Maternidades y temores (algunas reflexiones después de ver "La hija oscura")

Hace pocos días estuve viendo "La hija oscura", una película de la que se está hablando mucho, y que precisamente pone en la maternidad una mirada bastante desencantada y dura. La trama es interesante y está muy bien contada, aunque al final, el sentimiento que me dejó fue de muchísima angustia.

Cuando terminé de verla, la sensación más
nítida que tuve fue que cuando las mujeres queremos
salirnos de la norma, cuando logramos corrernos de lo que se espera de nosotras, a la larga, tarde o temprano, seremos castigadas.

Entonces, pensando pensando, varios recuerdos empiezan a acomodarse en mi mente.

Los primeros recuerdos maternales, mi mamá.

Me acuerdo que mi mamá contaba que cuando tuvo la menopausia ni siquiera se dio cuenta. Decía que había estado tan ocupada criando a sus hijas pequeñas que no sintió la diferencia.
Lo contaba con orgullo, con vanidad.

Hoy, que estoy transitando esa misma etapa, no puedo evitar una gran sensación de decepción. La verdad es que yo sí siento la menopausia, la siento en cada músculo, en cada hueso, en la piel, en el pelo. Yo sí  me doy cuenta que está. Cada vez que de golpe y sin explicación un calor sofocante me envuelve y me abraza. Y porque de pronto no entiendo qué le pasa a mi cuerpo, a mis hormonas, a mi organismo. Porque siento que estoy cerrando definitivamente una etapa que duró nada más y nada menos que casi toda mi vida anterior. Porque me pesa sentir de golpe que tengo medio siglo vivido.
No es poco.

Cómo no sentir esa revolución emocional y corporal?

Es posible que mi mamá no haya sentido ese cambio tan radical?

En aquellos tiempos yo estaba demasiado lejos de entender de qué hablaba, pero recuerdo el orgullo con el que remarcaba que ella "no había sentido nada", a diferencia de otras mujeres.
Lo contaba a sus amigas, a mi hermana, a mí, a otras mujeres.

Mi mamá marcaba así una línea invisible que la separaba del resto de las mujeres.
Ella no era como las demás.
Porque ella sí podía. Como pudo con la maternidad, a pesar de la distrofia muscular, a pesar de que ambos partos agravaron su situación física, a pesar de todo.
No mostrar sus debilidades maternales creo, le daba la fantasía de estar en otro territorio, el territorio de lo masculino.

Pero aunque mi mamá no lo contaba, estoy segura que sintió muchos dolores, miedos, angustias. Imagino que transitar esos embarazos, esos partos, criar dos niñas pequeñas no fue fácil con una enfermedad degenerativa acosándola cada día.

Pero mi vieja detestaba la lástima, le escapaba a la conmiseración. Nunca se vio como una persona discapacitada y siempre se ocupó de construir para nuestra familia una realidad lo más parecida a la de los demás, aunque no fuera cierto.

Esa personalidad, que para mí siempre fue un símbolo de orgullo, un ejemplo de autosuperación, de fortaleza, hoy, a la luz de una mirada más critica, es la demostración más clara del camino solitario, silencioso que transitamos las mujeres en relación a la maternidad. El esfuerzo que hacía seguramente era enorme: asistir a reuniones de padres, alzarnos, bañarnos. Todo debía ser más difícil. Y aparentar que no había dificultad debía ser un esfuerzo aún mayor.

En fin, solemos decir que los hombres, en esta sociedad patriarcal, fueron educados para reprimir sus emociones.
Pero es hora de empezar a hablar largo y tendido acerca de los sentimientos que reprimimos las mujeres, especialmente los que nos ponen en conflicto con la maternidad. 

Nosotras no hablamos de la soledad en la que nos deja ese primer momento, no hablamos de todos los temores que experimentamos, no hablamos de las contradicciones que sentimos por esa vida que cambió radicalmente.

No hablamos de la depresión post parto, muchísimo más común de lo que creemos. Casadas, separadas, madres solteras, todas estamos solas y exhaustas en un mundo que cambió drásticamente, desde nuestra corporalidad hasta la vida cotidiana.

Pero nos enseñaron, y así lo aprendimos, que estar angustiadas, tristes, enojadas con la maternidad es un signo de debilidad, de claudicación.

Es interesante porque estos conflictos son los mismos que se juzgan socialmente cuando una situación privada toma carácter público: ¿Dónde estaba la madre? ¿Qué hizo la madre?
Pero nunca es juzgado el padre.
Nunca está en juego la buena o mala paternidad, el padre presente o ausente, el padre cercano o distante.

Somos las mujeres las que permanentemente estamos rindiendo ese examen de buena maternidad frente a los demás.

Tenemos que mostrarnos a nosotras y a los demás que podemos, tenemos que demostrarnos que somos capaces, que servimos.

Que somos mejores que el resto.

Porque para reforzar la soledad, el mundo que habitamos nos somete a una competencia totalmente explícita.
Quién es la mejor madre.

Así es que juzgamos acaloradamente las maternidades ajenas, cuestionamos las crianzas, ridiculizamos las necesidades de las otras mamás.
Y no compartimos nuestras debilidades, nuestras experiencias negativas.
Nos encerramos.

Cuando tuve a mi hijo, hace casi diez años, sentí muchísos miedos, dormía poco y me sentía sola. Cada vez que intenté compartir mis sentimientos con otras madres encontré una pared, un prejuicio, la comparación que distancia. 
A ninguna mujer le pasaba nada. No había conflictos.

Así que esos primeros temores de madre los viví en soledad. En ellos se entremezclaba la salud del presente y del futuro de mi hijo con mi capacidad ¿Podré? ¿Seré capaz? ¿Y si arruino todo? ¿Y si lo hago mal?

Durante tantos años nos han insistido acerca de la importancia del instinto maternal, ese don maravilloso y natural que supuestamente toda mujer posee a la hora de maternizar...

Y de pronto descubrimos que eso no nos ocurre. No hay tal instinto, no sabemos qué hacer, estamos atravesadas por los temores y las dudas.
¿Somos un fraude? ¿O nos engañaron?

La historia nos engañó, claro. Construyó para nosotras un montón de verdades de cotillón  para estar ahí, donde debemos estar para que el mundo funcione.
Pariendo y criando.
Naturalizando todo, nuestra devoción, nuestras postergaciones.

A lo largo de la historia naturalizamos tanto el sacrificio materno. Creemos que es perfectamente saludable posponernos por el bien de nuestros hijos.

Porque así lo aprendimos y así lo enseñamos, en ese juego de espejos que se repite hasta el infinito.

Enseñamos a nuestras niñas a postergarse en pos de los demás.
Enseñenos a nuestros niños que las mujeres deben postergarse por ellos.

Sacrificio redentor o traición que se castiga.

Somos la difunta Correa, y tememos
parecernos a Medea, ese es el mensaje.


Y quedamos siempre solas en nuestras maternidades que niegan el dolor y el miedo.

Por eso es gratificante que hoy estemos reflexionando y repensando nuestra historia como mujeres. Estamos descubriendo juntas aquello que es cartón pintado y lo estamos descartando.
Estamos buscando nuevas respuestas a viejas preguntas.

Estamos enseñando a nuestras hijas que postergarse nunca es el camino.
Estamos enseñando a nuestros hijos que nadie debe postergarse por otro.

Estamos, y esto creo que es lo más importante, estamos rompiendo cercos para construir caminos, para no estar solas, para sostenernos, para acompañarnos.

Quisiera escribir un final feliz para nuestra película de cada día.

Quisiera imaginar nuevos finales.
En los que ninguna mujer muera por ser quién es.
En los que expresar miedos no obtenga la soledad como castigo.
En los que ir tras el deseo no se oponga al amor de cada día.
En los que tracemos vínculos y abrazos que nos sostengan.

Quisiera imaginar un fin que sea un comienzo.


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Comentarios

  1. Cuánta verdad, es así tal cual cmo lo describís!
    Por ej, tener depresión postparto y sentirte culpable por como te sentís, horrible, doble angustia.
    Ojalá se escriban nuevos finales!

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  2. Para que no estemos nunca más solas, porque empezamos a recorrer ese camino.
    Grachu

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  3. La vi por la recomendación de mi psicóloga y estoy esperando la próxima sesión con ella para analizarla. En este momento tengo conflicto con mis dos hijos, no pasé por la situación de hijos pequeños que no te dejen crecer en tu profesión, creo, porque ahora "todo" está en revisión. Enviude con una niña de 12 y un nene de 5, vivi para ellos y no me arrepiento, pero no hice todo bien.
    Puedo creer que tu mamá no se haya dado cuenta de su menopausia, nuestra generación no pensaba tanto en nosotras mismas como ahora. Mucho mandato asumido que no cuestionabamos y me animo a decir que no sufriamos.
    Es muy complicado, cada generación vive en un momento cultural que la atraviesa. Estoy en proceso de abrirme y expresar, nuevo para mi

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    1. Muy bueno Ana. Imagino que en ese momento te armaste como pudiste. Yo creo que es cierto. Con mi hermana solíamos decir que la negación a mi mamá la había ayudado a sobrellevar todo, de alguna forma anestesiaba los dolores. El tema es pensar si hoy estamos dispuestas a encontrarnos en las heridas.

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  4. Querida Clau: No vi la película. En cuanto llegue, voy a verla. Evidentemente te movilizó como a mi tu texto: simple, sencillo, claro. Es verdad. Pienso en que siempre debemos adoptar la postura de la tonta, hacernos las tontas, onda boluda total porque eso es lo que largamente esperaron de nosotras. Después se pusieron a tiro y nos permitieron estudiar, e incluso trabajar. Y ahora, después de tantas horas de laburo, de querer dedicarnos a hacer arte, de sobrellevar los estados de nuestro cuerpo femenino con sus implicancias psicológicas y físicas, volvemos a los platos sucios que sólo pueden lavar las manos femeninas porque son las mejores. Hay laburo. Hay que crear consciencia en ellas y en ellos. Tu mamá, tu menopausia, tu reacción frente a la película. Qué bueno que algo cambie, qué bueno habernos encontrado en este mundo, que lujazo. Gracias, Clau. Me lo llevo a mi muro.

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    1. Qué placer leerte Mari!!! Para mí también es un lujo leerte. Sí, el mundo necesita que nos hagamos las tontas, pero esto ya es imparable. No podemos volver atrás. Es verdad que los platos siguen siendo nuestros ¿sabés qué es lo peor? Qué al final del día me siento orgullosa por haber podido con todo. Tenemos tanto para romper!!!

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  5. Es así, todo el sacrificio está invisibilizado como si fuese algo natural y cuando los padres cumplen su rol se los señala como héroes... Será que siempre caigo en la comparación pero ellos siguen trabajando, nosotras de licencia, y cuando las crianzas crecen también, si se enferman las madres de licencia, si hay reunión en el colegio, si hay que comprar ropa...
    Por más empatía para toda esa procesión que va por dentro, por poder no digo gritarla, pero al menos compartirla.
    Gracias por tus reflexiones y por compartir tu historia 🙌

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    1. Por maternidades más libres, horizontales y compartidas!!! Abrazo Vale!!!!💜

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  6. Hola. Cómo estás?. Es la primera vez que entro a tu blog y la verdad es que quedé fascinada con tu reflexión sobre esta película!!! Es bueno saber que a muchas este tipo de películas nos moviliza y nos hace pensar.
    Por acá tengo una mamá que no sintió nada al verla, aunque ella sacrificó toda su vida por la maternidad normaliza y acepta esa situación.
    Ojalá seamos el comienzo del cambio y ojalá mi hija tenga una mejor maternidad.
    Gracias por tu reflexión. Voy a compartirla!!

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    1. Me emociona leerte!!! Gracias!!! Tu mamá y la mía aprendieron que así era, pero nos dejaron alguna semillita por ahí que está germinando. Ojalá podamos construir nuevas maternidades!!! 💜💜💜

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  7. Los mandatos son muy fuertes! Es muy difícil dejarlos,de lado o transgredirlos! Pesa mucho el castigo o el perdon en el mejor de los casos!
    Ser distintas a lo pautado tiene sus costos: Emocionales sociales y hasta políticos !!
    El patriarcado es muy fuerte en casi todo el planeta!
    Ser distinta es quedar en evidencia casi desnuda! Y no todas nos acostumbramos a ir desnudas de toda desnudez!

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    1. Ser una misma con nuestras particularidades no debería aislarnos, pero así es. Me gustó mucho tu reflexión Lili!!!✊💜💜💜

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