Lo que todos merecemos
Hace un par de semanas, poco antes de terminar las vacaciones de invierno (perdón, receso escolar) empecé con un cuadro de alergia muy fuerte, que todavía me dura un poco. Brazos, piernas y torso, repletos de un sarpullido continuo y molesto. Me angustié, me preocupé, me enojé. Después fui a la dermatóloga y me dio una dieta super estricta, un jabón especial y de a poco la piel empezó a mejorar. Cuando pasó el temor, empecé a pensar, más allá de la explicación médica, cuál era la razón más profunda por la que me broté. Porque sí, yo me broté literalmente y también metafóricamente. La respuesta llegó rápida, estaba ahí, a la vista: no quería volver a la escuela. No quería volver y entonces me broté. Así fue. Yo sabía que no quería volver. Lo sabía por la sensación de angustia, lo sabía porque me invadía una especie de desolación. Pero no lo quería poner en palabras. Sabía, también, que lo que me pasaba no tenía que ver con pereza, ni con desinterés ¿Por qué no quería volver a mi trabajo