Traccionar deseos

Traccionar el deseo ajeno


"No podés estar permanentemente traccionando el deseo de los otros". Es una frase que me dijo mi hermana y me atrapó.

Traccionar deseos.

La frase es contundente. Me parece de una enorme precisión.
En ocasiones hablamos de incentivar, de impulsar, pero ninguna de estas acciones describe claramente lo que significa traccionar.

Traccionar. Me interesa la palabra porque evidencia el esfuerzo que conlleva la acción.
Traccionar deseos ajenos demanda un enorme esfuerzo.

Más allá del trabajo físico, además de poner el cuerpo cada día, está este ejercicio que muchas mujeres realizamos cotidianamente, hasta quedar exhaustas.

Somos como naves empujando, aunque a veces se trate de vehículos encallados en el barro, o de barquitos atascados en un río de aguas bajas.

¿Qué es lo que empujamos?
Empujamos los deseos de los otros.
Hacia adelante.


Traccionar en la escuela

Eso hacemos. Traccionamos.

Conversando con otras colegas, me dicen que hay que evidenciar la diferencia que existe entre traccionar y mover los deseos de otros.

Es cierto. Nuestro trabajo debería ser algo así como mover las aguas de un río. Moverlas para que fluya y para que aquello que está dormido en las profundidades surga y crezca en la superficie.

Pero no siempre es así.

A veces cuesta tanto. 

A veces los chicos ni siquiera saben que tienen derecho a desear.

A veces el deseo no circula como un bien que les pertenece sino como un objeto de lujo.

A veces los chicos aprenden que los deseos son para otra gente.

A veces, el deseo queda enterrado en las profundidades, atrapado por el barro y los desechos que sedimentan el río.

Y entonces, en vez de mover, traccionamos.
Intentando ayudarlos a construir sueños.

En ocasiones, por accidente caemos en el barro nosotras también y allí quedamos, atrapadas en las aguas bajas. No podemos salir y necesitamos que otra nave nos empuje, nos traccione. Y pedimos ayuda.

Por eso es tan necesario el trabajo en equipo.

Pero el sistema educativo no está armado para encontrarnos. No hay tiempos ni espacios pensados para el trabajo conjunto. Corremos de una escuela a otra, las horas de trabajo son frente a un curso, nunca con colegas. No hay horas de planificación conjunta, ni de estudio, ni de intercambio o consulta.

Así que ahí también dependemos de la tracción de uno, dos o los compañeros que puedan empujar al resto, que puedan insistir para construir un deseo conjunto. No siempre se puede, no siempre están. A veces ellos también se cansan.

Traccionamos en aulas frías, despojadas, húmedas. En escuelas detonadas. Allí mismo nos toca la tarea de traccionar. Allí, donde cada pared sucia y descascarada, cada banco roto, cada piso frío, nos dice que esos son los límites para soñar.


Y son los mismos chicos, a veces, los que nos plantean que hay que ser realistas, que el mundo es así y que hay que vivir lo que se pueda.

Entonces hay que traccionar más fuerte.

Contra la resignación traccionar los sueños que por ahí andan escondidos.

Me gustaría despojar esta imagen de todo romanticismo. No está bien, no debería ser así. La escuela debería ser un buen lugar para construir deseos. Con tiempos de encuentro, con recursos, con alegría. Espacios hospitalario para construir deseos.


Traccionar en casa

Y cuando regresamos al hogar, las que somos mamás seguimos traccionando.

Porque allí están nuestros hijos.

¿Cómo te fue hoy? ¿Qué hiciste?

Conversamos con ellos. Los escuchamos, les proponemos contar, poner en palabras qué les gustó de ese día y qué no.

Nos cuentan sus deseos y sus frustraciones.

Y ahí estamos una y otra vez.
Invitándolos a probar una actividad nueva, moviendo la curiosidad, proponiéndoles abrir los sentidos para saber qué les gusta y qué no.

Los alentamos a mejorar, a derribar límites, a cuestionar el "no puedo", a insistir.

Los felicitamos cuando algo sale como querían y los acompañamos cuando no pudo ser.

Los abrazamos, los elogiados, los retamos.

Traccionamos desde la curiosidad, desde las ganas.



Traccionar nos cansa.


Docentes, madres, hijas, esposas.

Terminamos el día agotadas.
A veces no sabemos bien por qué.
Aprendimos a aceptar la enorme responsabilidad de traccionar, que es una de las tantas formas de cuidar.

Y como si esto fuera poco, también necesitamos traccionar nuestros propios deseos.
No queremos olvidarnos de nuestros deseos.

Qué queremos hacer, que necesitamos. Qué es aquello que nos moviliza la sangre, que nos hace reír, o emocionarnos.

¿Qué queremos para nosotras?
¿Cuáles son nuestros deseos?
¿Cómo los construímos?

A veces nuestros deseos se confunden con los deseos ajenos. 
A veces deseamos que los otros deseen.
A veces olvidamos por dónde andan nuestros propios deseos.
A veces necesitamos descubrir que no hay paredes sucias, ni techos húmedos que puedan limitar nuestros propios sueños.

Todo esto es puro movimiento y al final del día estamos tan cansadas que no podemos pensar en nada, y nos preguntamos por qué nos sentimos así.
Por qué estamos agotadas. 
De qué, si no corrimos ninguna maratón, ni cargamos bolsas en el puerto, como suelen decir los que señalan que "eso sí es trabajo".

¿Qué  fue lo que nos cansó tanto?

Traccionamos vida.
Nada más y nada menos.


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