Belleza

Hace unos días encontré en la baulera una caja repleta de fotos familiares, fotos que no recordaba.

Son esas cosas que se guardan y quedan olvidadas, hasta que un día, después de mucho tiempo, alguien las reencuentra y es como si todo se descubriera de pronto, como si los rostros, las imágenes, las emociones, surgieran por primera vez. 

Fotos sueltas, en bolsas, en álbumes. En casa siempre hubo cajas y hasta una valija repleta de fotos. Mi viejo tenía locura por las cámaras y por las filmadoras. Le gustaba eso, grabar, capturar momentos. 

Ahí estuve un buen rato, revolviendo emociones, sin poder evitarlo. Las fotos familiares me producen algo así como una  incertidumbre, como si pudiera descubrir en ellas una pista, una señal, la respuesta a algo. 

Porque claro, quizás cuando una las guardó una era otra, o era una pero no era esta una que es ahora.  En fin, lo que quiero decir, es que los recuerdos se resignifican y de golpe descubrimos lo que antes no veíamos o no nos interesaba ver. 

Reencontrarme con esas fotos,  la mayoría en blanco y negro, es un sacudón triste y dulce al mismo tiempo. 

Son fotos de otra vida. En esas fotos estamos todos, no falta nadie. Estamos todos vivos y sonreímos, para siempre, con nuestras sonrisas eternizadas en ese instante de alguna fiesta, de una reunión o de algún encuentro, cuando creíamos que el tiempo era ese momento, algo así como una alfombra suave y firme que podría sostenernos a todos eternamente.

En muchas de esas fotos está mi mamá. Es muy joven y sonríe; o esta seria pero en cambio mira insinuante a cámara, hay algo desafiante en su mirada, o es pura imaginación mía. A lo mejor, ahora que lo pienso, esas eran las indicaciones de mi viejo, porque se nota el cuidado en el encuadre, el momento de atrapar el gesto, el detalle.

Quizás era, simplemente, la mirada que a ella le surgía. No lo sé, pero está  hermosa. 

Primera novedad que descubro. Mí mamá era hermosa. No me importa si para el resto del mundo lo era, lo que digo es que no me acuerdo de haberla visto alguna vez como una mujer hermosa.

Fuerte, luchadora, tenaz.

Pero no hermosa. 

A mi mamá la empiezo a recordar cuando ya se notaba en su andar ese bamboleo exagerado hacia un lado y hacia el otro, tan propio de la distrofia muscular. Fue por entonces, creo, que empezó a privilegiar la comodidad a la estética tanto en la ropa como en el calzado. 

Seguramente la distrofia muscular redefinió todo, su cuerpo, sus músculos, sus curvas, sus movimientos. 

De allí en más, en mi memoria mi mamá es una señora desaliñada. 

Una vincha elástica en el pelo y un batón o un joggin y mocasines.

Práctica, pero no coqueta.

Era poco femenina, decíamos. Un poco de rouge para salir y eso era todo. 

Durante muchos años sentí que mi hermana y yo habíamos heredado esa falta de cuidado. No teníamos un modelo a seguir, pensaba, y hacíamos lo que podíamos.

Tengo en mi memoria una enorme lista de intentos por verme bonita y arreglada. Todos ellos fallidos.

Zapatos con pantalón de gimnasia de chica.

Pulloveres enormes y hasta algún suéter de mi viejo en la adolescencia.

¡Y el pelo! Tan largo y desprolijo. 

Recuerdo los consejos nobles de alguna buena amiga bien intencionada, recuerdo los retos y las recriminaciones de otras.

Yo tenía potencial, al parecer, pero no lo aprovechaba. Así me decían.

La verdad es que, con tantos decires a mi alrededor, me costaba demasiado verme linda. 

Verme linda. Así decíamos.

Porque a mí sí me importaba, no como a mí mamá, que no se arreglaba nada. Porque ese era el problema. Mi mamá no se arreglaba.

Hace muy poco alguien me hizo ver el horror de esa expresión ¿Qué significa "arreglarse"? ¿Acaso estamos rotas?

No se cuida, decíamos también.

Está abandonada. 

Se abandonó.

Qué frases interesantes ¿no? 

¿Y cómo será abandonarse? 

Irse, dejarse, soltarse.

"Explicar con palabra de este mundo 

que partió de mí un barco, llevándome"

dice Alejandra Pizarnik en su poesía.

Para Alejandra, estoy segura, la belleza debía surgir en aquel instante de abandono. 

Dejarse ir.

Dejar de ser esclavas de la mirada de los otros.

Construirse de manera única y singular.

¡Cuanta belleza!


Entonces vuelvo a mi mamá.

Ahí está.

Nunca la había visto linda como la veo ahora en esas fotos.

Y entonces, he aquí mi segundo descubrimiento, porque en esas fotos mi mamá es mucho, muchísimo más joven de lo que yo soy ahora. En algunas de esas imágenes, calculo, debe tener menos de cuarenta años. 

En esas fotos la distrofia aún no era feroz. Y se nota. Se nota en la mirada, en la sonrisa calma.

En esas fotos mi mamá brilla, y el brillo no está en la ropa, ni en el corte de pelo, ni en el maquillaje. 

Es otra cosa. 

Hay un brillo único que aparece ahí, justo, en una manera, en un gesto. Es la belleza de una mujer que está dispuesta a vivir muy a pesar de todo, que no le importa nada, porque sabe que es bella y sabe también que nunca va a permitir que una puta enfermedad le condicione la vida. 

Mujer hermosa.

Espero heredar su belleza.







Comentarios

  1. Siempre te leo y casa texto supera al anterior. Este es el Mejor para mí. Gracias por compartir tus emociones!

    ResponderBorrar
  2. Volver a mirar, a ver, con otros ojos, ya no los de hija sino los de una mujer a otra mujer.
    Bienvenida a estos nuevos y más amorosos ojos para mirar. Te quiero

    ResponderBorrar
  3. Cuando decido dejarme sentir profundamente,sin que me preocupe llorar...ahí te leo ,vivo y revivo cada pensar tuyo ,me emocionó y ...luego me doy cuenta de cuánto aprendizaje compartimos y hay para compartir.

    ResponderBorrar
  4. Claudia este texto refleja muchisimo mi propia historia.
    Ya se de dónde salió tu necesidad de fotografiar momentos... lo que se hereda no se roba dice el dicho. Abrazo fuerte❤

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

DEJAME TU COMENTARIO!😌

Entradas más populares de este blog

Una soledad propia

Como sapo de otro pozo

La alegría es un derecho

Yo, docente

Cien años de amor

Hasta siempre Rafa. La voz y el alma.

Araceli

Pedacitos de poesía

El vulgar irreverente

Territorio: donde nombro al recuerdo