Acoso escolar

Los malos de la película 

Hace unos días hubo un conflicto en el aula de segundo año.

Estaba corrigiendo la tarea y de pronto empecé a sentir el cuchicheo, las miradas furtivas, alguna frase suelta.

Un rato después una nena lloraba desconsoladamente frente a mí. 

Al parecer, a excepción de dos compañeros que le hicieron el aguante, el resto de los chicos había decidido dejarla afuera del grupo, aislarla de todo y de todos.

Intenté calmarla sin éxito, estaba muy angustiada y no paraba de llorar.

Entonces les propuse a los chicos hablar sobre lo que estaba pasando. Empezaron a contar y me dieron sus explicaciones. 

Las opiniones apuntaban a una condena unánime. Era mala, decían, hablaba mal de los demás, y además había insultado.

Después de recordarles que ellos también se insultaban, y mucho, empecé a seguir el caminito de los dimes y diretes: ¿qué había dicho?, ¿quién lo había contado?, ¿fueron esas las palabras que uso?

De a poco los chismes empezaron a desarmarse. No fue tan así, en realidad dijo otra cosa, no lo dijo.

Cuando todo el grupo estuvo más calmado intenté analizar con ellos lo que había pasado. Les conté que las relaciones que tenemos, los vínculos, se establecen de una persona con otra persona.

_ Esos vínculos son como hilos que parten de cada uno de nosotros hacia cada uno del grupo. _dije_ Si esos hilos se pudiesen ver, desde arriba, veríamos una gran red.

Esas relaciones pueden ser mejores, peores o nulas. A veces alguna de esas relaciones nos lastima y decidimos cortar el hilo, romper el vínculo. Siempre siempre, cada hilo es la relación de uno con otro. 

Pero cuando todo un grupo decide accionar de manera conjunta contra una sola persona, eso es bullying.

_ Es lo que ustedes hicieron, chicos. Ustedes hicieron bullying contra una compañera.

Se hizo un silencio.

No les gustó.

A nadie le gusta saber que fue el villano de la película.

No querían ser los malvados, eso lo sé y se los dije. No siempre nos damos cuenta cuando hacemos daño. Y a veces, actuar en bloque nos hace creer que si todos pensamos igual es porque tenemos la razón.

Un chico dijo que no había hecho nada. Él no se había metido. Le dije que quedarse afuera y no intervenir, no pedir que paren el maltrato también es una forma de participar.

Cuando los ánimos se calmaron hubo pedidos de disculpas, reconciliaciones y por suerte, las lágrimas desaparecieron.

Por esta vez pudimos desactivar una situación de maltrato.


Otros tiempos 

Cuando comenzó el furor de las redes empezamos a contactarnos con los compañeros de secundaria. Primero Facebook y mas tarde los grupos de watssap.

Así retomamos el contacto y los reencuentros se hicieron corrientes.

En los primeros encuentros, algunos compañeros faltaron, muchos no respondieron a las invitaciones. Algunos otros dejaron de participar después de recordar momentos no tan felices. Hubo quien manifestó con sinceridad que no estaba preparada y algún otro se borró después del primer chiste cruel.

A mí me llevó más tiempo. 

Pero también me corrí.

Si no hay un pedido de disculpas sincero, si no hay una revisión de las acciones, no hay reconciliación posible.

Y sí. Pienso en mi adolescencia y ahí la objetividad se pierde y las emociones ganan a toda lógica.

Es mentira que el tiempo cura todo. Las emociones laten aún, sobreviven al tiempo. No duermen siquiera, se arraigan a nosotros, a quienes somos. Vigilan, nos alertan, nos asustan. 

Las emociones pasadas aún nos construyen.

Son parte de la mochila que nos calzamos al nacer.

Caminamos cada vez más pesados. No sé si algo de lo que llevamos se puede arrojar en el camino, como dicen algunos consejos de autoayuda, para ir más ligeros. No lo creo.

No sé qué sentido tendría ir más ligeros. Es nuestra historia. Vivimos con eso.

Todavía soy esa niña que llora cuando la cargan.

Todavía soy esa adolescente que teme no ser aceptada.

Todo adentro de la mochila.

En aquellos años a veces intentaba reírme de algunas burlas, para convencerme de que sólo eran chistes y nada más. Y cuando no podía evitarlo, lloraba de rabia. 

Pero los peores dolores son los que se acomodaron en silencio en mi interior y se convirtieron en inseguridades, en complejos, en traumas.

¿Cómo hubiese sido mi historia y la de tantos otros si alguien hubiese intervenido en ese momento?

Me pregunto si las maestras, los profesores o mi propia familia hubiesen podido hacer algo. 

Qué hubiese pasado si alguien hubiese parado al pibe que se burlaba, que golpeaba, que atacaba.

Pero no. Eran otros tiempos, me digo.

No se visualizaba esta forma de violencia.

Cosas de chicos, decían.

A veces lo entiendo y a veces no.

A veces siento que era una necedad que los adultos no advirtieran el grado de violencia verbal, las agresiones, las burlas que determinaban nuestros vínculos.

Un poco de protección hubiese estado bien.


Acosado, acosador.

Pero, pienso, solemos reproducir los modelos con los que crecimos ¿Cuántos de aquellos adultos habrán crecido sufriendo acoso como algo natural? ¿Y cuántos habrán ejercido esas violencias?

Porque, este es el punto, si pudiéramos trazar una línea que divida a los chicos acosados de los que acosan, creo que veríamos un movimiento permanente. 

La línea, o los propios participantes, estarían cambiando de lugar, corriéndose todo el tiempo.

Nadie quiere estar del lado de los que son molestados, maltratados. 

Lo que más queremos, es ser aceptados. 

Preferimos burlarnos de alguien, o apoyar la burla con nuestro silencio, para poder estar del lado de los que ganan, de los líderes, de los que deciden.

Algunas muchas veces crucé esa línea y me paré junto a mi acosador para burlarme de otro. Alguna vez sentí que así podía estar en paz por un rato.

Fui lastimada y lastimé también.

Hoy lo lamento tanto.


Mamá

Mi mamá decía orgullosa que no se involucraba en peleas de chicos. Era muy malo cuando los adultos intervenían, decía.

Realmente lo creía, con honestidad.

Ahora que yo soy mamá me pregunto si ella veía el hostigamiento que viví en distintos ámbitos y muy especialmente en la escuela secundaria.

¿Lo habrá advertido? 

¿Habrá vivido situaciones similares en su adolescencia?

Y algo más ¿Podré ser capaz de reconocer esas violencias si alguna vez mi hijo las sufre? 

¿Y si es uno de los que promueve esa violencia? 

¿Seré capaz de verlo y de actuar a tiempo?

Todo esto va y viene en mi cabeza.

No imagino a mi hijo acosando o maltratando. Pero puede pasar.

¿Existe algún patrón?

Como ocurre con mis alumnos, como ocurrió en mi historia, nadie quiere estar del otro  lado de la línea y sentirse agredido. Y hará lo que pueda por permanecer de este lado, del de los que se burlan. 

Hay tanto para trabajar.


La escuela 

Mi sicóloga solía decirme que en la docencia yo buscaba reparar lo que había estado mal en mi propia historia.

Puede ser.

La verdad es que más allá de los estudios acerca de tal o cual perfil, la escuela, el aula, es un espacio interesante para el análisis de las dinámicas de grupo.

Allí se ven las situaciones y los movimientos que generan los vínculos.

Allí nada se parece a lo que las series y las películas nos cuentan de un colegio secundario.

El amor, la amistad, los códigos de lealtad, las traiciones, las conspiraciones, las violencias.

Todo lo que allí se genera mientras damos clases.

Trabajamos en el aula con todas esas emociones atravesando el espacio, yendo de un lado al otro.

Los hilos invisibles.

Pero también están las emociones que cada uno trae, las que vienen de casa.

Esas son las más difíciles. A veces son dolorosas y amargas, y rugosas. A veces son tan secretas que los chicos se vuelven herméticos.

Dolores escondidos.

Violencias ocultas.

Brutales como golpes.

Sutiles como la falta de un abrazo o una caricia.

O por el contrario, estridentes como la imposición de una superioridad prestada.

Con estas historias trabajamos.

A veces desarmar las violencias escolares es la tarea más difícil que tenemos que realizar. Más que lengua o matemáticas.

Podemos desarmar una situación, podemos frenar a tiempo un hecho.

Pero la violencia late.

La única manera, imagino, la única forma de abordar estas violencias, es trabajar desde la ESI. 

Construir en conjunto con toda la comunidad una mirada en relación a la diversidad. 

Involucrar a las familias, a todos los docentes, a todos los estudiantes.

No nos dan los números, claro, la estructura de la escuela actual no está preparada para dar respuesta a estas cuestiones.

Entonces habrá que exigir nuevas estructuras.

Con más equipos de orientación, con parejas pedagógicas, con capacitaciones en servicio.

Siempre termino igual, lo siento.

La violencia se aprende, se adquiere, se educa.

Cambiemos la educación.

Cambiemos la sociedad.

Cambiemos el mundo.


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