Pensar en los niños

Nos dicen que pensemos en los niños.

Lo dicen algunos pediatras, lo dicen varios periodistas y lo dice la derecha.

Pensemos en los niños, dicen.

Lo dicen con indignación, con enojo.

Quieren la escuela abierta.

Eso es lo que quieren.

Pensemos dicen.

Pensemos.

Pensamos...

Pensamos que no hay escuela que pueda, con sus burbujas efectivas y eficientes, aislar a nuestras niñeces de la realidad.

Pensamos que lo que duele no es el encierro ni la falta de escuela.
Todas esas son consecuencias.

Lo que duele es este mundo.

Esta realidad.

Pensemos en las niñeces.
Las niñeces que nos miran, nos escuchan.

¡Nos creen!

Me pregunto cómo es para todos ellos crecer en este mundo en el que un día, de golpe y porrazo, les negaron los abrazos, las caricias.

Entonces...

¿Les hablamos de un virus malo que vino a arrebatar la felicidad?

¿O les contamos la otra verdad? ¿Esa verdad en la que los malos son los humanos que destruyen todo a su paso?

Pensar en las niñeces.

En las infancias.

Siento que cada día hay más que ocultar, más que  explicar, más que suavizar.

Apagá la radio, cambiá de canal, hablá bajito.

Que no escuche, que no lea, que no sepa.

¡Que no sepa tanto, por favor!

Que no sepa tan pronto y tan de prisa lo que produce la mezquindad, el negocio de pocos, la explotación del hombre por el hombre.

¡Que no sepa tanto!

Que no sepa por qué la vacuna que esperamos con ansiosa esperanza no se distribuye en todo el planeta y para todas las personas.

Que no sepa por qué hay vacunas que ya no están porque se las llevó el que mejor paga.
Que no sepa que la muerte es un negocio y que la vida es un casi un lujo.

Que no sepa de ustedes y sus intenciones mezquinas.

¡Y ustedes nos dicen que pensemos en los niños!
¡Nos piden a nosotros, que pensemos en ellos!

En estas infancias que observan cada día cómo se devalúa la vida de quiénes aman.

¿Cómo será crecer y ser testigo de tanta inequidad, de tanta violencia, de tanto desprecio a las vidas ajenas?

Porque lo que en verdad duele, entonces, es verlos crecer en este mundo, tal y como está concebido.

Pienso de golpe en Ana Frank y en aquel su bello diario.

En las primeras hojas, hay una niña que nos habla de la escuela, de sus amigas y de algún muchacho que la galantea. Entonces llega el encierro y lentamente el registro cambia.
Los textos son cada vez más profundos, más  reflexivos, más tristes.

Pero, y esto es importante, a Ana no la mató el encierro, señores.

A Ana la mató el nazismo.

El dolor no es el encierro.

El dolor es este mundo.

¿Cómo no pensar en la niñez entonces?

¿Cómo no pensar en esas infancias que nos observan?

Si lo que queremos es un mundo distinto para ellos.

Un mundo en el que las vacunas lleguen para curarnos a todos y a todas.

Un mundo en el que la naturaleza sea nuestra aliada, nuestra reserva.

Un mundo en el que nadie deba exponer su salud para llevar el plato de comida a su mesa.

Un mundo en el que nadie sea dueño de la tierra y en el que cada tierra sea la oportunidad de un nuevo fruto.

Un mundo en el que el conocimiento sea un derecho conquistado y en que la ciencia y el arte sean para todos.

Deseo una niñez con escuelas creativas y fascinantes.
Deseo plazas enormes llenas de juegos.
Deseo abrazos, deseo clubes con hermosos deportes, deseo cumpleaños y caricias y todo lo demás.

Les deseo una vida simple y bella.

Pienso en las niñeces.

Y les deseo otro mundo.



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