La mesa larga
Un día éramos chicos. Digo que todos nosotros éramos chicos. Teníamos risas y juegos. Y secretos y verdades reveladas. Y había una familia de padres y tíos y abuelos. En aquellos años de infancia nos reencontrábamos a cada rato. Cualquier festejo era motivo y excusa para la mesa larga. La mesa larga de padres y tíos y abuelos. Por allá estaba la mesa de los grandes, con sus voces fuertes, sus vasos de vino y sus discusiones vehementes. Y por acá nuestra mesa, la mesa de los chicos. Y nosotros. Nosotros en nuestro mundo de charlas profundas y carcajadas y peleas, de burlas y complicidades. Esos encuentros de sobremesas eternas de postres y gaseosas. Así crecimos. Y un día fuimos adultos. Y era tan bueno saber que dónde estuviera la mesa larga íbamos a volver a ser los chicos. Yo creo que el amor se enseña, se contagia, se invita, se propone. Y nosotros nos quisimos. Nos quisimos hasta la risa y hasta el abrazo. Y nos quisimos, hasta hoy. Hasta esta lágrima de hoy, también nos