Las mariposas y los mandatos
Esto paso hace mas de veinte años, en una fiesta familiar, de esas tan lindas en las que no faltaba nadie. Aquellas comidas que duraban horas, con sobremesas eternas, cuando siempre había un tema de conversación.
Y ahí estaba, entre todos, mi tío Israel, buscando con la mirada, fijando su objetivo.Mi tío Israel, que siempre quería saber. Siempre.
Cuando mi hermana, yo o cualquiera de mis primos veíamos que se nos acercaba, sabíamos que venía por uno de nosotros, para preguntar, indagar, hurgar sobre algún tema que le preocupaba.
Esta vez le tocó a mi hermana.
Habían pasado pocos meses desde que Grachu había decidió juntar sus cosas y dejar la casa de mis viejos.
A mi tío el tema lo tenía preocupado. Le preocupaba la soledad de mi hermana.
Así que fue directo:
_ Decime Golde _así la llamaba él, una especie de traducción de Graciela al idish_ ¿Cómo te sentís viviendo sola?
Las balas pasaban cerca pero mi hermana supo esquivarlas.
_ Bien tío, me encanta vivir sola.
Mi tío no estaba conforme y volvió a la carga:
_ Pero decime Golde ¿Te cocinás comidas de olla para vos sola?
Mi hermana sabía a quién se enfrentaba y fue contundente:
_ Sí tío, claro. A mí me encanta cocinar, me preparo comidas ricas.
Pero el tío Israel no era un tipo de esos que se dan por vencidos fácilmente. Esta vez, apuntó con certeza:
_ Pero yo quiero que me cuentes ¿Qué sentís cuando te despertás a la mañana y dedayunás sola, sin nadie con quién conversar, mirando la ventana y nada más?
Mi hermana le clavó la mirada chispeante y su respuesta fue contundente:
_ ¿Sabés lo que siento tío? ¡Paz! ¡Cuando desayuno sola y miro por la ventana siento una paz enorme!
No me acuerdo como siguió la conversación, aunque asumo el triunfo de mi hermana, Golde, y así lo guardo en mi memoria.
Me acuerdo hoy de esta historia porque vengo pensando mucho en los mandatos con los que crecimos: casarse, tener hijos.
Y pienso en todo eso, supongo, porque estoy rodeada de muchas mujeres solteras, felices y realizadas.
Antes, cuando yo era chica, la imagen que tenía de una mujer soltera era tristísima. La mujer que no pudo ser madre y esposa, que no supo ser elegida. La que se quedó sola. La solterona.
De las amigas solteronas de mis viejos en casa se hablaba con compasión y cariño, con pena. Pobre, la vida no le fue generosa. Pobre, no pudo desarrollarse como mujer.
Todas esas conversaciones fueron armando una idea de lo que había que ser, o mejor dicho de lo que no había que ser. Porque en general, ahora que lo pienso, creo que no importaba demasiado cómo funcionaba el matrimonio y la familia. Por más que hago memoria no recuerdo que se cuestionara la violencia, el engaño, el maltrato o el abandono. Lo único que se cuestionaba era que no hubiera matrimonio, que no hubiera familia.
Claro, mis viejos no hacían otra cosa que reproducir modelos con los que ellos también fueron educados.
Volviendo a las amigas solteronas de mi mamá y de mi papá, a la distancia entiendo que cada una armó su historia. Una de ellas construyó su familia de otra manera, armó su grupo, su manada, amó, cuidó y fue cuidada. La otra amiga en cambio estudió en la Universidad y tuvo un título universitario cuando pocas mujeres lo tenían.
Seguramente fueron felices, aunque todo hubiera sido más fácil si el mundo que las rodeaba les hubiese permitido ser quienes eran sin tantos prejuicios y cuestionamientos y sin la mirada compasiva de sus pares.
Cuando crecí, el tema del matrimonio y de la maternidad aparecía como un fantasma. En cada noviazgo, en cada ruptura se jugaban más que las emociones del presente. Ojo que entonces no tenía claras estás ideas. Pero de todas formas vislumbraba que algunos tormentos no eran propios sino impuestos y que si hubiese sido libre de mandatos, mi idea de realización personal hubiese sido otra.
Y todo eso se jugaba cada vez que estaba en pareja.
Fiesta, reunión, encuentro con amigos, con familia. Comentarios "¿Y? ¿Para cuando el casamiento?". Risita graciosa del novio "Jeje, cambiemos de tema". Silencio mío.
Yo no me quería casar, y menos con ese novio. Pero me enojaba. Me enojaba ese juego que a él parecía divertirlo, ese juego en el que él era el soltero codiciado y yo la novia solterona y desesperada que corría tras él. Me enojaba el lugar que ocupaba yo en ese juego. La verdad es que lo que yo quería era vivir sola. Me imaginaba en un departamento mío propio, luminoso.
No me quería casar. No en ese entonces. Tenía absolutamente claro que una relación con esa persona no me iba a hacer feliz jamás.
Pero tenía treinta y pico ya, y los mandatos estaban ahí y pesaban. Cómo pesaban. Aún cuando creía que estaba escapando de ellos me acercaba más.
Lo que no me bancaba era sentir que el resto del mundo iba a verme como veía a las amigas solteronas de mi mamá.
Cuando mi ex me dejó (Sí, para seguir con el formato "antiheroe", no voy a mentir, me dejó) sentí una angustia enorme, y para ser sincera, con el tiempo supe que no era por él sino por esos mandatos.
Ahí estaba yo, en esa casa enorme, vieja y abandonada con mi mamá en silla de ruedas. Sentía que la vida era impiadosa conmigo. Tenía demasiadas películas yanquis en mi cabeza, formación básica de toda mujer desprevenida.
Con el tiempo, logré cumplir mi sueño de vivir sola. Igual que mi hermana, recuerdo esa sensación de paz en las mañanas: el mate, la radio, el ventanal y las palomas en bandada que iban y venían.
Pero no me alcalzaba, porque siempre había una parte chiquita pero enorme que me aguijoneaba las emociones: "¿Vas a quedarte sola?", "¿Vas a ser solterona?".
Para seguir en esta línea, voy a contar una de las situaciones más penosas que recuerdo y que describe a las claras mi estado emocional de entonces. Ocurrió por esos años de soltería. Yo viajaba en subte y estaba verdaderamente repleto. Hacía mucho calor y me sentía bastante mal. Entonces un muchacho se levantó de su asiento "sentate" dijo y yo me avalancé, pero cuando estaba a punto de sentarme, entendí que los ojos de él señalaban a una chica embarazada "Es para ella" me dijo. Claro que era para ella. Era obvio que era para ella, que llevaba en su vientre una vida. Yo, en cambio, no llevaba a nadie y por lo que parecía así sería para siempre.
En fin, todo el resto del viaje que me quedaba lo hice mirando el suelo. Sentía que los ojos del muchacho y de la chica estaban clavados en mí, sentía miles de ojos que me acechaban "Jamás serás madre" me decían. Me sentía la típica mujer fracasada de las películas.
Ahora a la distancia creo que no fue tan grave y que las sensaciones fueron percepciones totalmente personales, pero en definitiva ¿Qué más importa en estos casos que no sea la percepción personal?
Otra cosa que pienso es que probablemente en ese tiempo la maternidad me importaba un comino. Trabajaba en lo que me gustaba, vivía sola, participaba en algunos proyectos que me apasionaban ¿Por qué iba a querer ser madre?
En fin, el tiempo pasaba y la vida no estaba mal, así que, con honestidad, y dejando de lado el melodrama, acepté que mi destino era ser una mariposa libre, al menos todo lo libre que podía y deseaba ser.
Durante varios años disfruté de mi soltería, asumiendo que no era solterona sino soltera, y que sería la soltera más feliz del mundo.
Y justo cuando estaba en plena aceptación, me enamoré, me casé y tuve un hijo, al mismo tiempo en que todas mis amigas empezaban a ver como sus hijos echaban vuelo.
Y en algún momento sentí, con cierta pena, que dejaba de ser una mariposa libre.
Después, ya lo sabemos, vinieron estos nuevos tiempos tormentosos, terribles y atractivos como toda buena tormenta. Estos tiempos en los que empezamos a leernos de otra forma, tratando de entender qué nos pasó, tratando de romper lo que no nos gusta, tratando de crear nuevas formas de vivir y sentir.
Hoy sé más que ayer.
Sé que ninguna mariposa nace libre pero sé, también, que a veces, cuando luchamos, cuando rompemos, cuando creamos, todas podemos serlo.
Aún sigo siendo un poco de la que fui: en mí aún habita algo de aquella niña que jugaba a las muñecas y que escuchaba hablar con pena de las amigas solteronas, todavía hay un poco de esa chica que temía quedarse sola y abandonada, también está una parte de esa mujer que amó la soledad y la soltería, y seguro está la madre y la esposa que hoy soy.
Los mandatos siguen ahí, no siempre es fácil desoirlos, no siempre es fácil quebralos.
No es fácil y no sé si existe un lugar al que llegar pero si un camino.
Para que mi hermana, las amigas de mi mamá, yo y todas podamos sentir, que de vez en cuando, somos mariposas libres.
Esta vez le tocó a mi hermana.
Habían pasado pocos meses desde que Grachu había decidió juntar sus cosas y dejar la casa de mis viejos.
A mi tío el tema lo tenía preocupado. Le preocupaba la soledad de mi hermana.
Así que fue directo:
_ Decime Golde _así la llamaba él, una especie de traducción de Graciela al idish_ ¿Cómo te sentís viviendo sola?
Las balas pasaban cerca pero mi hermana supo esquivarlas.
_ Bien tío, me encanta vivir sola.
Mi tío no estaba conforme y volvió a la carga:
_ Pero decime Golde ¿Te cocinás comidas de olla para vos sola?
Mi hermana sabía a quién se enfrentaba y fue contundente:
_ Sí tío, claro. A mí me encanta cocinar, me preparo comidas ricas.
Pero el tío Israel no era un tipo de esos que se dan por vencidos fácilmente. Esta vez, apuntó con certeza:
_ Pero yo quiero que me cuentes ¿Qué sentís cuando te despertás a la mañana y dedayunás sola, sin nadie con quién conversar, mirando la ventana y nada más?
Mi hermana le clavó la mirada chispeante y su respuesta fue contundente:
_ ¿Sabés lo que siento tío? ¡Paz! ¡Cuando desayuno sola y miro por la ventana siento una paz enorme!
No me acuerdo como siguió la conversación, aunque asumo el triunfo de mi hermana, Golde, y así lo guardo en mi memoria.
Me acuerdo hoy de esta historia porque vengo pensando mucho en los mandatos con los que crecimos: casarse, tener hijos.
Y pienso en todo eso, supongo, porque estoy rodeada de muchas mujeres solteras, felices y realizadas.
Antes, cuando yo era chica, la imagen que tenía de una mujer soltera era tristísima. La mujer que no pudo ser madre y esposa, que no supo ser elegida. La que se quedó sola. La solterona.
De las amigas solteronas de mis viejos en casa se hablaba con compasión y cariño, con pena. Pobre, la vida no le fue generosa. Pobre, no pudo desarrollarse como mujer.
Todas esas conversaciones fueron armando una idea de lo que había que ser, o mejor dicho de lo que no había que ser. Porque en general, ahora que lo pienso, creo que no importaba demasiado cómo funcionaba el matrimonio y la familia. Por más que hago memoria no recuerdo que se cuestionara la violencia, el engaño, el maltrato o el abandono. Lo único que se cuestionaba era que no hubiera matrimonio, que no hubiera familia.
Claro, mis viejos no hacían otra cosa que reproducir modelos con los que ellos también fueron educados.
Volviendo a las amigas solteronas de mi mamá y de mi papá, a la distancia entiendo que cada una armó su historia. Una de ellas construyó su familia de otra manera, armó su grupo, su manada, amó, cuidó y fue cuidada. La otra amiga en cambio estudió en la Universidad y tuvo un título universitario cuando pocas mujeres lo tenían.
Seguramente fueron felices, aunque todo hubiera sido más fácil si el mundo que las rodeaba les hubiese permitido ser quienes eran sin tantos prejuicios y cuestionamientos y sin la mirada compasiva de sus pares.
Cuando crecí, el tema del matrimonio y de la maternidad aparecía como un fantasma. En cada noviazgo, en cada ruptura se jugaban más que las emociones del presente. Ojo que entonces no tenía claras estás ideas. Pero de todas formas vislumbraba que algunos tormentos no eran propios sino impuestos y que si hubiese sido libre de mandatos, mi idea de realización personal hubiese sido otra.
Y todo eso se jugaba cada vez que estaba en pareja.
Fiesta, reunión, encuentro con amigos, con familia. Comentarios "¿Y? ¿Para cuando el casamiento?". Risita graciosa del novio "Jeje, cambiemos de tema". Silencio mío.
Yo no me quería casar, y menos con ese novio. Pero me enojaba. Me enojaba ese juego que a él parecía divertirlo, ese juego en el que él era el soltero codiciado y yo la novia solterona y desesperada que corría tras él. Me enojaba el lugar que ocupaba yo en ese juego. La verdad es que lo que yo quería era vivir sola. Me imaginaba en un departamento mío propio, luminoso.
No me quería casar. No en ese entonces. Tenía absolutamente claro que una relación con esa persona no me iba a hacer feliz jamás.
Pero tenía treinta y pico ya, y los mandatos estaban ahí y pesaban. Cómo pesaban. Aún cuando creía que estaba escapando de ellos me acercaba más.
Lo que no me bancaba era sentir que el resto del mundo iba a verme como veía a las amigas solteronas de mi mamá.
Cuando mi ex me dejó (Sí, para seguir con el formato "antiheroe", no voy a mentir, me dejó) sentí una angustia enorme, y para ser sincera, con el tiempo supe que no era por él sino por esos mandatos.
Ahí estaba yo, en esa casa enorme, vieja y abandonada con mi mamá en silla de ruedas. Sentía que la vida era impiadosa conmigo. Tenía demasiadas películas yanquis en mi cabeza, formación básica de toda mujer desprevenida.
Con el tiempo, logré cumplir mi sueño de vivir sola. Igual que mi hermana, recuerdo esa sensación de paz en las mañanas: el mate, la radio, el ventanal y las palomas en bandada que iban y venían.
Pero no me alcalzaba, porque siempre había una parte chiquita pero enorme que me aguijoneaba las emociones: "¿Vas a quedarte sola?", "¿Vas a ser solterona?".
Para seguir en esta línea, voy a contar una de las situaciones más penosas que recuerdo y que describe a las claras mi estado emocional de entonces. Ocurrió por esos años de soltería. Yo viajaba en subte y estaba verdaderamente repleto. Hacía mucho calor y me sentía bastante mal. Entonces un muchacho se levantó de su asiento "sentate" dijo y yo me avalancé, pero cuando estaba a punto de sentarme, entendí que los ojos de él señalaban a una chica embarazada "Es para ella" me dijo. Claro que era para ella. Era obvio que era para ella, que llevaba en su vientre una vida. Yo, en cambio, no llevaba a nadie y por lo que parecía así sería para siempre.
En fin, todo el resto del viaje que me quedaba lo hice mirando el suelo. Sentía que los ojos del muchacho y de la chica estaban clavados en mí, sentía miles de ojos que me acechaban "Jamás serás madre" me decían. Me sentía la típica mujer fracasada de las películas.
Ahora a la distancia creo que no fue tan grave y que las sensaciones fueron percepciones totalmente personales, pero en definitiva ¿Qué más importa en estos casos que no sea la percepción personal?
Otra cosa que pienso es que probablemente en ese tiempo la maternidad me importaba un comino. Trabajaba en lo que me gustaba, vivía sola, participaba en algunos proyectos que me apasionaban ¿Por qué iba a querer ser madre?
En fin, el tiempo pasaba y la vida no estaba mal, así que, con honestidad, y dejando de lado el melodrama, acepté que mi destino era ser una mariposa libre, al menos todo lo libre que podía y deseaba ser.
Durante varios años disfruté de mi soltería, asumiendo que no era solterona sino soltera, y que sería la soltera más feliz del mundo.
Y justo cuando estaba en plena aceptación, me enamoré, me casé y tuve un hijo, al mismo tiempo en que todas mis amigas empezaban a ver como sus hijos echaban vuelo.
Y en algún momento sentí, con cierta pena, que dejaba de ser una mariposa libre.
Después, ya lo sabemos, vinieron estos nuevos tiempos tormentosos, terribles y atractivos como toda buena tormenta. Estos tiempos en los que empezamos a leernos de otra forma, tratando de entender qué nos pasó, tratando de romper lo que no nos gusta, tratando de crear nuevas formas de vivir y sentir.
Hoy sé más que ayer.
Sé que ninguna mariposa nace libre pero sé, también, que a veces, cuando luchamos, cuando rompemos, cuando creamos, todas podemos serlo.
Aún sigo siendo un poco de la que fui: en mí aún habita algo de aquella niña que jugaba a las muñecas y que escuchaba hablar con pena de las amigas solteronas, todavía hay un poco de esa chica que temía quedarse sola y abandonada, también está una parte de esa mujer que amó la soledad y la soltería, y seguro está la madre y la esposa que hoy soy.
Los mandatos siguen ahí, no siempre es fácil desoirlos, no siempre es fácil quebralos.
No es fácil y no sé si existe un lugar al que llegar pero si un camino.
Para que mi hermana, las amigas de mi mamá, yo y todas podamos sentir, que de vez en cuando, somos mariposas libres.
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A los 18 años leía "la liberación de la mujer". un libro fantástico, escrito por diferentes feministas. Pero los mandatos están ahí, acechando, así que los cumplí todos.
ResponderBorrarClaro, una cosa es leer y otea cosa es internalizar. Yo creo que no mentirnos y reconocer de qué estamos hechas es una buena forma de desandar.
BorrarQué importante saber que estamos llenos de preconceptos, prejuicios y mandatos, inmersos en una sociedad es imposible no estarlo. Lo bueno es que experiencias y reflexiones como esta nos ayudan a no naturalizar esos mandatos, miralos y desarmarlos con mirada crítica.
ResponderBorrarCómo cuesta desandar la idea de la solterona o de la maternidad... Sigue dando vueltas en mi cabeza que cuando se trata de un varón se lo piensa como un ganador, picaflor, el que no quiere 'sentar cabeza" jaja (qué significará eso). Temas para escribir todo un libro.
Abrazo grande❤️
Ay sí! Me gustó lo del libro. Supongo que esa diferencia para el varón tiene que ver con que puede procrear toda su vida y nosotras tenemos el relojito que nos mide en términos de tiempo de utilidad.
BorrarBueno, no soy propensa a creer en las generaciones pero pienso que hay una camada de mujeres de fines de los sesentas y principios de los.setentas que sentían fuertemente que no querían vivir la.vida que habían vivido sus madres. Pronto descubrieron que eso significaba pagar diferentes precios pero lo llevaron adelante de una u otra forma.
ResponderBorrarProbablemente. Si pienso en eso, seguro que mi vieja hizo mucho para vivir una vida mejorar su mamá.
BorrarGracias Clau! Hermoso y verdadero. Justamente con compañeras de trabajo hablábamos de ésto. Decisiones que se toman en la vida y no seguir los mandatos impuestos. Gracias.
ResponderBorrar💜💪
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