Como sapo de otro pozo

Hace varios días que estoy masticando algunas ideas para escribir.

Dilatar la espera, a veces, es como tomar un envión para que, llegado el momento, las palabras surjan aquí y allá como un caudal que estuvo apenas contenido.

Pero el caudal sigue detenido y en cambio me encuentro haciendo cálculos odiosos para llegar a fin de mes. Pensar, organizar, reacomodar. Cómo llegar a fin de mes, que es como si dijera cómo sobrevivir un mes más. 

Tristes los objetivos de estos días.

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Entro al supermercado a buscar jabón para la ropa. Ahí está, en la góndola. Pero el precio no me convence, lo vi más barato en otro lado. Doy media vuelta y estoy por salir.

_ Disculpe ¿me puede mostrar el bolso?_ la voz odiosa de una empleada.

Y no, no quiero. Discuto un poco. Pero termino abriendo el bolso y mostrando el interior, porque si doy media vuelta y me voy quizás sienta las miradas acusadoras de todos los empleados y clientes: "algo estaba ocultando".

Me da rabia. Hay algo de abuso en esa acción de poder. Un poder que en verdad no pertenece a la empleada sino a la empresa, un poder que la empresa otorga momentáneamente a su empleada. La parte sucia del trabajo. Un poder que la empleada hace suyo.

Me dirán que exagero. Abrir bolso, cerrar bolso. Listo. No parece tan grave. 

Pero no es así. Lo que haya adentro de mi bolso, sea lo que sea, pertenece a mi intimidad. Levantate la remera, sacate las zapatillas, mostrá tu bolso. Es lo mismo.

Sometete. Es eso.

Alguien podrá alegar que la empleada tiene que hacer su trabajo porque sino puede tener problemas.

Puede ser. Pero diré que su exigencia no ocurrió en la línea se caja sino en un cruce casual en un pasillo. Podía no decir nada pero eligió decir, eligió usar su poder.

Eligió sentirse parte de la empresa. Quizás era la encargada, la responsable. Estrategias deshumanizantes de este universo.

Ahora mismo me viene a la cabeza un video que hace unos días encontré entre las noticias de internet. La policía había arrestado a un pibe por hacer venta ambulante. Le rompieron todo y secuestraron la mercadería. Pienso que los policías también son empleados de este sistema, sólo que con el permiso de ejercer mayor violencia.

Pienso también qué necesario es para el sistema que existan personas dispuestas a vigilar, a denunciar y a reprimir a otros para proteger el patrimonio ajeno, el de los poderosos.

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Alguna vez creo haber mencionado un artículo de Guillermo O'Donell, "Democracia en Argentina: micro y macro". Lo leí en el CBC y no la olvidé nunca. Gracias a internet lo busco, lo encuentro y lo releo. 

En este trabajo, el politólogo hace un análisis del comportamiento de la sociedad durante la última dictadura militar. Se refiere a la represión, a las prohibiciones y a ciertos rasgos de infantilización de la sociedad. O'Donell plantea que para lograr esa penetración "capilar", ese control en el comportamiento social, no hubiese bastado con la estructura militar ni con todos sus funcionarios: "Para que esto ocurriera hubo una sociedad que se patrulló a si misma" dice. Esa frase, escrita hace más de treinta años, fue una revelación para mí.

Creo que por entonces aún no se hablaba especialmente de la pata cívica que la dictadura necesitó para construir su poder.

O'Donell se refiere a ciertas personas _"muchas", dice_ que aceptaron complacidas custodiar ese orden y denunciar su incumplimiento. Los compara con los "kapos" en los campos de concentración. 

"Tal vez sea exageración" dice "Tal vez me haya callado demasiadas veces y tal vez haya odiado demasiado el sadismo de los kapos con que tropezamos cada día, porque así era el cotidiano en esos días".

Miro a mi alrededor, siento en quienes me rodean la mansa aceptación del destino que otros están eligiendo para nosotros, y me impresiona un poco lo actual que parece el texto de O'Donell por momentos.

Kapos, serviles.

Vengo pensando mucho en estos empleados del poder. Personajes necesarios para construir esta sociedad asimétrica. Cada uno de ellos, desde su lugar, contribuye a perpetuar la injusticia. 

Pero cuando el poder no los necesite más, cuando los quite del camino, cuando los aplaste finalmente, entonces, dirán que fueron engañados.

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Siempre escuché, y a veces hasta el cansancio, que para la justicia argentina todos somos inocentes en tanto no se demuestre una posible culpabilidad.

Pero la justicia, en ocasiones, no funciona de esa manera. Muchas veces las leyes se utilizan para culpabilizar a la víctima, según sus rasgos, su género, su clase social.  

Prejuicios, preconceptos, estereotipos. Construcciones sociales acerca del bien y del mal que los medios hegemónicos refuerzan, confirman y amplifican.

Hoy, en el mundo cotidiano, los Orcos somos culpables hasta que demostremos nuestra inocencia.

Desde las redes y los medios de comunicación el gobierno informa que queda suspendida la entrega de alimentos en comedores porque quizás, tal vez, probablemente, haya malversación de fondos en varias instituciones que recibían y entregaban comida.

Las mismas redes y los mismos medios comunican más tarde que ahora se eliminarán también varios medicamentos gratuitos de los listados para jubilados, y esto porque saben, suponen, deducen, muchos familiares se aprovechaban para obtener medicamentos para ellos.

Podría seguir con los docentes de las universidades públicas, los programas de acompañamiento a mujeres que sufren violencia, las personas con discapacidad, etc.

Muchas instituciones que, ciertamente, no funcionaron como debían y que el poder de turno aprovechó para desmantelar.

Todo queda suspendido porque seguramente muchos eligieron beneficiarse.

Por las dudas.

Lo interesante, y lo dramático, es que pueden hacerlo sin que la sociedad reaccione o se altere. 

Pueden ejercer este poder porque tienen consenso. Porque en la sociedad, hay ciudadanos dispuestos a proteger y a ratificar el orden establecido. 

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Cuando el poder sobre nosotros lo ejercen los pares produce más rabia.

Porque una cosa es ser un hijo de puta (nunca me suena decir hijo de yuta, sepan disculpar) y otra muy distinta es ser un traidor hijo de puta.

Funcionarios políticos, empresarios, militares, todos ellos pertenecen a un universo ajeno a nuestra cotidianeidad. Pueden crear leyes, reglas, normas, prohibiciones. 

Pero quienes nos enseñan/obligan a cumplirlas están entre nosotros, escuchando, observando. 

Son los herederos del "algo habrán hecho".

Para ellos existen números telefónicos para denunciar.

Para ellos existen los ascensos, las palmadas, los elogios.

Así reclutan a sus kapos, así engrosan el ejército. 

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Durante muchos años trabajé con el Diario de Ana Frank en distintas escuelas y para diferentes grupos de estudiantes. 

La historia de Ana es un poderoso relato acerca del deseo de vivir. Todo lo que narra, todo lo que escribe, da cuenta de sus proyectos, de sus deseos y de sus esperanzas. 

En cada línea de su diario Ana se aferra a la vida cotidiana y a la conciencia de ser en esa cotidianeidad. 

Pero a partir del primero de agosto de 1944 el relato se interrumpe y el dramático y desgarrador final ocurre por fuera del diario.

Aquel cuatro de agosto de 1944 un grupo comando ingresa al refugio y se lleva a todos sus habitantes. 

Cada vez que vuelvo a la lectura del diario, me imagino cómo podría haberse evitado ese desenlace.

¿Quién los delató? ¿Por qué?

Existen distintas teorías al respecto pero pocas certezas. Un ladrón que escuchó ruidos, un empleado, un notario judío que negoció su vida. En definitiva, creo, no es el nombre del delator lo que verdaderamente importa sino el significado de la acción en sí misma.

Frente al opresor y ante la violencia, delatar a otro para salvarse a uno mismo.

Porque el diario de Ana representa, finalmente, un doloroso testimonio acerca de la destrucción de los lazos sociales ante una situación límite. 

El enemigo, en esta historia no es sólo el ejército o la SS. El enemigo está en todas partes, entre los vecinos, en las calles, detrás de las ventanas. Alertando, denunciando, aislando.

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Y sí... ellos saben que entre los Orcos están aquellos que se niegan a ser Orcos.

Aquellos que se miran al espejo y ven con desesperación eso que son.

Aquellos que esperan el premio al esfuerzo y al sacrificio: el beso de algún príncipe oligarca que los convierta en otra cosa.

Orcos que sueñan, como los sapos, que algún día serán de otro pozo.

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Un día, después de años, el poder de la dictadura se quebró.

Se retiraron ellos a sus cuarteles de invierno, atentos y amenazantes. 

Y empezó una nueva etapa.

En aquellos primeros años demócraticos se empezó a hablar de todos los horrores, de los secuestros y torturas, de las desapariciones y de las apropiaciones. Pero creo que aún no sabíamos cuán profundo había sido el daño sobre los lazos sociales, qué tanto había calado el pensamiento de los dictadores en nosotros como sociedad. 

No lo supimos entonces.

Escribe Guillermo O'Donell: "El saldo de lo catastrófico incluye ese lado de esperanza que puede sentirse no sólo en el colapso del régimen y en la condena ahora casi unánime de los horrores cometidos, sino mas aún en que nunca hubo en la Argentina tantas voces tan sinceras que proponen la conquista de la democracia que se nos ha escapado en tantos meandros de la historia ".

O'Donell se refiere a un acuerdo explícito e implícito en la sociedad: la condena a los horrores de la dictadura en pos de una democracia de raíces profundas.

Pero hoy, la realidad nos grita en la cara que no demos nada por sentado, que la lucha por el sentido es permanente.

De pronto nos encontramos hoy volviendo a discutir sobre aquel pasado funesto, defendiendo otra vez aquellos acuerdos democráticos, intentando construir una resistencia desde el sentido. 

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Ando como Pandora. Creo que hemos abierto la caja y todo lo terrible, vergonzoso y repulsivo de la humanidad salió a la luz.

Cuando creo que más desesperanza no cabe en mí le comento el tema a mi hermana. No puedo encontrar nada positivo como conclusión de todo esto, le cuento.

Mi hermana, que también es mi compañera y mi amiga me escucha

No todos los lazos se destruyeron, me dice.

Pensá en la gente que en Constitución defendió al pibe que saltó el molinete, pensá en las personas que defendieron al vendedor ambulante cuando la policía se llevó sus pertenecias.

Pensá que Ana y su familia pudieron ocultarse porque hubo gente amiga dispuesta a correr riesgos para protegerlos. 

Pensá en todo eso.

Pienso, que es como revisar en el fondo de la caja.

Pienso, busco, reviso.

En estos días difíciles hay lazos que se disuelven y es casi imposible recuperarlos y es mejor soltarlos. Pero hay otros lazos que se fortalecen.

Hoy no somos mayoría. 

Pero creamos lazos. Y los lazos tienen esa costumbre de multiplicarse.

En escuelas, en bibliotecas, en centros culturales;  pero también en encuentros con amigos, en charlas que se comparten con el mate; en la calle, en la solidaridad cotidiana; en la empatía.

Esos lazos hoy, son nuestra esperanza. 





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