Sobre fines y comienzos

Fue un 19 de marzo.

Como casi todos los días  de mi vida, levanté el teléfono para llamar a mi mamá. Pero esta vez la persona que me atendió fue una doctora, la doctora de la ambulancia que mi hermana había llamado. Mi mamá presentaba problemas respiratorios, me explicó la doctora, y la estaban por llevar a una clínica para internarla. Yo no podía ir, me dijo, porque en esos lugares hay muchos virus y puede afectar al embarazo. "Está tu hermana, quedate tranquila".

Me quedé todo lo tranquila que pude. Por lo poco que hablé con mi hermana supe que no conseguían cama en ningún lado.

Me senté en un sillón y teléfono en mano, discutí con todo el PAMI para conseguir una clínica para mi mamá. 

No había.

Es sabido que en San Martín si tenés obra social o sos jubilado, no hay clínicas donde parir ni clínicas donde morir.

A Maquinista Sabio la mandaron a mi vieja. Y atrás se fue mi hermana, custodiándola.

A los pocos días, el 22 de marzo, fui a mi control con el obstetra. Yo tenía fecha para principios de abril, pero me había subido la presión. Mucho, seguramente como consecuencia de la preocupación que tenía por mi mamá. Mi doctor estaba decidido: "te interno pasado mañana" me dijo.

Pasado mañana era 24. 

_ No quiero que nazca el 24_ le dije.

_Mirá que lo que pasó no fue tan grave como dicen_ me dijo el doc y empezó a explicarme un montón de cosas mientras yo pensaba que lamentablemente ya era tarde para cambiar de obstetra. 

No podía ni quería discutir con él. Lo único que se me ocurrió decir fue: "No importa, es una fecha triste".

Así fue que quedó el 23, es decir al día siguiente.

Salí del consultorio y me fui directamente a la casa de mi mamá, en ese momento habitada sólo por mi gata. En el telar y sin terminar estaba la mantita que mi mamá estaba tejiendo para Juan. Con muchos defectos, porque su vista estaba ya muy mal. Agarré la tijera y corté. Así como estaba me la llevé y la puse en el bolso junto a los pañales y las mamaderas.

Tuve a mi hijo en una clínica de Vicente López que los empleados habían recuperado hacía poco. Fui con mi marido y mi hermana.

Mientras yo me acomodaba, la partera me puso el suero y recién ahí tomé conciencia del dolor que iba a sentir.

Del parto ya hablé en otras ocasiones. Nunca me habían operado de nada, a excepción de una muela de juicio, y ahora estaba sentada en una camilla metálica, desnuda y con una panza inmensa. Me sentí tremendamente frágil.

"Abrazate las rodillas" me dijó alguien, y me clavaron la peridural que dolió muchísimo.

Después me ataron los brazos en cruz y ahí me quedé, atada, tratando de pescar algún comentario del otro lado de la tela que me separaba de la cesárea. Por suerte, un rato después entraría mi marido y todo se tornaría más calido. No lo pensé entonces, pero esa fue la primera vez que estuvimos los tres juntos.

Fue un día como hoy pero hace diez años. 

Juan llegaba al mundo.

"Es un lechón" rió el médico mientras lo levantaba en el aire.

Mi hermana, que iba y venía de Vicente López a Maquinista Sabio, al día siguiente le puso el teléfono a mi mamá para que supiese las buenas nuevas. Estaba entubada, pero consciente y mientras yo hablaba, dice mi hermana que sus ojos se llenaron de lágrimas.

Yo hablé, hablé sin respuesta. Le conté lo lindo que era. Hablé, y después corté. Inmediatamente mi hermana me llamó otra vez. Mi mamá le había hecho señas de que quería saber más. 

Y así, tres días después del nacimiento de Juan, el mismo día que volvimos a casa, mi mamá se iba para siempre.

Hacía un rato que habíamos vuelto de la clínica y sonó el teléfono. Yo grité "¡No!" y dice mi marido que Juan en su moisés empezó a llorar.

Por esas vueltas raras de la vida, el nacimiento de Juan quedó enredado con la muerte de mi mamá.

Y así fueron las emociones durante esos días.

¿Si estaba triste? Como nunca.

¿Si estaba feliz? Como nunca.

A veces creo que nada es casual. Las cosas son porque de alguna forma las llevamos por ahí, las empujamos.

Quizás mi mamá empezó a despedirse cuando se enteró de la nueva llegada, quizá fue una forma de decirnos "hasta acá". Quizá necesito despedirse de esa forma.

Quizas Juan vino a este mundo para avisarnos que sí, que la vida termina en un lugar pero que vuelve a empezar en otro.

Creo que el cumpleaños de Juan, el festejo de su nacimiento, es una forma de no pensar demasiado en el dolor, aunque quizas es también una forma de homenajear a mi mamá, porque siempre estará ahí, en esta historia contada una y otra vez.

Sé que suena cursi pero no se me ocurre otra forma de decirlo: el amor que conocí con Juan es único. 

Es un amor que le pone mertiolate a las heridas, que abraza y contiene, que dice "ya va a pasar, estoy acá". 

Y también es un amor que proyecta, que ve crecer, que se maravilla en ese aprendizaje de libertad nueva.

Es un amor que hoy, cumple diez años.

Feliz vuelta al sol, Juanito lindo!!!






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