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Las mariposas y los mandatos

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Esto paso hace mas de veinte años, en una fiesta familiar, de esas tan lindas en las que no faltaba nadie.  Aquellas comidas que duraban horas, con sobremesas eternas, cuando siempre había un tema de conversación. Y ahí estaba, entre todos, mi tío Israel, buscando con la mirada, fijando su objetivo. Mi tío Israel, que siempre quería saber. Siempre. Cuando mi hermana, yo o cualquiera de mis primos veíamos que se nos acercaba, sabíamos que venía por uno de nosotros, para preguntar, indagar, hurgar sobre algún tema que le preocupaba. Esta vez le tocó a mi hermana. Habían pasado pocos meses desde que Grachu había decidió juntar sus cosas y dejar la casa de  mis viejos. A mi tío el tema lo tenía preocupado. Le preocupaba la soledad de mi hermana. Así que fue directo: _ Decime Golde _así la llamaba él, una especie de traducción de Graciela al idish_ ¿Cómo te sentís viviendo sola? Las balas pasaban cerca pero mi hermana supo esquivarlas. _ Bien tío, me encanta vivir sola. Mi tío no

Belleza

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Hace unos días encontré en la baulera una caja repleta de fotos familiares, fotos que no recordaba. Son esas cosas que se guardan y quedan olvidadas, hasta que un día, después de mucho tiempo, alguien las reencuentra y es como si todo se descubriera de pronto, como si los rostros, las imágenes, las emociones, surgieran por primera vez.  Fotos sueltas, en bolsas, en álbumes. En casa siempre hubo cajas y hasta una valija repleta de fotos. Mi viejo tenía locura por las cámaras y por las filmadoras. Le gustaba eso, grabar, capturar momentos.  Ahí estuve un buen rato, revolviendo emociones, sin poder evitarlo. Las fotos familiares me producen algo así como una  incertidumbre, como si pudiera descubrir en ellas una pista, una señal, la respuesta a algo.  Porque claro, quizás cuando una las guardó una era otra, o era una pero no era esta una que es ahora.  En fin, lo que quiero decir, es que los recuerdos se resignifican y de golpe descubrimos lo que antes no veíamos o no nos interesaba ver.