Cuando el periodismo es una cosa triste

 Pasó una semana vertiginosa, en todo sentido. Sobreinformados, consumiendo periodismo crítico, leyendo notas de opinión, escuchando editoriales. 

 Y después, el vacío. Como cada vez que algo grande llega a los medios.
 La información se transformó en un producto de
consumo, uno más.   Hasta la reflexión más seria, inteligente, disruptiva. Hasta el más necio, ignorante y funcional. Todos son elementos de consumo.

 Streamings, canales, radios, diarios. E incluso quizás, humildemente, esta misma nota de opinión. 

 Durante una semana estuvimos consumiendo noticias como pochoclo. Divertidos, ansiosos, sorprendidos. Es adictivo. Nos convertimos en meros espectadores de una realidad grotesca y deshumanizada. Miramos, nos escandalizamos, nos entretenemos.

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 Seguramente, y más allá de periodistas estudiosos, opinólogos de cuarta y chupamedias de turno, el tema seguirá su curso, sin tantas luces ni estridencias. Pero seguirá. No esperemos tomas de conciencia inmediatas ni cambios de rumbo de una realidad política tan estropeada. El camino real es más lento. Paciencia.  Ya llegará el tiempo de juntar los escombros.

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Algo pasó, quizás alguien no quiso seguir jugando y mostró las cartas que estaban marcadas. La trampa quedó expuesta. 

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Hace días que tengo en la cabeza la escena de Batman (la que más me gusta, la de 1989) cuando el Guasón arroja dinero sobre ciudad gótica. Todo es tan parecido, el payaso malo de pasado triste busca venganza y la construye en la falsa promesa de prosperidad, la gente en las calles festejando la locura y finalmente la traición que destruye a todos. 

 Eso que pasa cuando el pueblo confía en un malvado con poder.

 En estas películas de buenos y malos siempre hay un aliado necesario, el periodismo. El que cuenta puede ser testigo y cronista pero a veces, muchas veces, es seducido por los brillos y destellos del villano y se convierte en su sabueso.

 Todo tan parecido!

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 Entre las opiniones que circularon en estos días están quienes creen que lo que ocurrió con la anti entrevista es sólo una cortina de humo para tapar lo más grave.

 No estoy de acuerdo. En este contexto creo que cada pieza, cada movimiento, cada engranaje, sirvió y sirve para armar el juego completo.

 Sin el posteo del presidente no hubiera existido la estafa pero, sin el sostén del periodismo ¿hubiese existido este presidente?

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 Cuando terminé el secundario empecé a estudiar periodismo. Por aquellos años Página12 sorprendía con su impertinencia y con aquel plantel de intelectuales brillantes; en la Rock&Pop despuntaba Marcelo Figueras, Carlos Polimeni y tantos otros. El periodismo, yo creía, era una forma de construir sobre la realidad. 

 Estudié durante tres años y en ese tiempo aprendí mucho e incorporé varias herramientas que con el tiempo me sirvieron para algunos trabajos literarios y para enseñar en el aula.

  Cosas que aprendí para siempre: aprendí que no existe la objetividad, porque el lenguaje está impregnado de subjetividad. No es lo mismo escribir "femicidio" que "crimen pasional", por ejemplo. Las palabras no son relativas, no dan lo mismo. 

 Pero claro, una cosa es sentar posición y otra muy diferente es manipular la realidad, mentir, omitir, distorsionar.

 Porque las palabras pesan, precisamente, el ejercicio periodístico debiera ser un acto de enorme responsabilidad. 

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 También aprendí que a veces, las palabras pueden transformarse en cáscaras vacías. Un texto de opinión, la respuesta de un entrevistado, una investigación, pueden convertirse en estructuras bien diseñadas pero que en verdad no tienen contenido.

 Las cáscaras vacías son el anti periodismo.

 Las cáscaras vacías deberían inquietar profundamente al buen periodista que es curioso y siempre busca respuestas. 

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 Y yo era curiosa. Me gustaba hacer entrevistas. 
 Mientras estudiaba entrevisté al coronel Horacio Ballester, Fundador y expresidente del Centro Militares para la Democracia (Cemida). También a Elsa Bornemann, escritora maravillosa de literatura infanto juvenil.

 La entrevista más extraña fue la que le hice a Luis Barrionuevo. Me había comprometido a hacerla porque el vivía a pocas cuadras de casa. Pero cada vez que me presentaba en la puerta de su casa, me atendía una mujer, posiblemente su suegra, que me negaba la posibilidad de entrevistarlo. Durante dos semanas al menos insistí hasta que finalmente, creo que por cansancio, me dieron una cita. Fui un domingo, con un compañero de la escuela de periodismo, que me acompañó amablemente porque además era el dueño del grabador que tuvimos que enchufar porque con pilas no funcionaba. La entrevista fue amable y me fui contenta porque pude preguntar todo lo que quería. 

 Otra vez, ya recibida, entrevisté a Walter Quiroz, el protagonista de la película El viaje de Pino Solanas. La hice por mi cuenta, sin saber si iba a poder publicarla en alguna parte. Me había gustado la película y quise intentarlo.

  Había presentado la entrevista en la revista que por entonces dirigían ex alumnos de la escuela de periodismo y que había ganado fama y prestigio. Me presenté con la nota y me contaron que la línea de la revista no acordaba con Pino Solanas que se había lanzado a una carrera política. De todas formas, me aclararon, eso no interferiría con la decisión de publicarla o no.

 Pasaron varios días y me informaron que la entrevista saldría en el número siguiente. Estaba feliz y así llamé a mi entrevistado para avisarle. Pero cuando salió el número nuevo, la nota no estaba. Llamé a la redacción y me confirmaron que a último momento habían tomado la decisión de no incluirla. Al parecer sí había pesado el posicionamiento político. No llamé al entrevistado, me dio mucha vergüenza. Sentí que el periodismo me eyectaba. Lloré y me encerré en mi caparazón. 
 Me alejé del periodismo, pero incorporé las herramientas periodísticas en algunos trabajos de investigación y en el aula. 

 Con cada entrevista aprendí algo.

 No todas las entrevistas son iguales. Algunas son cálidas e intimistas, otras son tironeadas, tensas. Pero siempre es necesario que el entrevistador sepa qué es lo que fue a buscar, porque de ello depende todo.

  Poner la necesidad de saber por delante, siempre. 

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  En el aula también, durante muchos años, trabajé con los elementos del periodismo. Inventar notas, transformar noticias policiales en cuentos, escribir notas de opinión. Y por supuesto, hacer entrevistas. 

 A las entrevistas les dedicaba la mayor cantidad de tiempo, no lo voy a negar. Empezaba pidiéndoles que entrevistarán al compañero de banco, después a un familiar cercano y finalmente a un personaje del barrio que por algún motivo pudiera parecerles interesante. 

 No puedo explicar la sorpresa, los trabajos increíbles que surgían. Una madre que hablaba de la violencia había sufrido, un taxista, la cocinera de un comedor comunitario explicando.

 No es sólo la persona, son las preguntas les decía. Todos tenemos historias interesantes. Hay que buscarlas.

 Hay que aprender a preguntar y cuando es necesario hay que saber repreguntar. Cuando leíamos en voz alta los trabajos de cada estudiante, era interesante ver cuando reconocían que una respuesta había quedado incompleta o por el contrario, cuando habían repreguntado hasta obtener una respuesta contundente. 

Mi última experiencia con el periodismo en la docencia fue durante mi último año de trabajo. Con un grupo de estudiantes hicimos un trabajo sobre la memoria de la escuela. Entrevistamos a ex docentes y familiares de ex docentes. Me emocionaba ver el compromiso, el interés acerca del pasado de la escuela. Buscaban a través de las preguntas, querían saber. 

 Y cuando la curiosidad es el motor, el producto final es increíble. 

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 Me pregunto qué podría decirle hoy a cualquiera de esos chicos.

 Qué podría decirme a mí misma si pudiera volver treinta y pico de años  atrás.

 Para ser justos, hay muchos y muchas periodistas que respeto y admiro. 

 Pero están los otros, los que el poder elige.
 Esos que se perdieron en algún momento del camino. Esos que olvidaron cuál es la motivación, esos que priorizaron otros intereses, esos que relegaron la ética y el bien común a un segundo plano.

 Esos que ya no son periodistas. Son otra cosa. 
 Una cosa triste, pobre. 

 Una cáscara vacía.

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