Horacio Quiroga, el arte y las emociones

Acaba de terminar el recreo y el curso es un barullo.

Risas, cuchicheos, gritos.

No me escuchan.

No me quieren escuchar.

- Vamos a leer un cuento. Se llama "El hijo" y es de Horacio Quiroga.

Les paso el link y arranco con la lectura. Algunos me siguen, leyendo desde sus celulares. Ya aflojaron un poco aunque  el murmullo todavía sigue un rato.

 Les leo entonces sobre ese padre que crió sólo a su hijo. Las palabras nos van empujando y ya estamos en Misiones. Es un lindo día de calor y casi sin querer, somos testigos del momento en que el niño se despide de su padre y sale a cazar.

De pronto oímos un disparo y la naturaleza se detiene. Ni un ruido, el silencio nos envuelve, tanto dentro del cuento como en el aula.

Para el momento en que el padre sale a buscar al hijo, la atención de los chicos es absoluta.

Yo leo y ahora estoy segura de tener todos sus sentidos puestos en mi relato. Casi puedo sentir la tensión y la angustia que me rodea.

Como me pasa siempre con este cuento, en la última parte tengo que hacer un esfuerzo para que la garganta no se me cierre y me gane el llanto.

Para el final, un silencio de tristeza nos envuelve.

Alguien se anima a preguntar si el final es así como lo entendió. "Sí, es así" le responde otro. 

En algunas miradas noto la súplica: quisieran que la historia siga, que continúe y que el final sea otro.

Pero el final es ese y no hay otra. A sufrirlo muchachos y muchachas.

El arte hace estás cosas. En el momento  menos pensado nos provoca las emociones más profundas, ahí, justo en el centro del alma.




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