Voces

A veces me pasa mientras estoy cocinando, o mientras converso con amigas, mientras elijo una ropa o mientras limpio mi casa. En medio de la más simple e insignificante de las acciones, aparece.

La voz.

una voz que me habla.

Una voz, o dos o tres, quién sabe.

Y no, no estoy desvariando.

Se trata de una serie de sensaciones que me acompañan desde hace muchísimo tiempo y que son difíciles de explicar.

Estoy segura de no ser la única. Estoy segura de que debe ser una sensación compartida por muchos otros.

La sensación de escuchar una voz.

Para ser honesta, no es precisamente el sonido de una voz, pero de todas formas la escucho y tiene un timbre, un tono, una intención.

Esto que digo es contradictorio, ya lo sé. Es difícil explicar cómo funcionan las trampas y los artilugios de la mente.

Una voz me habla desde alguna parte de la habitación. Sí, claro que está en mi cabeza, pero las pocas veces que tuve conciencia de su existencia, la sentí afuera de mi mente, detrás, o a un costado. Como si alguien me acosara con su presencia y me susurrara palabras al oído. 

Así llega la voz.

En general la voz me da su parecer sobre la acción que estoy realizando en ese momento. Comienza a decir, a comentar, a opinar. Eso, sobre todo a opinar.

Muy pocas veces son opiniones positivas. En su mayoría, son críticas feroces, ironías, burlas. Pero cuando no dice, cuando calla, es peor. Cuando calla su silencio es despiadado. La voz se convierte entonces en una mirada punzante, en un gesto de desaprobación.

En ocasiones se trata de una voz neutral, desconocida, anónima. Una voz que podría ser la de cualquiera.

En otros momentos también puede tener nombre y rostro. Puede ser mi mamá, u otra persona cercana. Puede ser alguien que no soporto, alguien que me enoja. Pero sin dudas, siempre, alguien que me importa. Ahí está, sin saberlo, diciendo que no, que por qué, que para qué. A veces con enojo, o con desprecio o con pena.

Mientras me preparo para salir, por ejemplo, esa voz me dice, me advierte, que estoy ridícula, o que esta ropa no es para mí.

Una voz, dos voces, muchas.

Empieza una y después se desata el resto. No es una voz, son varias.

Alguna sicóloga seguramente sabrá explicarme de qué se trata esto. 

¿Serán proyecciones del inconsciente? ¿Lo que suponemos que los otros podrían decir? ¿Lo que sabemos que dirán?

No lo sé. 

Pero claramente está ahí, y si lo permito, si bajo la guardia, dirigen mis actos, mucho. Porque en general, las escucho sin saber que las estoy escuchando ¡Y ahí está la trampa!

"¿Eso te vas a poner?" "¿No tendrás la culpa vos?" "Mmm... ¿Te parece que eso quedó bien?"

"¿Otra vez vas a salir?"

"¿Otra vez te vas a esconder?"

"Pobrecita ¿Qué pensabas que iba a pasar?" Siempre te molestó que te miren con lástima. Pero ahora esa voz a tu lado te dice eso, justamente eso que odiás "pobrecita".

Esas voces son algo así como los haters del inconsciente. Voces que opacan, desaniman, cuestionan.

A veces, en menos ocasiones, son seguidores fieles y siento el apoyo, como si una tribuna me alentara. "Qué bien que estuviste!", dice alguien a mi oído.

¿Serán esas voces lo que pensamos de nosotros o será lo que creemos que piensan los otros de nosotros?

¿De dónde salen estos haters?

Quizás esas voces dicen todas las palabras que a lo largo de la vida nos construyeron.

Otra vez los mandatos.

Nuestros miedos, nuestros deseos. Una cantidad enorme, infinita, de reglas, normas, creencias que nos formaron, que nos construyeron. 

Lo que creemos que está bien, lo que creemos que está mal.

Esas voces son todas las ataduras y todas las mordazas que el mundo nos enseñó a usar.

¿Qué hacer, entonces?

¿Qué hacer con las voces?

Creo que lo más importante es reconocerlas, sacarlas de sus escondites y exhibirlas.

 Señalarlas con el dedo les quita poder, estoy segura.

Esas voces son nuestros vigilantes.

¿Cómo será caminar el mundo sin escucharlas?






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