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Mostrando las entradas de abril, 2019

Pesaj y los judíos

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Soy judía. Ser judía es una certeza.  Con Grachu crecimos en en un hogar judío y aprendimos, básicamente, que todos los seres humanos somos iguales porque, paradójicamente, todos tenemos nuestras diferencias. La verdad es que ser judía nunca fue un tema central en mi vida, sino más bien parte natural de mi ser. No tuve grandes conflictos al respecto.  Sin embargo, hay que decirlo, en distintas momentos de la vida me fui encontrando con algunas situaciones a veces difíciles, tensas y hasta complicadas. Desde aquella persona que se sorprende y te dice que "¡No parecés judía!" porque aparentemente no cumplís con vaya a saberse que absurdos estereotipos. O el otro que espera que seas muy amarreta, o una gran comerciante "porque todo eso está en los genes", como si los genes pudieran determinar nuestro nivel de miserabilidad. También está el que se enoja por cosas de más allá "¡Ustedes mataron a Cristo!" o cosas de más acá: "¡Ustedes están matando gente en

Arde Notre Dame

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 Notre Dame arde.  Qué frase perfecta, dramática, cuánta fuerza posee! Notre Dame arde y los pensamientos fluyen. Años de historia desaparecen. Sí, también en Siria, o en Palestina. También fue así en América, cuando la conquista. El mundo material es caprichoso y absolutamente arbitrario. Objetos, construcciones, reliquias nacidas de las manos humanas son capaces de sobrevivir extensamente a sus creadores. Y sin embargo, un día cualquiera, de la nada, se destruyen y desaparecen con la misma fragilidad con la que fueron creadas. Cuando murió mi papá pensaba mucho en estas cuestiones. Mi papá era un tipo muy celoso (por no decir obsesivo) de sus pertenencias. Ya fuera el equipo de música o un libro, eran sus cosas y nadie podía acercarse a ellas. Cuando mi papá murió todos esos objetos quedaron por ahí, dando vueltas. Estaban huérfanos de dueño, se podían manipular, se podían tocar y había algo de irreverencia en todo eso, algo de violación a una privacidad que ya no tenía defensa. Por

Horacio y la muerte que ronda

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Durante años leí los cuentos de Quiroga, embelesada por la presencia de esa muerte absurda, cruel, inexplicable. Es que la muerte, sin duda alguna, es una figura permanente tanto en los relatos del escritor como en su historia personal. Disparos accidentales y suicidios, venenos y enfermedades mortales. Su vida se cuela en cada cuento, se confunde, se impregna.  Y sin embargo, si prestamos atención, no es la muerte con todo su horror lo que verdaderamente nos impacta como lectores. No.  Nuestra verdadera fascinación se encuentra en el relato pormenorizado de las emociones de cada personaje, en descubrir qué sintieron, qué pensaron, cómo lucharon. Así, leemos "La gallina degollada" y descubrimos a una joven y apasionada pareja de recien casados que sólo desean sellar su amor con el nacimiento de un hijo. El narrador nos describe cada fracaso, cada dolor, cada reproche, la erosión de los sentimientos mutuos y luego un nuevo intento y otra vez el fracaso y así... El final es con