El frío y las ausencias
Necesito hablar del frío. En estos días de aulas heladas y de puertas abiertas, de chicos y docentes ovillados sobre sí mismos y de manos congeladas, me es imprescindible hablar hoy, ahora, del frío. No puedo pensar en otra cosa. Necesito escribir. Quizás las palabras me brinden el calor que hoy preciso. Siempre le tuve miedo al frío. Contaba mi mamá que de muy chica, cuando me bañaba, mis labios pequeñitos se ponían morados. Y tengo también el recuerdo de haber salido del mar castañeando los dientes una y otra vez. En alguna ocasión el frío me produjo dolor de estómago, y muchísimas veces dolor de cabeza. El frío lástima el cuerpo y golpea el alma. Y es el frío de hoy, el que me trae recuerdos de tiempos pasados, de momentos de tanta vulnerabilidad. Aquella casa enorme, tan grande, tan fría y nosotros tan tristes en ella, tan carentes y tan solos. Son recuerdos que el frío nos devuelve como algo viejo e inútil que queremos desechar pero siempre regresa. Esos tiempos en