Lo que dure el encanto

"Quiero un tiempo pero tiempo no apurado,
tiempo de jugar que es el mejor.
Por favor me lo da suelto y no enjaulado
adentro de un despertador".

                                    María Elena Walsh


Desde hace un tiempo Juan empezó a llevar bolitas a la escuela para jugar en los recreos. Como antes, como hace dos años. 

Un par de veces volvió feliz porque había ganado una meteorito y cada mañana se ocupó de guardar un par en el bolsillo de la mochila.

Le pregunté si los dejaban jugar y me explicó que sí, porque cada uno después limpiaba con alcohol en gel las bolitas que se llevaba.

No sé si pensé mucho en la pertinencia del juego. Sinceramente, y ya que el sistema los hizo regresar a la presencialidad en medio de la pandemia, me alegró imaginarlo jugando feliz.

Hoy volvió con una nueva prohibición de pandemia. Prohibido llevar bolitas, las bolitas pasan de mano en mano, andan por el piso. No se puede, es peligroso. 

_ ¡Maldita pandemia! _me dijo enojado. 

Cuando empezó el año, el deseo más grande de mi hijo era regresar a la escuela de forma presencial.

Al principio estaba encantado de volver. 

Los reencuentros, las explicaciones en un pizarrón de verdad, la seño, los recreos. 

Pero el encanto duró muy poco. 

Desde hace tiempo su entusiasmo comenzó a desaparecer. 

La distancia, la falta de contacto, el tapabocas, y todos los "no" pusieron límites claros a su entusiasmo. 

Nada por aquí, nada por allá.

Ni risas ni emociones.

Fin del encanto.

Roto el encantamiento.

Desencantado. 

Yo también estoy desencantada.

Los pibes están desencantados.

Tan silenciosos detrás de sus tapabocas, metidos a la fuerza en esas aulas tan vacías y tan frías.

Algunos chicos hacen las actividades, otros más o menos, otros nada. 

Les pregunté a mis alumnos de sexto si iban a decorar el aula como solían hacer los egresados antes de la pandemia. 

Ni siquiera me contestaron. 

La escuela es una cáscara, una simulación, un vacío.

Y aclaro, porque creo que es necesario, que no me refiero a las y los docentes, a quienes en general respeto y admiro, sino a la estructura política que es la educación. 

Porque no se trata de buenas voluntades ni de experiencias particulares sino de lo que hoy significa el diseño de las políticas educativas.

Hace mucho tiempo que deberíamos formatear la educación.

Hace mucho que las aulas deberían derribarse para crear espacios más interesantes, coloridos, equipados. 

Una escuela con recursos, con infraestructura, que trabaje con la mirada puesta en la diversidad, en la ecología, en las ciencias, en la tecnología, en el arte, y sobre todo en estos tiempos, que se vuelque a lo lúdico. 

Una escuela en la que todos juguemos mucho, a las bolitas, al ajedrez, con el ingenio y con el azar, con la tecnología y con el cuerpo. 

Y con la risa.

Una escuela que enseñe especialmente con la risa. 

Una escuela que nos encante. 

Qué hermoso sería. 

Y qué necesario.




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