JOSÉ MURILLO: EL ESCRITOR Y LA PERIFERIA

        Para empezar quisiera contarles algunas cosas sobre Murillo y yo: desde chica, los libros de José Murillo fueron mi primer y maravilloso contacto con la literatura. Si bien había leído y disfrutado los libros de María Elena Walsh, o de Elsa Bornemann, la primer novela, el primer libro “grande” cuando tenía diez años, fue “Rubio como la miel”. Lloré, reí, me fasciné, con la historia del Doradillo: “No lo voy a olvidar” comienza contándonos el narrador “Tengo su imagen, siempre galopando, como  un canto de amor en mi retina. Lo veo temblar aún, como aquella mañana que inició nuestra amistad, junto al tronco de la tipa que reinaba en el potrero solitario tal un airón de luz. Temblaba, digo, con ese temblor nuevo de la vida que es emoción y azoramiento”. 

           Y así fue que empecé a viajar por regiones desconocidas hasta entonces.

Después, de adolescente, tuve el placer y el privilegio de participar en el Taller Literario que Murillo, Pepe, coordinaba en su casa. Mis primeros cuentos y reflexiones literarias surgieron allí, entre mates con gusto a café y azúcar. Yo era la más chica del taller. Era la nena. Pero me gustaba sentir que ahí era una más leyendo, criticando, escuchando. Junto a él empecé a definir algo que ya vislumbraba: mi pasión por literatura.

En ese contexto conocí a una persona maravillosa, Viviana Manrique, su sobrina, hoy una gran estudiosa y difusora de la obra de Murillo. También llegó a mi vida Olga, quien fue su mujer y compañera, alguien que creyó especialmente en mí y que en muchos momentos de mi vida fue como un hada madrina.

Fue una de esas noches de taller cuando Pepe nos miró a todos y nos dijo que quería que conociéramos a dos grandes poetas. Y entonces organizó un asado en la casa de Vivi con dos invitados increíbles: Hamlet Lima Quintana y Armando Tejada Gómez.

¡Qué bello recuerdo!

El vino, la risa y las palabras recorrieron aquella mesa toda la noche.

Muchos años después, cuando Pepe ya no estaba, Olga me llamó y me convocó para participar en la apertura de una biblioteca que llevaría el nombre de Pepe.

“Es por tu barrio” me dijo.

“Es el destino” pensé yo. 

Así fui a dar con la Biblioteca Popular José Murillo, en Villa Zagala, está biblioteca que nació de la lucha de una Asamblea barrial y de la cual soy parte orgullosa. La biblio Murillo es un espacio generador de encuentros, un espacio que reivindica la cultura popular y el arte como herramientas de transformación y de lucha.

Ahora sí, quisiera hacer un breve repaso biográfico, a modo de Introducción: José Murillo nació en Pueblo Ingenio en Jujuy, en 1922. Fue maestro y profesor de Educación Física. En 1966 publicó Mi amigo el pespir. En 1970 conoció al padre José Gallinger, director de Editorial Guadalupe, donde publica posteriormente la mayor parte de sus libros. En 1972 recibe el Premio “Enrique Banchs” por “El tigre de Santa Bárbara”, y en 1975 el premio “Casa de las Américas” por “Renancó y los últimos huemules”, en colaboración con la escritora Ana María Ramb. Fue maestro alfabetizador en Cuba y entre sus obras podemos mencionar: "El niño que soñaba con el mar", “Leyendas para todos”, “Brunita”, “Aquel caballo bragado”, entre otros.

En este texto nos centraremos en su literatura infantil y juvenil. Lo hemos titulado “El escritor y su periferia” por varios motivos que aquí desarrollaremos: En principio, vemos que sistemáticamente, y desde siempre, la industria cultural se maneja con un canon, un canon de escritores buenos y malos, talentosos y mediocres que han surgido desde el ámbito de la cultura oficial. Y es ese mismo sistema el que produce un borramiento del hecho artístico que no forma parte de sus premisas.

Es decir, creemos que existe un ocultamiento de carácter simbólico, de aquella clase de obra artística que no representa el universo oficial, centralizado especialmente en Buenos Aires. Y es la figura de José Murillo una representación del artista que desde su obra, se opone a lo que el mercado propone. Es el caso de gran cantidad de escritores que se han planteado la posibilidad de profundizar en temáticas y puntos de vista cuestionadores y, en verdad, novedosos: autores de estilos y géneros diversos tales como Daniel Moyano, Armando Tejada Gómez. Y de otros tantos que existen en los barrios, en los pueblos, en cada rincón del país. 

“Cuando vine a estudiar a Buenos Aires –recordaba Murillo en una entrevista allá por el año 73- en la misma Universidad encontré una profunda incomprensión hacia todo lo popular. Yo mismo tenía una comprensión intelectual hacia todo aquello. Tuve que volver a mi provincia y trabajar en una finca junto con los peones, allá en Santa Bárbara, compartir todo, incluso la decepción final de una cosecha...”

Por eso pensamos en la obra de Murillo como una literatura de periferia, y por eso es necesario que tomemos en cuenta dos aspectos fundamentales: el género y el espacio geográfico.

Con respecto al género, Murillo publicó varias obras para adultos, alguna de ellas de un fuerte compromiso político. En 1966, edita su primer libro para chicos, Mi amigo el pespir y abre un nuevo camino en su obra. En él, ya se perfila lo que será toda su obra para chicos: Murillo no subestima, no  da lecciones ni intenta una moraleja. Simplemente cede la palabra, desestructura, desarma y reorganiza ideas preconcebidas. Tampoco subestima al lector. Por el contrario, en sus textos, hay un cuidadoso trabajo de elaboración: “La primera condición de una obra para niños –nos cuenta- ha de ser que sea literaria, esto es elaborada, cuidadosamente trabajada teniendo en cuenta al destinatario” explica probablemente entendiendo que, en materia de literatura infantil, aún había mucho para decir y explorar. De allí en más sus obras para chicos se multiplican: Silvestre y el Hurón, Rubio como la miel, El tigre de Santa Bárbara.

Sin embargo, pese a la calidad de sus trabajos, tanto Murillo como otros autores han tenido que luchar, durante años, contra un fuerte menosprecio que siempre pesó sobre la literatura infanto-juvenil. Aunque hoy el prejuicio es menor, tanto en los espacios académicos como en los circuitos intelectuales, el silencio suele ser la respuesta para este tipo de literatura. Sobre esto explica: “No sé a qué se debe el hecho de que a la literatura infantil casi nunca se la consideró literatura. (...) La realidad es que la gran literatura infantil es buena para cualquier edad. (...) 

En sus historias la solidaridad, la convivencia, son parte esencial, pero también  la lucha contra el abuso y por la subsistencia, son parte de su obra: “La política también pasa por la literatura infantil” había asegurado el autor, en un reportaje en el año 1975, al  referirse a “Renanco y los últimos huemules”, la historia de los ciervos colorados patagónicos que son invadidos por los ciervos colorados europeos, que en verdad fueron traídos por los ingleses: “Es posible que un chico no vea el trasfondo de la metáfora -explica- que sí resulta bastante claro para un adulto”.

Más aún, en sus relatos, Murillo trata algunos temas por demás en discusión en la actualidad: la explotación de menores en los trabajos de campo, o la pertenencia de la tierra que se trabaja, aparece claramente expuesto en Brunita, como más adelante veremos.

En cuanto al aspecto geográfico, muchos de sus textos se ubican en la provincia de la cual es nativo, Jujuy, en el monte jujeño, más precisamente en Santa Bárbara y esto es, sin dudas, la columna vertebral de su obra. José Murillo nació en Pueblo Ingenio, actualmente Ledesma, y como la mayoría de sus habitantes, sus papás trabajaron en el Ingenio que da nombre al pueblo y que jugó un rol tan monstruoso, tanto desde la explotación, como en la desaparición de personas durante la última dictadura militar: “Recuerdo a los cinco años, una huelga en el ingenio Ledesma, con heridos y muertos –nos relata-. Era en 1927. Los recuerdos son vagos pero jamás me olvido del sufrimiento, de cómo aquella gente vejaba y humillaba al indio. El recuerdo es la actitud ante la injusticia”.

Es claro que durante esos primeros años, en permanente contacto con el monte y con la naturaleza a pleno, comienza a cobrar fuerza en él lo que luego será el tema central de sus historias para chicos y adolescentes: “Fui un chico muy fantasioso –recordaría el autor -. Siempre creí que los árboles me protegían, que me hablaba el viento. Nunca tuve miedo a la naturaleza”

Y es que Murillo nos presenta la naturaleza a pleno. Nos invita a conocerla y a no temerle, de la mano de sus protagonistas. Así, por ejemplo en “El tigre de Santa Bárbara” (LO MUESTRO), Aña, el tigrecito, un día de primavera descubre que el monte ha cambiado: “Un día abrió los ojos y vio a la primavera. Ocurre eso en el monte. Porque no es, desde luego, como un mero estallido, sino una lenta y casi imperceptible preparación, un proceso secreto (...) La primavera canta en la voz enamorada de los pájaros, se visualiza en los innumerables tonos de verdes nuevos, atrae en  la eclosión de cientos de flores, llama en la vibración e inquieta de las alas: alas de picaflores, de lechiguanas, de caranes; impulsa a la vida como un renacimiento”. Y él, como parte de una armonía y sin comprender demasiado, él también ha cambiado: “Aña sintió en su sangre bullir una inquietud que lo desasosegaba; que lo impelía a buscar sin saber muy bien qué ni dónde, pero que lo llevó a deambular, no en son de caza, sino de búsqueda, aunque de una búsqueda incierta”.

 El diálogo con la naturaleza, también se ve plasmado en muchas de sus obras, entre ellas, Brunita. Brunita es la historia de una niñita Coya, nacida en Purmamarca, y que junto a sus padres viaja a Ledesma, para la zafra. Los peligros que la pequeña encuentra no se encuentran en la naturaleza. Por el contrario,  son tremendamente y corpóreamente humanos. Es más, son los elementos de la naturaleza, el Cardón, el Silencio, el Viento, las totoras, quienes cuidan de ella y los que permanentemente la protegen del peligro. 

Así, aparece Don Carlos, quien se reivindica como el dueño de la tierra en la que vive Demetrio, el papá de Brunita, y toda la familia, y reclama una renta. Brunita teme que aquel hombre le arrebate a Negrito, un cabrito guacho al que ella cría. Entonces huye. Pasan las horas y Brunita no regresa. El Cardón alerta al Viento quien la va a buscar: “Podés volver, Don Carlos ya se ha ido –le susurró el viento- Tus padres no saben dónde estás. No los aflijas más. Ella no podía comprender el lenguaje del Viento; pero se sintió protegida y supo que el peligro de perder a su guacho había pasado, que las sombras la protegían y regresó junto a los suyos”. 

Al  tomar para difundir y para analizar figuras tales como la del escritor José Murillo, de alguna manera, estamos rescatando a una cantidad de voces que en él se expresan, una cantidad de voces que, de otra forma, no encuentran cómo, por qué camino, hacerse oír. Y es que, a través de sus textos, ha sido y es una suerte de portavoz de la palabra  de aquellos que muchos se niegan a escuchar. En el caso de Brunita, Murillo destaca el contacto con la naturaleza, la libertad en contraste con la explotación del hombre: Don Carlos, ó el capataz del ingenio.

Murillo hace hablar a la naturaleza, pero no sólo como un recurso literario, sino como parte de una misma reflexión. Desde la personificación, la naturaleza tiene mucho para decir: “Nosotros no tenemos dueño –expresa el silencio- Tú, él, yo, las piedras, el río y el agua que lleva, la tierra, la luz y las estrellas, los pájaros y las flores, son de todos, para todos. Los hombres vienen y se van, viven y mueren... ¿Es que el sol, la luna, la lluvia, pueden tener dueño...?

El contacto con el monte, el sentir que la naturaleza nos habla, y que sólo hay que ser capaz de escucharla, es un hilo conductor en su obra. Así nos explica Murillo en la Introducción de su libro “Cuentos para mis hijos”: “Para quién sabe ver y oír, la naturaleza es una maestra cuyas enseñanzas enriquecen la inteligencia y la sensibilidad”, y luego nos describe lo que cada cuento nos dará a conocer: hembras que cuidan la cría de otra que no regresó de la caza nocturna, la huída de un incendio en el que todos los animales buscan la salida en conjunto, se salvan todos y nadie ataca a nadie. “Sí, no hay ninguna duda. El hombre, el joven, el niño, tiene mucho que aprender todavía de los animales, de los árboles, del monte, en síntesis”.

Que Murillo escriba sobre este universo desconocido para muchos, olvidado para otros, y que lo haga pensando en los chicos, forma parte de una elección artística y de vida: “La literatura infantil tiene una especificidad que a la vez es un compromiso. –nos cuenta- (...) No tiene límite. El hecho que tenga a los niños por destinatarios le asigna una gran responsabilidad porque obliga a conocer la psicología de los niños; sin un profundo respeto por el niño y sin un gran conocimiento del alma infantil no se puede hacer literatura infantil”.

El autor toma una postura ideológica, su escritura funciona como una perspectiva: ¿Desde dónde se mira? ¿Hacia dónde? ¿A quién? Les habla a los chicos, y les habla de otros chicos, les habla de animales y plantas cuyos nombres, la mayoría jamás escuchó: majanos, cardones, pespires, tipas, mayuatos, corzuelitas, les habla de un mundo para muchos lejano. Intenta acercar, derribar prejuicios: “La literatura tiene que estar al servicio de la vida, la vida entendida como una plenitud sin sumisiones –lo cual implica que tiene que ayudar a desarrollar la sensibilidad, la inteligencia del niño. Tiene que ayudar a que el niño desarrolle alas, las sepa usar y sea capaz de volar por sí mismo”.

Cada reflexión de un animal, de un árbol, de la naturaleza, nos lleva a nuevos replanteos de los seres humanos. Y lo podemos ver plasmado en aquel, su primer libro para chicos, “Mi amigo el pespir”. Nos dice el pespir: “Sí, lo sé. Muchos de ustedes piensan que los animales no hablamos porque no nos expresamos como ustedes ¡Qué visión del mundo tienen! El chistido es nuestra manera de comunicarnos. En el  monte con eso nos alcanza. Y según la entonación o la inflexión de los tonos del chistido, variamos el sentido y la intención. ¡Qué les parece! No vuelvan a decir, por lo menos en mi presencia, que a los animales sólo nos falta hablar. Porque la cuestión, por otra parte, no es hablar, sino entenderse...”. Murillo reivindica aspectos de la naturaleza animal, que, por contraste, funcionan para cuestionar aspectos de la vida humana: “Nosotros inventamos la lucha feroz entre los animales –dice-. Estos no pelean a muerte; en forma muy excepcional se muere, en sus combates, uno de los oponentes. El animal que caza para comer lo hace solamente para satisfacer sus necesidades, no se excede.” 

Así se suceden lugares geográficos distantes, animalitos desconocidos, una exótica vegetación, así Murillo nos acerca a este mundo desconocido para muchos, maravilloso, fuente de orgullo y amor para otros. Así, también, desfilan personajes plenos de amor y ternura, como Brunita, como Juancito.

Para ir terminando, podríamos entender, a modo de síntesis, que existe en la obra de José Murillo una propuesta de contracultura a la cultura oficial e institucional: 

En un país que sólo sabe mirar hacia la producción de Buenos Aires, la reivindicación y profundización de un ámbito tan distante, y tan alejado de las normas de la ciudad, es una respuesta ideológica. Vale decir, la elección del monte como elemento central, en tanto espacio geográfico marginal, funciona como metáfora del espacio marginado de la cultura. Entendemos que  tanto en la elección de las temáticas y de los personajes, como en la ubicación geográfica, existe una mirada y un compromiso del autor desde y hacia el espacio perisférico.  Este es elmonte literario en el que se ubica José Murillo, y desde allí nos narra.

Quisiera cerrar con una reflexión del autor. Fue en 1990, cuando la Editorial Guadalupe decidió homenajear a Murillo en La Feria Internacional del Libro. En sus palabras de agradecimiento, expresó: “Ya hombre fui al monte, más, estuve en selva virgen y la lección que extraje de plantas y animales es que la vida en libertad es una vida riesgosa; pero el impulso, todo el impulso de la naturaleza, tiende hacia la libertad, y de la lucha entre la vida y la muerte, triunfa por lejos la vida...”




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