Literatura en la escuela, y el problema de no enseñar a imaginar
"Profe, yo no me imagino nada".
Corrigiendo algunos trabajos de primer año de pronto me encuentro con esta respuesta que es una soberana trompada a mi entusiasmo docente.
Se trata de una actividad sobre El Principito: "Contame cómo te imaginás el encuentro del Principito con el zorro" les propongo.
Pero mi alumno no se imagina nada. Y no es el único.Mis alumnos están dispuestos a responder tediosos cuestionarios en los que deben explicar ambientación, tipo de narrador, tema, etc.
Están dispuestos a contarme detalles argumentales para que yo pueda comprobar si leyeron, si no leyeron o si se copiaron.
Están dispuestos a responder todo, copiando fragmentos del libro, contestando lo que esperamos, o simplemente improvisando respuestas absurdas.
Pero les resulta incómodo, desconcertante y hasta imposible responder preguntas en las que se les pide que cuenten cómo imaginan lo que están leyendo, qué sintieron o qué pensaron ante una lectura.
Por lo general estas preguntas quedan sin responder, en blanco, o las responden de manera escueta, como para sacárselas de encima.
A veces se acercan al escritorio o escriben en el classroom y me preguntan qué es lo que tienen que contestar, qué quiero que hagan.
O, como mi alumno, que con total sinceridad me responde "no imagino nada".
No entienden qué cosa extraña pretendo haciendo preguntas que están fuera de libreto.
Estas situaciones son habituales y cada vez que ocurren dejan en evidencia un montón de agujeros, esos agujeros que se enmendaron una y otra vez pero siguen siendo agujeros.
Fallamos.
Fallamos con nuestras miserables propuestas de análisis literario y de comprobaciones de lectura.
Fallamos con nuestras preguntas y nuestros sistemas de evaluación.
Este es el límite.
Este es el límite.
A ver...
Levante la mano quién realmente ha leído un cuento, una novela o una poesía pensando en responder un cuestionario.
Nadie ¿no ?
Claro, no leemos de esa manera.
Quienes amamos la lectura no la abordamos así nunca.
Leemos, apasionadamente, amorosanente.
Obsesivamente leemos.
Solemos analizar, buscar información. A veces preguntamos, confrontamos ideas, opiniones, pero siempre movilizados por la curiosidad, por el interés.
Los libros que leemos nos interpelan, nos provocan, nos conmueven.
¿Qué sentiste cuando Wilkilén murió?
¿Qué opinás de la relación de Snape con Harry?
¿Es un femicida Juan Pablo Castel?
¿Cómo es posible que el amigo de Aureliano haya estado en el cuarto en el que había de morir Rocamadour?
Lo que realmente queremos es entender, cuestionar, vislumbrar otras interpretaciones; queremos compartir o discutir puntos de vista.
Pero nadie, en su sano juicio, podría leer una novela para contar cuáles son las características de los personajes primarios.
¿Cómo es posible proponer en las aulas una lectura interesante e interesada cuando pedimos actividades que no nos interesarían a nosotros mismos cuando leemos?
Hace un tiempo que estas preguntas me dan vueltas y vueltas. Desde que empezó la pandemia y tuvimos que reinventar nuestros vínculos con los chicos a la distancia, desde entonces digo, estoy pensando en todo esto. Intento nuevos caminos, otros acercamientos.
Propongo actividades que me resultan interesantes, actividades para que los chicos y las chicas pongan en juego sus miradas lectoras.
Pero entonces me enfrento a una muralla del sentido.
Hasta acá, no más.
Son demasiado años de mala educación.
Aprendimos todo mal, y ahora enseñamos mal.
Reproducimos lo que aprendimos alguna vez.
Leer es "eso que te piden en la escuela".
Es cumplir con lo necesario, sino queda otra.
Pero leer, sabemos, lo sabemos bien, leer es otra cosa.
Tenía diez años cuando lo supe.
Leer era genial, era divertido.
Pero también descubrí que de todas las artes, la literatura era la única que no tenía buena prensa. Leer, para muchos, era un pasatiempo propio de personas aburridas, personas sin vida real.
Con los años, la experiencia y la desconfianza adquirida, aprendí que esos prejuicios no son inocentes.
Al poder le sirve que sepamos leer sólo lo justo y necesario. La palabra es una herramienta demasiado importante para permitir que circule, que se reinvente en todas partes, que cree pensamientos de independencia.
Fijate qué interesante es que en las escuelas la literatura no está incluida entre las materias de arte. No vaya a ser que a algún desprevenido se le ocurra creer que puede crear con las palabras.
Cuando me recibí de profesora en Letras, supe entonces que el desafío era intentar romper esas barreras. Si lograba transmitir algo, un poco, de lo que sabía y sentía, podía darme por satisfecha.
No voy a decir que todos estos años de trabajo fueron un desastre absoluto. Muchas veces me emocioné al saber que pude llegar a alguien.
"Profe, la verdad yo no sabía que eso de leer estaba tan bueno" me dijo una vez un atorrante lindo del entonces noveno. No me olvido más ni de él ni de otros.
Pero, para ser franca, en aquellos años estaba mucho más cómoda que hoy con ciertas estructuras de enseñanza.
Hoy no puedo.
El mundo que conocimos explotó de miles de maneras, y yo no puedo seguir preguntando en qué persona está el narrador de este cuento sin sentirme una idiota.
No puedo.
Y no sé cómo seguir.
Porque miro a mis alumnos y alumnas y busco en ellos alguna respuesta y tampoco la encuentro.
Estamos desencontrados, desorientados.
Estamos perdidos.
Yo les pregunto cómo imaginan pero ellos no imaginan nada.
No quiero terminar de escribir justo acá, con esta tristeza y con esta desesperanza.
Imagino capacitaciones docentes reales, no como los encuentros de cartón pintado que tenemos habitualmente. Capacitaciones en las que podamos problematizar nuestras experiencias, para construir otros caminos.
Imagino que se empieza a reconocer que nuestro trabajo es un trabajo de ideas y no de planillas.
Imagino que los profesorados son espacios en los que los futuros docentes pueden aprender a cuestionar la realidad.
Y ya que estoy imaginando, sigo, e imagino que mis estudiantes pueden crecer en un mundo en el que no hay limites para imaginar.
Levante la mano quién realmente ha leído un cuento, una novela o una poesía pensando en responder un cuestionario.
Nadie ¿no ?
Claro, no leemos de esa manera.
Quienes amamos la lectura no la abordamos así nunca.
Leemos, apasionadamente, amorosanente.
Obsesivamente leemos.
Solemos analizar, buscar información. A veces preguntamos, confrontamos ideas, opiniones, pero siempre movilizados por la curiosidad, por el interés.
Los libros que leemos nos interpelan, nos provocan, nos conmueven.
¿Qué sentiste cuando Wilkilén murió?
¿Qué opinás de la relación de Snape con Harry?
¿Es un femicida Juan Pablo Castel?
¿Cómo es posible que el amigo de Aureliano haya estado en el cuarto en el que había de morir Rocamadour?
Lo que realmente queremos es entender, cuestionar, vislumbrar otras interpretaciones; queremos compartir o discutir puntos de vista.
Pero nadie, en su sano juicio, podría leer una novela para contar cuáles son las características de los personajes primarios.
¿Cómo es posible proponer en las aulas una lectura interesante e interesada cuando pedimos actividades que no nos interesarían a nosotros mismos cuando leemos?
Hace un tiempo que estas preguntas me dan vueltas y vueltas. Desde que empezó la pandemia y tuvimos que reinventar nuestros vínculos con los chicos a la distancia, desde entonces digo, estoy pensando en todo esto. Intento nuevos caminos, otros acercamientos.
Propongo actividades que me resultan interesantes, actividades para que los chicos y las chicas pongan en juego sus miradas lectoras.
Pero entonces me enfrento a una muralla del sentido.
Hasta acá, no más.
Son demasiado años de mala educación.
Aprendimos todo mal, y ahora enseñamos mal.
Reproducimos lo que aprendimos alguna vez.
Leer es "eso que te piden en la escuela".
Es cumplir con lo necesario, sino queda otra.
Pero leer, sabemos, lo sabemos bien, leer es otra cosa.
Tenía diez años cuando lo supe.
Leer era genial, era divertido.
Pero también descubrí que de todas las artes, la literatura era la única que no tenía buena prensa. Leer, para muchos, era un pasatiempo propio de personas aburridas, personas sin vida real.
Con los años, la experiencia y la desconfianza adquirida, aprendí que esos prejuicios no son inocentes.
Al poder le sirve que sepamos leer sólo lo justo y necesario. La palabra es una herramienta demasiado importante para permitir que circule, que se reinvente en todas partes, que cree pensamientos de independencia.
Fijate qué interesante es que en las escuelas la literatura no está incluida entre las materias de arte. No vaya a ser que a algún desprevenido se le ocurra creer que puede crear con las palabras.
Cuando me recibí de profesora en Letras, supe entonces que el desafío era intentar romper esas barreras. Si lograba transmitir algo, un poco, de lo que sabía y sentía, podía darme por satisfecha.
No voy a decir que todos estos años de trabajo fueron un desastre absoluto. Muchas veces me emocioné al saber que pude llegar a alguien.
"Profe, la verdad yo no sabía que eso de leer estaba tan bueno" me dijo una vez un atorrante lindo del entonces noveno. No me olvido más ni de él ni de otros.
Pero, para ser franca, en aquellos años estaba mucho más cómoda que hoy con ciertas estructuras de enseñanza.
Hoy no puedo.
El mundo que conocimos explotó de miles de maneras, y yo no puedo seguir preguntando en qué persona está el narrador de este cuento sin sentirme una idiota.
No puedo.
Y no sé cómo seguir.
Porque miro a mis alumnos y alumnas y busco en ellos alguna respuesta y tampoco la encuentro.
Estamos desencontrados, desorientados.
Estamos perdidos.
Yo les pregunto cómo imaginan pero ellos no imaginan nada.
No quiero terminar de escribir justo acá, con esta tristeza y con esta desesperanza.
Pero ellos ya no imaginan y yo ya no sé.
No sé, no sé.
Te juro que no sé.
Te digo mejor lo que creo que imagino yo para que esto no pase más.
No sé, no sé.
Te juro que no sé.
Te digo mejor lo que creo que imagino yo para que esto no pase más.
Imagino capacitaciones docentes reales, no como los encuentros de cartón pintado que tenemos habitualmente. Capacitaciones en las que podamos problematizar nuestras experiencias, para construir otros caminos.
Imagino que se empieza a reconocer que nuestro trabajo es un trabajo de ideas y no de planillas.
Imagino que los profesorados son espacios en los que los futuros docentes pueden aprender a cuestionar la realidad.
Y ya que estoy imaginando, sigo, e imagino que mis estudiantes pueden crecer en un mundo en el que no hay limites para imaginar.
Si querés saber cuándo subo una publicación nueva seguime en Instagram: @clauszel
Hermoso Claudia! Gracias!
ResponderBorrar❤
BorrarMuy lindo, para pensar nuestras prácticas docentes
BorrarGracias!❤
BorrarMuy bueno, el espacio para el arte en las escuelas es limitado, no sea cosa que podamos imaginar nuevos mundos....
ResponderBorrar❤❤❤
BorrarVos y yo, siempre en sintonía. Gracias, Clau. Me lo voy a tener que robar porque se me hizo carne. Perdón por el delito.
ResponderBorrarTodo tuyo!!!😊
BorrarClau, qué bien lo expresás ! Yo siento lo mismo. Y si nos juntamos los y las docentes que necesitamos este cambio y no esperamos la capacitación? Gracias por compartir
ResponderBorrarSí, eso tendríamos que hacer. Necesitamos tiempos y lugares de encuentro. ❤
BorrarQué reflexión Clau!
ResponderBorrarMe dejás pensando en les chiques, que no pueden imaginar.
😔❤
BorrarPero claro, el estudiante puso el dedo en la llaga. Nos falta imaginación, en general. Basta con mirar a nuestro alrededor. A quién se le cae una idea? La imaginación al poder.
ResponderBorrarSiiii!!!!😊
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