Día de las maternidades
Nunca supe si mi mamá realmente añoraba ser madre o si lo hizo para cumplir con lo que todos esperaban. A la presión que la sociedad nos impone a las mujeres, en mi vieja se sumaba que al ser discapacitada tenía muchas limitaciones físicas.
Pero me consta que lo que tenía de aguerrida lo tenía de cabeza dura, y así demostró a sus amigos, a mi papá y a su suegra (especialmente a su suegra, la otra mujer con la que tuvo que competir por mi papá) que ella no era una pobre renguita y que podía con todo.
A veces costaba encontrar su ternura. Creo que nunca fue una mamá como las de las publicidades.
Pero hay gestos, pequeños, cotidianos. Con esos yo me quedo.
Cada mañana nos preparaba la ropa para ir a la escuela. La remera sobre el respaldo, le seguía el pantalón como si estuvieea sentado, al final las medias y en el piso, el calzado. Parecía como si dos personas invisibles se hubieran sentado a esperarnos.
La cama de mi mamá, rincón de encuentros, cobfesiones, confidencias. Cuando era chiquita y no podía dormir y cuando fui grande y necesité contarle lo que me pasaba.
Palabras mimos, formas de llamarme. Yo era su feiguele o su cachquele, su pajarito o su patito en idish.
Y aquella tarde de confidencias en un bar de San Martín, con mi hermana y conmigo, las tres; o una charla yendo o volviendo de la feria artesanal, y todas esas conversaciones eternas entre mates.
No puedo contar la cantidad de charlas que tuvimos entre uno y otro mate. Ya en los últimos tiempos volvía de trabajar y cuando pasaba cerca de su casa no podía evitar las ganas de entrar a tomar unos mate y conversar un rato. Siempre había tema.
Mi mamá era aspera. Tenía un humor feroz y corrosivo y no siempre era fácil de entender. Se reía de todo y de todos, y de ella misma también. Con Grachu aprendimos de su risa, aprendimos a reírnos de los malos tragos. Reírnos fuerte de la desgracia para que pareciera más chiquita.
Como digo, no sé cuánto hubo de deseo personal en su decisión de ser madre, y no sé si alguna vez lo lamentó, si dudó, si se arrepintió. Durante muchos años le cuestioné sus descuidos, le critiqué las irresponsabilidades maternales y algunas crueldades.
Pero hoy lo entiendo así: soy quién soy porque ella estuvo, creo que nos dio todo el amor que fue capaz de dar y creo que pese a tantos obstáculos, siempre estuvo.
Pienso mucho en ella cuando pienso en Juan. En lo personal, no hay un día que no lo mire y valore la felicidad de ser su mamá. Sin dormir muchas veces, dejando cosas que me importaban o peleándome con él, lo miro y sé que es lo más maravilloso que hice en mi vida, disculpen el almíbar que chorrea pero así es cada día.
Sé que otras mamás viven su maternidad de manera diferente, se que muchas se cuestionan o cuestionan su decisión de ser madres, y está bien que sepamos que eso también nos puede pasar y que no somos mejores ni peores por eso.
Siempre que discuto con alguien sobre la antítesis entre escuela pública y privada, digo lo mismo. Digo que la escuela pública a Juan le da lo necesario: los vínculos afectivos con pares y algunas herramientas básicas necesarias. El resto se lo damos en casa: un libro, una obra de teatro, una música, un abrazo, y "todo va a estar bien"; "te escucho"; " vos podés"; y "sos muy importante para nosotros"; "no es nada"; y sobre todo, "te quiero".
Te quiero Juan. Siempre.
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