acordé del primer día que fueron mis hijas a la escuela con esta modalidad y m decían que no escuchaban a la maestra!!! pero estaban tan felices a la salida!!
ResponderBorrar😍😍😍 son los tiempos que nos tocan vivir!
BorrarQué hermoso relato, tan cierto, me encanta también dar clases pero qué difícil en este contexto!!
ResponderBorrarMe acordé de vos cuando lo escribí, algo de esto habías comentado que sentiste. Abrazo!❤
BorrarQué solución proponemos entonces? Porque no se puede estar en misa y en procesión.
ResponderBorrarCómo mamá y como docente participé en todos los espacios que pude resistiendo este regreso forzado. Yo creo que la vuelta debería haber sido más adelante, con vacunas y con un número menor de contagios.
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