Romper el aula

Ayer recibí el mensaje de César anunciándome que ya está haciendo las prácticas para ser profesor de lengua y literatura. A la noche, como si se hubieran puesto de acuerdo, un audio de Belén me cuenta una experiencia en el profesorado y me agradece el acompañamiento. Hay profesores que dejan huellas, me dice.

Las palabras de mis ex alumnos llegan justo a tiempo, cuando más las necesito.

Necesito que todo esto tenga sentido.

Últimamente no estoy bien con la escuela. 

Últimamente no estoy bien en la escuela.

La escuela hoy no es para mí un lugar feliz.

¿Alguna vez lo fue?

¿Alguna vez la elegí?

No lo sé.

No sabría decir si existe la vocación docente, pero en tal caso no fue por ahí que llegué, estoy segura.

No.

A la docencia llegué casi de casualidad.

Tenía veintipico cuando empecé a estudiar Letras en la Facultad y si alguien me preguntaba de qué iba a trabajar cuando me recibiera no sabía qué contestar. Estudié Letras porque amaba la literatura.

Fue mientras estaba estudiando que supe que además de licenciada también podía obtener el título de profesora. 

Si hubiera querido ser docente habría hecho un profesorado. A mí me gustaba la literatura, no la docencia.

Y supongo que entonces no se me ocurrió ni remotamente que de allí en adelante iba a dedicarme a la docencia durante más de veinticinco años de mi vida.

Pero empecé. En cuanto tuve algunas materias cursadas, empecé a trabajar en un instituto preparando alumnos para rendir libre.

Y sí.

La docencia me atrapó. Los chicos tenían historias para contar. Algunas de esas historias eran conmovedoras y sus recuerdos me acompañan hasta hoy, después de tanto tiempo.

Alguna vez presté plata para un Eva Test, alguna vez di consejos sobre un romance, alguna vez leí y expliqué el reglamento de adopciones a una niña que buscaba a sus padres, alguna vez traté de convencer a una alumna para que siguiera estudiando, alguna vez compartí confidencias y penas y alguna vez corregí una carta de amor antes de ser entregada.

Y además, estaba enseñando lo que había aprendido.

No estaba mal.

Le metí pasión. Inventaba formas de llegar, caminos, trucos. Buscaba ejemplos, creaba ejercicios.

Pero nunca me sentí una buena docente. Nunca de verdad.

Digo, en términos generales.

Porque hubo buenos momentos, hallazgos, clases que me gustaron. 

Pero creo que nunca fui una buena docente.

Durante años lamenté no ser más organizada, no ser más estructurada, o más creativa.

Siempre envidié de mis compañeras la capacidad para armar secuencias didácticas, ejercicios, actividades. Esas ideas que una hubiese querido tener.

En fin, durante muchos años encontré cierta seguridad aférrandome a los contenidos. Las oraciones subordinadas, las clases de palabras, los recursos poéticos, la métrica, la rima, todo eso era meticulosamente procesado. Nunca me sentí cómoda trabajando con los manuales así que fui armando, de a poco, mis propias definiciones, mis propios ejemplos. 

Con los libros de ficción era igual. No me gustaba que me indicaran qué podíamos leer. Armaba listas de novelas y proponía a los chicos la búsqueda de alguno de esos libros en bibliotecas populares, en casas de familiares.

Ahí fue que, en mi escuelita del fondo, armamos con una compañera una antología de cuentos propia, con los autores que nos gustaban y con todos los subgéneros.

Más o menos la cosa marchaba.

Pero en los últimos años, hace tiempo, todo empezó a hacerme ruido. Paradójicamente, pese a que la información circula cada vez con más fuerza en las redes y en los medios, la distancia entre los chicos y el conocimiento fue aumentando, hasta que el problema se hizo evidente ¿De verdad tenía sentido enseñar a mis alumnos a separar en sílabas los versos de una poesía? ¿Podía seguir enseñando análisis de oraciones sin ningún contexto?

No estaba funcionando.  

No funciona.

Los chicos no están bien. Nosotros no estamos bien.

El mundo, el mundo está mal.

Empecé a desarmar gajos de saberes, fui separando. Me quedé con algunos y descarté otros.

Yo creo que ahí empecé a probar otras cosas, siempre en equipo. Empezamos con Carcoveando. 

Todo empezó con Carcoveando. 

Las preguntas, las ganas, Bayer, los cuentos.

A César, a Belén y a mí también, a todos carcovear nos cambió la vida.

Desde entonces, cada vez que puedo, armo actividades con otros, transversales.

Cada vez que uno de esos proyectos sale bien, alguien, varios, elogian mi trabajo y me dicen cosas muy lindas. Me dicen que se nota que soy buena docente. Ya no lo discuto más porque parece que peco de falsa modestia. 

Pero acá, entre nosotros, lo puedo decir. 

Yo creo que armo proyectos para escapar del aula, del vacío de esas aulas despojadas de todo. Creo que armo proyectos porque me gusta enseñar afuera de la estructura del aula, con otros, en otros espacios.

El aula no está funcionando, al menos no para mí. 

No puedo motivar a los chicos, no puedo. Todo cuesta y al final de la clase el cansancio es absoluto.

Nadie entiende el cansancio que tenemos los docentes. Hablan de nuestras horas de trabajo como su pudiesen medirse en tiempo.

Por eso los proyectos.

Salir, visitar, conocer lugares, invitar gente, descubrir. 

Ahí la cosa cambia.

Debería existir un cargo llamado "Coordinadora de proyectos". Ahí estaría feliz.

Me gustaría imaginar como sería mi escuela si tuviera un aula taller, con mesas largas que nos reunieran a todos para escribir, leer, compartir. Donde todas las paredes estuvieran llenas de estantes con libros, y carpetas con hojas de cuentos escritas por chicos curiosos.

Escuelas taller.

Eso.

Espero que algún día suceda.

Espero que algún día la escuela pública reciba todo lo que los pibes necesitan.

Y lo que los docentes necesitamos.

Porque por ahora son mentiras todas.

Las jornadas de capacitación, las nuevas directivas, la quinta hora.

Todo mentira.

Escuelas guardería para que los trabajadores puedan ir a trabajar, para que el sistema siga funcionando, eso quieren. 

Escuelas donde los chicos pierdan sus sueños entre los renglones de las hojas de una carpeta.

Eso quieren.

A eso nos resistimos.

Algún día tiene que cambiar.

Lo espero y lo deseo para mis colegas.

para los que vienen.

Para Belén y para César.

No para mí, yo me estoy yendo. 

Me voy, en breve.

No quiero luchar más contra los molinos.

Son pesados y molestos y ya no veo como vencerlos si no es destruyéndolos desde sus cimientos.

Será alguna vez.

Y no será nunca desde la soledad del aula.

Será muy bello y será con todos.


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Comentarios

  1. "Pero nunca me sentí una buena docente. Nunca de verdad"......No es cierto sino Belen y cesar no hubiernan recurrido a vos para contarte lo que te paso . Vos sabes que los cargos te quedarian cortos , sin sentido ....Debería existir un cargo llamado "Coordinadora de proyectos". Ahí estaría feliz.""" vos sos feliz , armando proyectos , le pones garras ,le pones fuerza , te pones metas y alla estan los proyectos hechos realidad , Es cierto que cuando uno esta pensando en la jubilacion siente esto que sentis vos y mucha gente , pero seguramente desde otro lugar quizas no formal lo sigas haciendo , asi que comparto lo que sentis en todo o casi todo porque sin no sintieras la docencia en las venas no estaria reemplantenadote todo lo que te reeplanteas es mi humilde opinion porque en mi , siendo colega tambien dejas huellas permanentemente te quiero Claudia

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    1. Ya dije que no discuto más porque parece falsa modestia. Igual gracias enormes por las palabras hermosas! Besos!❤️❤️❤️

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