La noticia (Un cuento para exorcizar los recuerdos)
Sí, lo conocía.
Lo conoció.
Antes de contestar abre el navegador y empieza a buscar, algo, no sabe bien qué. La noticia es de algunas semanas atrás. Casi un mes. Por lo que puede leer, fue el virus, el maldito virus que está destrozando todo.
Hace un mate y se sienta en la cocina mirando cómo el agua cae sobre la yerba nueva. Se queda así un rato, pensando, recordando.
Sí, piensa, la noticia la había sorprendido.
Como aquella vez, hace tanto tiempo la sorprendió eso que pretendió ser un beso inesperado.
Pero aquella vez no supo qué sentir.
Decepción, enojo quizás?
No.
Fue culpa.
Lo que sintió aquel día, cuando él la sorprendió en medio de un saludo de despedida, fue culpa.
¿Qué había hecho mal?
¿Qué señales equivocadas había dado?
¿Había quedado como una tonta?
Ahora, mientras se ceba un mate tras otro, empieza a recomponer en su cabeza los recuerdos.
Fue una tarde en la parada de un colectivo. Ella había estirado el brazo para hacer señas al chofer y cuando giró su rostro para saludarlo, en un segundo y sin entender cómo ni por qué, él se había acercado mas de lo esperado y ahora su lengua estaba dentro de la boca de ella invadiéndola, moviéndose de un lado a otro. Fueron segundos, y cuando él se alejó, ella se quedó inmóvil y el colectivo pasó de largo.
“Te lo tenías que tomar” le dijo él. Pero ella no había hecho lo que debía, lo que él esperaba que ella hiciera. No se había subido al colectivo y no se había ido soñadoramente pensando en lo que había sucedido.
Se había quedado, interrogándolo con la mirada. Estaban ahí y el silencio ahora era incómodo.
Finalmente se tomó el colectivo siguiente, al que él mismo paró y al que casi la subió a empujones.
Recuerda que lloró durante todo el viaje.
Sentía que todo era su culpa. Fue su culpa porque seguramente no había sido clara, fue su culpa por haberlo rechazado y también fue su culpa no haberse subido al colectivo cuando debió hacerlo. Cuando él dijo que debió hacerlo.
Ahora, a la distancia, mientras se sirve otro mate, piensa en todo eso que sintió durante años. Piensa que no le había gustado nada ese beso, no lo esperaba y no lo había deseado. Piensa que probablemente nunca se preguntó si él fue el que hizo algo mal.
Él.
Lo conoció una tarde en esa editorial. Por aquellos años ella era muy joven, tenía veintipico y había llegado con su carpeta amarilla con elásticos, repleta de hojas pasadas a máquina. Sus cuentos. Quería saber, o intentar saber, si era posible publicarlos.
No, no es cierto.
Quería comprobar, al menos, si lo que escribía tenía algún sentido, si sus sueños valían la pena, si alguien, además de ella, podía encontrar algún interés en esas hojas escritas.
Así llegó a las puertas de aquella oficina, con sus sueños pasados a máquina y apretados en una carpeta amarilla con elástico. Y fue justamente ahí dónde lo conoció. Porque fue él quién salió a hablar con ella.
En realidad ella ya sabía de él.
Hacía muchos años que leía lo que él publicaba. No era precisamente un escritor famoso, pero era todo lo que ella admiraba del oficio de escribir. Lo que él escribía era la crónica de la vida transformada en poesía, y era la poesía quebrada por el dolor de la vida.
Desde su adolescencia ella seguía la carrera literaria de él. Y ahora lo tenía en frente.
Se sentaron en unas sillas en el hall y conversaron un rato. Hablaron de literatura, de política, de sus vidas. Ella le contó que había comenzado a estudiar Letras en la Universidad. Él le dijo que ya no creía en nada. Le habló de sus fracasos en la vida, de sus divorcios, de su pareja actual, su compañera decía. Y también le dijo que estaba sorprendido de que una chica tan joven tuviera una mente tan lúcida. Y en ese momento ella se sintió poderosa.
Ahora, mientras se toma el mate ya lavado, piensa y se ríe de aquella inocencia de la joven que fue alguna vez, se ríe con una mezcla de ironía y de ternura, como si pensara en una hija.
De ahí en más volvieron a verse un par de veces. Ella le mostraba lo que escribía y él opinaba. A veces sus comentarios eran tan duros que resultaban verdaderamente hirientes.
Cierta vez él la llamó por teléfono y la invitó a colaborar en un proyecto. Se trataba de una revista nueva en la que él sería el director y ella podría publicar sus escritos.
Con el primer cuento que publicó sintió una mezcla de felicidad y angustia atragantada.
Ese que estaba ahí en la revista, era y no era su cuento.
Alguien había modificado algunos párrafos, los había reescrito.
Luego él le explicó que él mismo había hecho las modificaciones porque sabía que eran muy necesarias y que no se preocupara porque eso era algo que sucedía con frecuencia en los medios.
De todas formas el proyecto duró tan solo dos números y la revista dejó de salir.
Ellos siguieron encontrándose con cierta frecuencia, se juntaban a tomar un café, una cerveza y las charlas fluían.
Pero entonces, aquella tarde, en la parada del colectivo, él la sorprendió con aquella angustiante situación y ella se quedó mirándolo desconcertada. Después subió al colectivo y no se volvieron a ver por un largo tiempo.
Hasta que un año después él volvió a comunicarse con ella. La citó en un café y le ofreció trabajar en un nuevo proyecto, una revista cultural nuevamente dirigida por él. La conversación era agradable y cuando ella sintió la suficiente confianza quiso hablar de aquel hecho que aún la incomodaba, pero inmediatamente él la interrumpió y le dijo que ese tema había quedado atrás y que él no pensaba hablar de eso porque ella no había sabido entender.
Una vez más se sintió tonta, en falta, culposa. Había metido la pata.
Unos días después ella le presentó un texto para la revista. Él se lo devolvió, estaba mal, era muy breve, le faltaba color, tenía que ser un texto más largo, más descriptivo. Para reivindicarse, esta vez se esforzó para escribir algo que valiera la pena. Escribió un texto realmente colorido, extenso, lleno de historias.
Pero el día que salía la revista, el texto no sé publicó. Ella lo llamó pero él no respondió el teléfono. Ella lloró, mucho.
Seguramente su trabajo no había sido bueno, seguramente era una pésima escritora, seguramente él sólo se interesó en ella porque le gustaba.
Seguramente.
El tiempo siguió pasando, cada tanto llegaba alguna noticia de él por algún medio, algún libro nuevo, un artículo en alguna revista.
Y ahora esta noticia.
Él había muerto de covid.
Y era una muerte triste y arbitraria como todas las muertes que este virus provoca.
En Internet encontró muchas palabras de cariño, elogios, valoraciones.
Ninguna de esas palabras estaba cerca de lo que ella había sentido.
Porque ahora, ahora que ya no era joven, ahora que la culpa había empezaba a retroceder en su vida y que otras emociones empezaban a ganar terreno, ahora que podía entender y reconocer cuáles eran sus sentimientos, ahora mismo, le hubiese gustado poder abrazar a aquella que alguna vez fue, le hubiese gustado abrazarla y contarle, explicarle, que no era su culpa, qué nunca fue su culpa, que el mundo tiene que cambiar alguna vez para que las mujeres no vuelvan a sentir culpa nunca más por cosas así.
En fin.
Ya es un poco tarde.
El agua está demasiado fría y queda poca, así que ella se levanta de su silla, decidida a empezar con sus tareas cotidianas.
Un viaje al pasado desde este presente para sanar el dolor. Abrazo fuerte a ella, a nosotras ♡
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BorrarExcelente Clau, me encantó viajar por tu historia, imaginarme esa situación que como un bucle infinito se repite y se repite pero que empezamos a cuestionar. Ojalá esa chica hoy no sienta culpa o algún tipo de responsabilidad... Ojalá él llegue a replantearse sus actos.
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💜💜💜
BorrarTenesmo que terminar con las comunicaciones de las malas noticias............... y sin embargo continúan...............
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