La risa y no otra cosa
El flaco no paraba de reírse mientras se acordaba lo de las gordas sentadas en la escalinata de la pileta; las gordas conversab an mientras remojaban sus enormes tetas en el agua, contaba. Nosotras también nos reíamos con él. "Nosotras" éramos mi hermana y yo; y ciertamente una de esas gordas era mi mamá. Cuando era chica íbamos muy seguido a la quinta del club, que en verano era casi como nuestro segundo hogar. En esos días de calor la pileta era sin lugar a dudas la gran atracción de todos, especialmente de los chicos. C uando por fin las puertas enrejadas se abrían, entrábamos desesperados a ese, nuestro paraíso con olor a cloro. Y ahí precisamente, en la pileta, mientras los chicos jugábamos, las señoras, las gordas, se sentaban en la ancha escalinata de la parte más bajita de la pileta y conversaban durante horas. Haciendo cuentas estoy segura de que por entonces esas mujeres debían tener la misma edad que yo tengo ahora, o quizás un poco menos. La verdad es que ho