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Mostrando las entradas con la etiqueta Escuela

Yo, docente

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Soy docente y hoy, oficialmente, empezaron mis vacaciones. Este año terminé las clases con muchísimo cansancio, aunque para muchos sea incomprensible. ¿De qué nos quejamos  los docentes si trabajamos tan poco y encima tenemos tantos días de vacaciones? Al fin y al cabo ¿para qué eligimos la docencia? Cualquiera es docente  "La enseñanza es la fregona de las profesiones. A los profesores se les dice que entren por la puerta de servicio o por la parte de atrás. Se les felicita por tener TTL (Tanto Tiempo Libre). Se habla de ellos con condescendencia y se les dan palmaditas, a posteriori, en las canas." Frank Mc Court, "El profesor". Cualquiera es docente. Eso dicen. Somos los que trabajamos cuatro horas. Somos los que tenemos tres meses de vacaciones. Somos los que estudiamos tres añitos y vivimos haciendo paro.  Somos los vagos. Los que enseñamos mal, o no enseñamos. Cualquiera podría ser docente, dicen. Cualquiera puede enseñar. Pero en la mayoría de las ocasiones,

Reencuentro

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Entro al aula de cuarto año y saludo. Ahí están, esperando sentados. "¿Cómo les va?" pregunto, "mi nombre es Claudia y soy la profesora de literatura" les digo.  Levanto la lista y empiezo a nombrarlos, uno por uno, y entonces me doy cuenta de que reconozco esos nombres, aunque sus rostros no me resultan familiares. De golpe caigo en la cuenta de que todos ellos fueron mis alumnos durante el 2020, el año de la cuarentena larga. Cuando se los comento me dicen que sí, claro, son ellos, dos años más grandes. Les pregunto si me conocían y dicen que sí, de verme por la escuela.  Ahora que estoy frente a todos esos chicos me resultan extraños los deslices que provoca la mente. Tomé ese cuarto justo en el 2020 y sabía que los alumnos de ese curso eran los mismos que había tenido dos años antes en segundo.  Y sin embargo está vez me olvidé.  No puedo explicar las sensaciones que me produjo este encuentro, la alegría que tengo de verlos. Eran tan chicos hace dos años. En eso

De las cicatrices en el aula y de cómo regresamos

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Secuelas Hace unos días Juan aprendió a atarse los cordones, otra vez. Sí, otra vez. Ya había aprendido hace unos años. Hubo aplausos, videito y todo lo demás. Pero después vino la pandemia. Un año sin salir de casa, pantuflas y ojotas, y cuando volvió a salir al mundo, medio a los ponchazos, no hubo ni tiempo ni ganas de volver a aprender aquella práctica olvidada. Recién este verano pudimos practicar y recordar. Me sé una afortunada, una suertuda. Porque en esta realidad tan difícil para tantas personas pude tener un tiempo precioso para dedicarle a mi hijo y a sus cordones. Se necesita tiempo y cierta calma para recomponer algunas prácticas que se rompieron durante el desastre. Eso fue lo que pensé aquel año encerrada con Juan en casa. En medio de la pandemia  yo pude estar y acompañar a mi hijo en sus tareas escolares, en sus juegos, dibujando, leyendo. Muchos familias no tuvieron esa posibilidad y hoy en las aulas de las escuelas lo que se ve es la consecuencia de toda

Feminacidas en las palabras

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"Cállate feminazi!" le dijo el pibe. Un rato antes, parada frente al curso, había estado hablando con mis alumnos acerca de cómo se construye el lenguaje, por qué creo que el lenguaje siempre es político y qué opino del lenguaje inclusivo. Un poco de todo lo que, orgullosamente, he aprendido de mis docentes de sociolingüística de la Facultad. Y de pronto lo escucho. Uno de los chicos le dice a su compañera: "Cállate féminazi!". Le pregunto a mi alumno si él sabe lo que hicieron los nazis, me dice que sí y entonces le pregunto si sabe de mujeres que hayan hecho algo parecido. Campos de concentración, cámaras de gas.  "Es una forma de decir, profe, es en broma" me responde.  Es cierto, pienso, el lenguaje siempre es político. Un compañero, muy preocupado, se me acerca y empieza a contarme lo que él sabe del tema. Me explica que las feminazis son las feministas que odian a los hombres, "¿Conocés a alguna?" le pregunto. Me dice que son las que rom

Bocas tapadas

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En las aulas hace demasiado calor. Mis alumnos se quejan, están fastidiosos. Los barbijos les molestan. Les digo que los aguanten, que es el único protocolo que nos queda. El barbijo es odioso, no los deja respirar. Están molestos,  necesitan tomar agua a cada rato. Necesitan respirar cómodos. En un tire y afloje, cada dos por tres se los bajan y cuando los reto se los vuelven a subir.  Y entonces me doy cuenta. Los miro y de pronto me doy cuenta. No conozco a esos chicos, a esos chicos de cara descubierta. No los conozco. Son rasgos desconocidos que producen gestos extraños, ajenos, lejanos. Apenas reconozco sus ojos y el único registro que los distingue son sus sus voces, aunque el tapa bocas las distorsiona también. No conozco sus risas. En todo el año no los vi reírse ni una sola vez. Imagino sí, y recreo cada risa que se refleja en aquellos ojitos que se achican, en cierto brillo que ilumina sus pupilas, en el ruido de una carcajada que llega amortiguada por el tapa bocas.

Literatura en la escuela, y el problema de no enseñar a imaginar

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  "Profe, yo no me imagino nada".  Corrigiendo algunos trabajos de primer año de pronto me encuentro con esta respuesta que es una soberana trompada a mi entusiasmo docente.  Se trata de una  a ctividad sobre El Principito : "Contame cómo te imaginás el encuentro del Principito con el zorro" les propongo. Pero mi alumno no se imagina nada. Y no es el único. Mis alumnos están dispuestos a responder tediosos cuestionarios en los que deben explicar ambientación, tipo de narrador, tema, etc. Están dispuestos a contarme detalles argumentales para que yo pueda comprobar si leyeron, si no leyeron o si se copiaron. Están dispuestos a responder todo, copiando fragmentos del libro, contestando lo que esperamos, o simplemente improvisando respuestas absurdas. Pero les resulta incómodo, desconcertante y hasta imposible responder preguntas en las que se les pide que cuenten cómo imaginan lo que están leyendo, qué sintieron o qué pensaron ante una lectura. Por lo general e

Pensar la tristeza y otros pensamientos

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La mañana comienza como cualquier otra mañana, corriendo de un lado a otro, en ese trajín frenético que ahora contrasta tanto con tantos meses de reclusión. Entro al aula de quinto y me encuentro el curso a pleno. Ya no hay más burbuja. Tomo lista, son veintidós.  Por suerte el aula es grande, tiene mucha ventilación y es muy luminosa.  Empezamos a charlar, hay caras que nunca vi hasta hoy. Por fin esos nombres tienen un rostro, aunque sea detrás de un tapabocas. No los veo felices, ni emocionados, ni interesados. Se quejan mucho, de todo.  Están enojados. El enojo se siente. Son como marquitas que aparecen en la mirada y en la voz.  Una de las chicas del fondo habla fuerte, para que todos escuchemos. Dice que para qué se va a esforzar si al final a todos los que no hicieron nada el año pasado y este se les dan tantas posibilidades para que aprueben. Algunos compañeros le dan la razón. Otra tira un insulto a esos "avivados". Me pongo seria. Le digo que nadie sabe lo que les p

11 de septiembre: la escuela que queremos.

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En este día quiero proponerles a todos que soñemos la escuela pública que queremos. Una escuela que de verdad sea para todas y todos. En estos tiempos quedó más que claro que la única importancia de la escuela pública, para todos los gobiernos, es "guardar" a los chicos para que sus familias puedan salir a trabajar y así el sistema funcione. La estructura de nuestras aulas es idéntica a la de hace cien años.  Me gustaría que alguna vez, quienes construyen las políticas educativas, le pregunten a docentes y estudiantes qué escuela quieren y necesitan. Supongo, tratando de evitar toda ingenuidad, que tenemos la escuela pública que este sistema requiere para funcionar. Mientras tanto yo les cuento la escuela pública que yo quiero: Me gustaría que en lugar de aulas por año existieran salones, unos de Ciencias, con laboratorios enormes; otros de Arte, con instrumentos musicales, con lienzos enormes y blancos, con acuarelas y temperas; otros de Tecnología, con lo más novedoso e int

La vuelta a clases y nuestro compromiso con el conocimiento.

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  Hace muchos años, cuando recién comenzaba a dar mis primeros pasos en la docencia, una de las lecciones  que tuve que aprender fue la de decir "esto no lo sé" o "me equivoqué". No es fácil eh! Al principio me ponía colorada y sentía que me hervían las mejillas. De pronto me encontraba con decenas de ojos adolescentes escrudiñándome, tratando de descubrir si era una docente o una auténtica  impostora. No, no es fácil, mucho más sencillo es, sin dudas, tratar de dibujarla y hacer de cuenta que uno no dijo lo que dicen que dijo o que uno sí lo dijo, y es lo mismo que dice ahora, aunque sea exactamente lo contrario. Y sí, armar toda esa farsa es algo retorcido, pero créanme que más intrincado que construir todo ese artilugio es plantarse frente a un curso de, pongamosle, veinte adolescentes, y decir "Eso que dije está mal" o "La verdad es que no tengo idea sobre ese tema" y después de eso seguir adelante. Ocurre a menudo que reconocer un error

Pensar en los niños

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Nos dicen que pensemos en los niños. Lo dicen algunos pediatras, lo dicen varios periodistas y lo dice la derecha. Pensemos en los niños, dicen. Lo dicen con indignación, con enojo. Quieren la escuela abierta. Eso es lo que quieren. Pensemos dicen. Pensemos. Pensamos... Pensamos  que no hay escuela que pueda, con sus burbujas efectivas y eficientes, aislar a nuestras niñeces de la realidad. Pensamos que lo que duele no es el encierro ni la falta de escuela. Todas esas son consecuencias. Lo que duele es este mundo. Esta realidad. Pensemos en las niñeces. Las niñeces que n os miran, nos escuchan. ¡Nos creen! Me pregunto cómo es para todos ellos  crecer en este mundo en el que un día, de golpe y porrazo, les negaron los abrazos, las caricias. Entonces... ¿Les hablamos de un virus malo que vino a arrebatar la felicidad? ¿O les contamos la otra verdad? ¿Esa verdad en la que los malos son los humanos que destruyen todo a su paso? Pensar en las niñeces. En las infancias. Siento que

Volver a la escuela

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Y aquí estamos. De vuelta en las aulas. Tapabocas y máscara. Subo las escaleras y cuando llego mi nuevo sexto, en realidad  la mitad del curso,  la burbuja A, e stá afuera del aula, esperando que las porteras terminen de desinfectar. Después la prece los hace pasar a todos al aula y atrás en tro yo. Mientras se ubican t engo que pedirles a dos chicas que no se abracen. Me siento muy estúpida, les pido disculpas pero así es la cosa, qué vamos a hacer. También les digo a todos que se dispersen un poco, porque como es la costumbre mis doce estudiantes rumbean todos juntos para el fondo, en ese ritual escolar de siempre que hoy la pandemia estropea. Les vuelvo a pedir disculpas. Me siento mal por tener que separarlos, aunque no hay quejas. Están callados y tranquilos. No gritan ni se ríen fuerte. Por las ventanas muy abiertas entra un frío otoñal y muchísimo ruido de los colectivos. Saludo pero mi voz se pierde y no llega a mis alumnos. Sigo hablando y mis palabras quedan atrapadas e

Crónica de un regreso

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Primera clase presencial con los chicos que no tuvieron conectividad.  Tapabocas, máscara, distancia. Las frases que más resonaron en el aula fueron "No la escucho" y "No te entiendo".  Tuve tres chicos. Conversé con ellos, con las limitaciones de la situación, y así les puse cara a sus nombres. Caras e historias. Familia enteras contagiadas, papás desempleados, chicos trabajando, corte en el servicio de Internet por falta de pago, chicos desanimados...  ¿Sí sirvió que yo este ahí? Supongo que sí. Algunos chicos pudieron desenredar un poco de lo que fue para ellos la cuarentena. Laura pudo comprar los textos para hacer los trabajos, Ariel prometió una vez más ponerse a trabajar y Leonardo dijo que ya está mejor. ¿Si me gustó verlos? Claro. Los que no entienden de docencia no saben lo que significa volver a estar juntos. Siempre emociona volver. Pero... Qué jodida que soy! No puedo terminar la historia ahí, no? Ya lo dije, volver ahora, en estas condiciones, es un er

La vacuna, el regreso y la pandemia

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En pocos días estaré recibiendo la primera dosis de la vacuna. La notificación llegó justo a tiempo. Los últimos días fueron terribles. No podía parar de llorar. No hablo de ese llanto catarata que inunda todo, habló de un llanto reprimido, ese que no podés evitar cada vez que empezás a hablar. Ese llanto que ahoga las palabras, una y otra vez. Fueron muchas tensiones.  Demasiadas. Al delirio que representa regresar a las aulas de manera compulsiva se sumó la noticia de los cambios en el protocolo. Después, como frutilla de postre envenenado (Sí, dije envenenado) la licencia por hijos a cargo. Hace días que mis compañeras la están esperando para saber qué van a hacer con sus hijos.  Que sí, alegría. Que no, fue un error.  Es necesario todo ese manoseo, todo ese maltrato? Entonces se me viene a la cabeza la imagen de un grupo de hormigas corriendo alocadas porque alguien puso un dedo en medio de su fila ordenadita. En estos últimos días fuimos un poco eso, hormiguitas amenazadas por u

La escuela en tiempos de Pandemia II

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Es muy loco, pero en estos días sin que lo pida, no paran de llegar trabajos y trabajos de pibes y pibas que se acordaron de mí y de mi materia. Explicaciones, pedidos de disculpas. A todos respondo con el mismo tono que me caracterizó durante este año tan duro: "no te preocupes", "gracias", "todo bien" y frases por el estilo, todas acompañadas de emoticones sonrientes y de corazoncitos. La verdad es que durante todo este tiempo me estuve preguntando por qué en todos mis años de docente no fui así de empática con los chicos y sus historias, con sus enojos con la escuela y con sus disculpas mentirosas o genuinas. Por qué tuvo que llegar una tragedia mundial para empezar a ser un poco más amorosa y comprensiva. Porque hay algo que sé y es que los chicos que no trabajan, que no cumplen, no son vagos, o sí, pero no es por nada. A los chicos les pasan cosas que los frenan, cosas que a veces tienen que ver con la autoestima, con la desvalorización, cosas que los