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Maternidad

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 Maternidad El día que me enteré que Juan iba a nacer, salí del consultorio del obstetra y me fui directamente a la casa de mi mamá, que estaba a pocas cuadras. La casa estaba vacía y silenciosa. Mi mamá había sido internada tres días antes. Así que entré y fui hacia el telar.  Allí, aún sin terminar, estaba la manta que mi mamá había empezado a tejer para Juan. Sin pensar mucho agarré la tijera y la corté por los bordes para sacarla del telar. Después la doblé y me la llevé. Ya en casa la guardé en el bolso que llevaría a la clínica.  Fue la manta que usó Juan en la clínica y después en el moisés. Cuando se la puse sentí como si ella lo estuviera abrazando. Después la internación. Llegué con Fer y con Grachu. Grachu, que hizo de madre y de hermana mayor y de amiga. Me llevaron a una habitación y me prepararon. Y cuando sentí el pinchazo del suero, recién ahí tomé conciencia del dolor que iba a sentir. Hasta ese momento, durante el embarazo, no había tenido nada de miedo. No porque fue

Quino

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 Los libritos de Mafalda estaban en los estantes más altos de la biblioteca de mis viejos, casi tocando el techo. Una vez, con mi hermana trepamos entre los estantes y descubrimos el tesoro. Después de eso, los libros descuajeringados y sus hojitas sueltas andaban por toda la casa. Con mis primos, también pequeños, leíamos cada historia una y otra vez. Usábamos la palabra "sopa" como la peor de las malas palabras y cuestionábamos el mundo adulto como creíamos que lo haría Mafalda. Crecimos con Quino, con su arte, con su magia. Compartimos su mirada inteligente y sensible del mundo. Nos reímos y nos emocionamos con sus historietas. Aprendimos a amarlo. No sé si existen personas más queridas por tanta gente. Durante décadas Quino entró a todas nuestras casas; entró con su humildad a cuestas, con su empatía, con su complicidad. Y lo amamos sin discusión. Porque... quién no se sintió alguna vez, en algún momento, un personaje creado por su pluma? Por allí Mafalda y su deseo de ca

Dulces

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Cuando mi mamá era chiquita vivía en el campo, allá en Rivera. Rivera, les cuento, fue una de esas colonias judías que proliferaron a principios del siglo XX, en las que muchas familias inmigrantes encontraron un lugar para vivir y criar a sus familias. Y mis abuelos, recién llegados de Europa, aprendieron a vivir de lo que les daba la tierra. La vida en el campo era dura, muy dura. Especialmente para aquellas gentes sin conocimientos ni habilidades para vivir allí. Pero aprendieron,  y criaron a  sus hijos e hijas. Me contaba mi mamá que la vida de entonces era muy sencilla. Sin grandes regalos ni ropas de marca.  Mi mamá jugaba mucho, jugaba con mi tío Simón, su hermano. Jugaban en el campo, andaban a caballo, le daban de comer a las gallinas, arreaban a las vacas.  Me contó mi mamá que mi bobe Clara, la mamá de mi mamá, cocinaba muy rico, que en su cocina solía haber estantes repletos de mermeladas de muchas variedades.  Porque mi bobe, decía mi mamá, era una experta en la creación

Cien años de amor

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Cuando era chica, me acuerdo que en casa se escuchaba a toda hora. La pequeña radio a pila en la cocina y mi vieja escuchando a Larrea. Supongo que fue ahí que empecé a quererla, en esa costumbre cotidiana. Pero pasaron varios años para que descubriera su magia. Tenía 13 años aproximadamente y me acuerdo de una sensación, una emoción nueva: la radio y la noche, una conjunción tremenda.  Aprendí a dormir con la radio encendida, escuchando música y voces amigas. Después, de a poco, empecé a investigar en el dial, a buscar emisoras, programas, horarios. Un día conocí a unos pibes que hacían un programa en una radio que se llamaba FM Okay, creo. Los pibes eran Mario Pergolini y Ari Paluch y el programa que hacían se llamaba "Feedback" y estaba buenísimo. Nunca había escuchado algo así. Un tiempo después los volví a encontrar pero  en otra FM. Era la Rock&Pop. Y ya nada fue igual. La Rock&Pop marcó mi adolescencia. Estaba la 100 con sus canciones de moda, estaba Horizontes

Nos quedan las palabras

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 Un día perdimos o creímos perder todo, pero entonces dijimos: "Nunca podrán  sacarnos el abrazo". Y entonces llegó un virus fatal  y se prohibió el abrazo. Tuvimos que aprender a distanciarnos. "Nos sacaron todo" pensamos. "Ya no nos queda nada" dijimos. Y cuando todo quedó en silencio,  y cuando los cuerpos perdieron el calor del otro cuerpo, fue ahí, ahí mismo, en el centro de la angustia  que recuperamos el don de la palabra. Aprendimos. A abrazarnos con palabras. A acariciarnos con palabras. A cuidarnos con palabras. Las palabras recorren distancia infinitas, cruzan de una punta a otra, esquivan al monstruo, llegan a destino. Las palabras nos acercaron,  nos acunaron. Las palabras nos envolvieron  y fueron cobijo y fueron encuentro. Y el mundo volvió a ser nuestro.

El sueño grande

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Tenía 11 años cuando pedí para el día del niño un cassette de Sergio Denis. Se llamaba "Por la simpleza de mi gente" y la tapa era una pintura de Anikó Szavó, un paisaje en arte naif que estaba muy de moda en los '80. A ese cassette lo gasté de tanto escucharlo. Tenía unas canciones que me fascinaban, como "Soledad", tan triste; o la joyita "Fiesta del sueño grande" junto al cuarteto Zupay y "Malísimo" de Rubén Rada. Me encantaba Sergio Denis. Me encantaba en serio. Siempre que pienso en él lo asocio a esos años de cambios tan profundos que ocurren cuando una nena tiene 11 años y empieza a picarle el bichito de los metejones y enamoramientos varios, de la coquetería y todo eso. Ahora lo llaman pre adolescencia pero en esa época seguías siendo una pendeja y punto. En fin, me acuerdo mucho de esa época porque ese era mi primer cassette sólo mío. Deseado, pedido y esperado por mí. Lo guardaba con mis objetos personales más queridos y valiosos. L

La escuela en tiempos de pandemia I

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El viernes la seño de Juan mandó tarea y pidió que se la enviáramos por correo.  Juan bufó, yo bufé.  Pero cumplimos: Juan hizo la tarea y yo mandé el correo.  Y hoy recibimos la respuesta. La seño le respondió, le dijo que hizo todo muy bien y además le hizo unas cuantas observaciones y sugerencias muy personales y muy cariñosas. A Juan le gustó muchísimo. Imagino que el mismo trabajo se tomó con cada uno de los 28 chicos del grado. Es importante decirlo, en estos días en los que, un poco en broma, un poco en serio, se viene hablando de la cantidad de tarea que los docentes están dando.  Y es cierto, a veces se zarpan. Con Juan es difícil, porque además de no ser yo su maestra, el encierro lo tiene más inquieto de lo que habitualmente ya es. En fin, dan mucha tarea y para comunicarse utilizan una tecnología que para muchísimos chicos es casi inaccesible. Pero se ocupan, se esfuerzan, lo intentan. De la nada misma. Porque los y las docentes de escuela pública trabajamos con nada, y de

Y las calles se llenaron de brujas

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 Y las calles se llenaron de brujas. Por todas partes. Las brujas marchan y se abrazan. Las brujas enarbolan sus pañuelos verdes.  Y gritan.  El grito de las brujas es una magia tan antigua como poderosa. Es el grito de guerra de las que gritaron antes. En los hogares, en las fábricas. Brujas exigiendo igualdad en el trabajo. Brujas reclamando el derecho al voto. Brujas que ardieron, como en la Santa Inquisición. Brujas sufragistas. Brujas artistas. Brujas educadoras y emancipadoras. Brujas locas. Un grito de furia antiguo recorre todos los tiempos y llega a las gargantas de las brujas nuevas, que aullan enardecidas. Herederas del saber, exorcizando el poder del patriarcado. Las brujas de ayer y las brujas de hoy, abrazadas en un aquelarre eterno.

El maltratador

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Hace mucho tiempo trabajé en una escuela privada, en la que, durante tres años, di el taller de periodismo radial y el taller de periodismo televisivo. El día que entré a la escuela por primera vez y tuve la entrevista, me recibieron con los brazos abiertos. Por un lado yo contaba con mi título de Periodista recibida en TEA; más los títulos de Profesora y Licenciada en Letras de la UBA, todo eso me otorgaba cierto prestigio y, sinceramente, me enorgullecía. Hasta ese momento yo había trabajado algunos años como profesora de lengua y literatura en escuelas públicas y además había realizado alguna breve experiencia en el mundo del periodismo. Pero esta era la primera vez que podía conjugar en una misma actividad mis dos pasiones: el periodismo y la docencia.  Y sí, claro, estaba feliz. Unos días antes de empezar a trabajar me presentaron a mi colega, quién enseñaría a otro grupo la parte técnica: cámaras, consola, etc. Ambos, me explicaron, cada uno en su espacio, debíamos ser una suerte

Historia de zapatos

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Hace muchos, muchos años atrás tuve un par de zapatos. Uno solo. En esa época no tenía un mango y comprarlo fue todo un esfuerzo. Lo compré el día que me recibí de periodista en TEA. Un lindo par de zapatos de nobuck negros y con tacos altos y cuadrados.  Mi tía me había regalado la ropa para la entrega de diplomas, ropa sastre: una bermuda azul de vestir, un blazer de mangas cortas y una blusa negra.  Así que yo me compré mis zapatitos negros. Desde entonces podría decir que esa ropa, con alguna que otra combinación, y ese par de zapatos, durante años fueron mi única ropa de salir. Pero claro, con el tiempo la ropa se gastó, mi cuerpo cambió y la ropa pasó a nuevas manos.   Pero los zapatos no. Los usaba para todo: Para ir a trabajar, para salir. Tanto los usaba, a tal punto, que uno de los zapatos, el derecho, tenía moldeada la forma de un callito en el dedo chiquito. Una vez a uno se le rompió el taco. Otra vez, se volvió a romper el taco. Varias veces terminé sentada en una zapater

El barrio, el mundo

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De chica viví en un barrio bonito, de casas bajas y poco tránsito, donde todos nos conocíamos. En ese barrio las veredas y las calles eran para nosotros y nosotras como parques o plazas porque podíamos correr y jugar. De muy chicos jugabámos a la escondida y podíamos ocultarnos en cualquier patio delantero de cualquier casa de la manzana. En las noches de verano los vecinos y las vecinas sacaban sus sillitas a la puerta y conversaban unos con otros. Y ahí iba mi papá, a la esquina, a reunirse con los hombres grandes, el Tata, Don Lirio, Don Gil. Y por allá en el medio de la calle, mi hermana y yo, junto a mis vecinas, Laura y Andrea, disfrutábamos de la noche de calor andando en patines. Para un lado, para el otro, ida y vuelta, de una esquina a la otra.  "¡Auto!" gritaba alguien y nos íbamos para el cordón hasta que el auto en cuestión terminara de pasar. Frente a mi casa había un gran depósito mayorista, lo de "Toto" se llamaba, o quizás sólo le decían, en honor a

Lo que todos merecemos

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Hace un par de semanas, poco antes de terminar las vacaciones de invierno (perdón, receso escolar) empecé con un cuadro de alergia muy fuerte, que todavía me dura un poco. Brazos, piernas y torso, repletos de un sarpullido continuo y molesto. Me angustié, me preocupé, me enojé. Después fui a la dermatóloga y me dio una dieta super estricta, un jabón especial y de a poco la piel empezó a mejorar. Cuando pasó el temor, empecé a pensar, más allá de la explicación médica, cuál era la razón más profunda por la que me broté. Porque sí, yo me broté literalmente y también metafóricamente. La respuesta llegó rápida, estaba ahí, a la vista: no quería volver a la escuela. No quería volver y entonces me broté. Así fue. Yo sabía que no quería volver. Lo sabía por la sensación de angustia, lo sabía porque me invadía una especie de desolación. Pero no lo quería poner en palabras. Sabía, también, que lo que me pasaba no tenía que ver con pereza, ni con desinterés ¿Por qué no quería volver a mi trabajo

Lecturas fantásticas

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Clase de quinto año. Estamos viendo literatura fantástica, uno de mis temas favoritos.  Sin dudas los buenos cuentos fantásticos son aquellos que te hacen perder la razón.  Los buenos cuentos fantásticos te hacen dudar, te sublevan. Los buenos cuentos fantásticos te revelan contra el orden de las cosas.  Tiempos y espacios se confunden, se entrelazan; las almas migran en busca de otros cuerpos; los órdenes se invierten. Arriba es abajo, la vida y la muerte son casi lo mismo. Y todo eso pasa justamente cuando leés un cuento de Cortázar. Así que arrancamos primero con "La noche boca arriba", uno de los relatos más perfectos que conozco. Un viaje  iniciático al centro mismo de los sueños. Sueños que se transforman en pesadillas que se transforman en realidades que se transforman en sueños y así al infinito. Ellos leen, yo los espío mientras leen. Algunos se concentran más, otros menos.  Llegan al final y la incertidumbre les pesa. Demasiadas puertas abiertas, pocas certezas. _ P

Pesaj y los judíos

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Soy judía. Ser judía es una certeza.  Con Grachu crecimos en en un hogar judío y aprendimos, básicamente, que todos los seres humanos somos iguales porque, paradójicamente, todos tenemos nuestras diferencias. La verdad es que ser judía nunca fue un tema central en mi vida, sino más bien parte natural de mi ser. No tuve grandes conflictos al respecto.  Sin embargo, hay que decirlo, en distintas momentos de la vida me fui encontrando con algunas situaciones a veces difíciles, tensas y hasta complicadas. Desde aquella persona que se sorprende y te dice que "¡No parecés judía!" porque aparentemente no cumplís con vaya a saberse que absurdos estereotipos. O el otro que espera que seas muy amarreta, o una gran comerciante "porque todo eso está en los genes", como si los genes pudieran determinar nuestro nivel de miserabilidad. También está el que se enoja por cosas de más allá "¡Ustedes mataron a Cristo!" o cosas de más acá: "¡Ustedes están matando gente en

Arde Notre Dame

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 Notre Dame arde.  Qué frase perfecta, dramática, cuánta fuerza posee! Notre Dame arde y los pensamientos fluyen. Años de historia desaparecen. Sí, también en Siria, o en Palestina. También fue así en América, cuando la conquista. El mundo material es caprichoso y absolutamente arbitrario. Objetos, construcciones, reliquias nacidas de las manos humanas son capaces de sobrevivir extensamente a sus creadores. Y sin embargo, un día cualquiera, de la nada, se destruyen y desaparecen con la misma fragilidad con la que fueron creadas. Cuando murió mi papá pensaba mucho en estas cuestiones. Mi papá era un tipo muy celoso (por no decir obsesivo) de sus pertenencias. Ya fuera el equipo de música o un libro, eran sus cosas y nadie podía acercarse a ellas. Cuando mi papá murió todos esos objetos quedaron por ahí, dando vueltas. Estaban huérfanos de dueño, se podían manipular, se podían tocar y había algo de irreverencia en todo eso, algo de violación a una privacidad que ya no tenía defensa. Por

Horacio y la muerte que ronda

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Durante años leí los cuentos de Quiroga, embelesada por la presencia de esa muerte absurda, cruel, inexplicable. Es que la muerte, sin duda alguna, es una figura permanente tanto en los relatos del escritor como en su historia personal. Disparos accidentales y suicidios, venenos y enfermedades mortales. Su vida se cuela en cada cuento, se confunde, se impregna.  Y sin embargo, si prestamos atención, no es la muerte con todo su horror lo que verdaderamente nos impacta como lectores. No.  Nuestra verdadera fascinación se encuentra en el relato pormenorizado de las emociones de cada personaje, en descubrir qué sintieron, qué pensaron, cómo lucharon. Así, leemos "La gallina degollada" y descubrimos a una joven y apasionada pareja de recien casados que sólo desean sellar su amor con el nacimiento de un hijo. El narrador nos describe cada fracaso, cada dolor, cada reproche, la erosión de los sentimientos mutuos y luego un nuevo intento y otra vez el fracaso y así... El final es con

Horacio Quiroga, el arte y las emociones

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Acaba de terminar el recreo y el curso es un barullo. Risas, cuchicheos, gritos. No me escuchan. No me quieren escuchar. - Vamos a leer un cuento. Se llama "El hijo" y es de Horacio Quiroga. Les paso el link y arranco con la lectura. Algunos me siguen, leyendo desde sus celulares. Ya aflojaron un poco aunque  el murmullo todavía sigue un rato.  Les leo entonces sobre ese padre que crió sólo a su hijo. Las palabras nos van empujando y ya estamos en Misiones. Es un lindo día de calor y casi sin querer, somos testigos del momento en que el niño se despide de su padre y sale a cazar. De pronto oímos un disparo y la naturaleza se detiene. Ni un ruido, el silencio nos envuelve, tanto dentro del cuento como en el aula. Para el momento en que el padre sale a buscar al hijo, la atención de los chicos es absoluta. Yo leo y ahora estoy segura de tener todos sus sentidos puestos en mi relato. Casi puedo sentir la tensión y la angustia que me rodea. Como me pasa siempre con este cuento, e

"Lalola" y El amor romántico

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Terminé de ver "Lalola" por segunda vez. Sí, en la era Netflix, yo busco series viejas en Youtube. Para aclarar: "Lalola" es, básicamente,  una telenovela, con todos los clichés propios de este formato, así que para poder disfrutarla, es imprescindible que te gusten las novelas. Dicho esto, quiero comentar que esta novela particularmente tiene, como agregado, un planteo interesante en torno al género, bastante novedoso para la época.  Comienza la novela y conocemos a Lalo. Lalo es un tipo exitoso, guapo, inteligente, joven y con poder. Trabaja en una revista para hombres y es super machista. Subestima a las mujeres con las que trabaja o con las que sale, se burla de ellas y las usa para sus necesidades y propósitos. Esto, hasta que conoce a Romina, una chica bonita con la que tiene un romance de una noche y luego la olvida, no le responde los llamados y la evita. Romina, que ha dejado a su novio por Lalo, queda despechada y llenita de rencor. Así que durante una noc

La vida, la muerte y nosotros

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Para Ana Tratamos de vivir la vida sin pensar en los finales.  Armamos proyectos, construimos historias, edificamos lazos, nos aferramos a los afectos.  En fin, transitamos por el mundo como si fuésemos dioses eternos. Pero un día llega la muerte y nos disciplina. Nos arrebata la seguridad y entonces el mundo, tal y como lo creíamos, ya no será sólido bajo nuestros pies.  La muerte es como una tormenta que pasa violenta y ciega y destruye todo. No hay justeza en su accionar. No hay reflexión, no hay un plan, ni un propósito. La muerte no distingue buenos de malos, ni reconoce valores. No podemos entenderla. Y esa seguridad que construimos se descascara, y los esqueletos de nuestras historias quedan desnudos, y nos arranca la piel  y nos deja, latiendo a la vista, la carne frágil. Y nos sentimos tan pequeños e inseguros.  Y tememos.  A la muerte le tememos, a los finales le tememos, a la soledad le tememos. Y sentimos que no hay respuestas. Entonces, buscamos, preguntamos, filosofamos,

El Peretz despierta

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Explicar qué significa el Peretz en nuestra historia es complejo. Era un club. Sí, claro. Un espacio recreativo. También. Fue todo eso y fue un lugar para la cultura y también un ámbito de militancia. Y fue más. Mucho más. Fue mucho más que eso. Fue un segundo hogar para  nuestros abuelos y para nuestros padres  y alguna vez también albergó nuestros sueños, nuestros proyectos y  nuestros ideales. Por dónde empiezo. El Peretz era un club judío progresista. En él aprendimos a estar orgullosos de ser quiénes somos y de nuestras raíces. En ese espacio empezamos a entender algunas cuestiones fundamentales acerca del significado de luchar por un mundo verdaderamente justo; aprendimos acerca de nuestra historia contra el nazismo, contra el antisemitismo y contra cualquier forma de racismo, de injusticia y de autoritarismo. El Peretz, igual que todos los clubes del ICUF, fue un gran espacio de resistencia durante la dictadura, para los judíos progresistas y para muchas otras personas que lo ad

Releyendo a Lolita

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 Relecturas Pensaba en Lolita , la novela de Nabókov, y en como algunas historias merecen ser releídas. Una vez, hace muchos años, la propuse como una de las opciones literarias en un curso de alumnos adultos. Me acuerdo del comentario de una alumna: "Profe, esa Lolita es re trola!!!" Mi alumna estaba indignada: Lolita se aprovechaba de su tutor, lo extorsionaba, usaba el sexo para obtener favores. Por entonces no me hacía ni la mitad de las preguntas que hoy me planteo, pero de todas formas había alguna idea, algún concepto flotando en el aire: _ Sin embargo fijate en un detalle _le argumenté_ fijate que la historia está contada en primera persona siempre por Humbert Humbert. Pensá entonces que todo lo que se dice sobre Lolita es desde su punto de vista. No necesariamente pasó como él lo cuenta. Él. Humbert Humbert, el padrastro de Lolita, único responsable directo después de que su madre falleciera en un oscuro accidente. Porque en verdad Lolita es literalmente arrancada de

Osvaldo

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Hace muchos años, en una escuela muy pobre y muy destartalada, un grupo de docentes locas y soñadoras junto s sus queridos alumnos, también locos y soñadores, decidieron, inventar un libro. Manos a la obra, los chicos escribieron historias. La realidad y la fantasía se entremezclaban para contar cómo era crecer en una villa, sin dramatismo ni sensacionalismos baratos. Los juegos, el amor,  la escuela, la vida se fueron plasmando en cada página. Y entre robos a la escuela, obras mal hechas, reclamos de los papás para defender su escuela, el libro quedó terminado. Se llamó "Carcoveando". Y en esta escuela de locos y soñadores, todos se alegraron mucho cuando el libro estuvo terminado. Sin embargo, allí comenzó otro problema: quién publicaría estos cuentos, estás historias. Pero esta gente no se cansaba fácilmente. Recorrieron instituciones, golpearon puertas, buscaron ayuda. Entonces lo encontraron a él, al mejor. El hombre humilde, el más loco y el más soñador de todos los ser

Mi viejo y el patriarcado

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"El patriarcado nos lastima a todos, tanto a hombres como a mujeres", dicen algunas voces conciliadoras. "El patriarcado lastima especialmente a las mujeres, ya que cercena sus derechos, sus posibilidades y otorga privilegios al varón", dicen otras voces más radicales. Y en medio de todo el debate, ahí estoy yo, pensando en un varón. En estos días estuve pensando mucho en mi papá. Ahora que puedo entender algunas cuestiones que antes no veía pienso en mi papá y en todo el daño que el patriarcado le hizo. Hijo de inmigrantes rusos, mi papá creció condicionado por una cantidad de mandatos y deberes de los que nunca se pudo desprender y que signaron una y otra vez cada paso de su vida. Era bastante reservado mi viejo. Le costaba hablar de él, de su historia, de sus miedos y angustias, de lo que no pudo ser, de sus sueños. Por eso quizás, cuando de vez en cuando hablaba, con mi hermana escuchábamos con atención. Supimos así de su infancia y de su juventud en un hogar hu