Bocas tapadas
En las aulas hace demasiado calor. Mis alumnos se quejan, están fastidiosos. Los barbijos les molestan. Les digo que los aguanten, que es el único protocolo que nos queda. El barbijo es odioso, no los deja respirar. Están molestos, necesitan tomar agua a cada rato. Necesitan respirar cómodos. En un tire y afloje, cada dos por tres se los bajan y cuando los reto se los vuelven a subir. Y entonces me doy cuenta. Los miro y de pronto me doy cuenta. No conozco a esos chicos, a esos chicos de cara descubierta. No los conozco. Son rasgos desconocidos que producen gestos extraños, ajenos, lejanos. Apenas reconozco sus ojos y el único registro que los distingue son sus sus voces, aunque el tapa bocas las distorsiona también. No conozco sus risas. En todo el año no los vi reírse ni una sola vez. Imagino sí, y recreo cada risa que se refleja en aquellos ojitos que se achican, en cierto brillo que ilumina sus pupilas, en el ruido de una carcajada que llega amortiguada por el tapa bocas.