El dia del periodista y lo que me acordé en el camino.

Cuando era chica, en la escuela primaria leí acerca de Mariano Moreno. Sin tener muy claras las razones, ese tipo tan lleno de ideales conquistó mi respeto y mi admiración. Moreno era mi prócer favorito, decía la nena que fui. 

También fue por aquellos años que empecé a sentir por qué caminos iba a llevarme la vida.

Sabía que leer y escribir era todo lo que amaba.

En el Kinder del Peretz de Villa Lynch, empezábamos a crear una revista nuestra. Me anoté como una de las redactoras y escribí tres notas: una sobre María Elena Walsh, otra sobre una niña del gueto de Varsovia y la tercera, una reflexión personal sobre la guerra y la paz.

Me gustaba y me divertía contar, decir.

Me gustaba palabrear.

Cuando estaba en séptimo grado la hija de mi profesora de ingreso (Sí gente, soy de la generación que rendía examen para ingresar a la prestigiosa escuela pública) me habló de la carrera de Letras en la UBA. Desde entonces supe que era eso lo que iba a estudiar después de terminar la escuela secundaria.

Durante los siguientes años, en mi adolescencia, participé en la comisión de prensa del Centro de estudiantes. Sacábamos una revista, no me acuerdo con qué frecuencia. Salía cuando salía. Les cuento que en aquella época las notas se escribían a máquina. Si nos equivocábamos había que pegar un papelito blanco sobre el error y volver a tipear. Dibujos, fotos, textos se pegaban en lo que sería "el original", una revista modelo que no eran sino varias hojas tamaño oficio dobladas a la mitad como un librito. Eso se llevaba a la imprenta o la fotocopiadora y cuando las copias estaban listas aún quedaba el trabajo de armar las revistas, es decir juntar las hojas una por una, según su orden y doblarlas al medio.

Hacíamos todo eso, y más. Había historietas, poesías, chistes, cuentos, entrevistas, notas sobre programas de radio, sobre grupos de rock. En esa revista una vez publiqué un cuento mío "Piedra libre a un loco", y una poesía, "Miradas".

En ese tiempo, desde los quince, empecé a participar del taller literario que daba en su casa José Murillo, mi escritor favorito de entonces.

También fue por esos años que gané el concurso literario que organizaba el centro de estudiantes. Las profes de literatura eran el jurado y aunque debíamos participar con seudónimo, mi profesora me dijo que reconoció mi estilo. El cuento se llamaba "Milenaria" y se trataba de un árbol añoso que era atacado por una tormenta antigua. La batalla era dolorosa y sensual. Recibí de premio un libro, "Relatos de un náufrago" de Gabriel García Márquez, con las dedicatorias de todas las profes de literatura. Lo tengo y lo atesoro en mi biblioteca.

Y creo que fue por entonces que se sumó a mis pensamientos el deseo de ser periodista. Estaba en tercer año del colegio secundario y una amiga dos años más grande, a meses de egresar, me contaba entusiasmada su proyecto de estudiar periodismo en una escuela nueva. Se llamaba TEA y entre sus directores estaba Carlos Ulanovsky.

Literatura y periodismo.

La cabeza empezó a funcionar, la idea se instaló y creció y creció y antes de terminar la escuela secundaria, mientras cursaba quinto año me anoté en un taller que ofrecían en TEA y que se llamaba Los Lanzallamas. Yo no conocía a Roberto Arlt así que la referencia se me perdía pero el nombre me gustaba

En esos talleres escuché fascinada a Sasturain,  a Dolina, a Horacio Salas, a Emilio Magrassi. 

De ahí tuve la experiencia de colaborar por un par de semanas como telefonista en el programa de radio de Salas, y después participé de su taller literario. Siempre me acuerdo de esa frase demoledora: "No me cuentes que la noche es aterradora, demostramelo". Yo tenía la costumbre, y creo que aún la tengo, de llenar mis historias de adjetivos grandilocuentes y rimbombantes.

Aprendí a cortar y a pulir, proceso difícil para todos los narcisistas que necesitamos de nuestras propias palabras.

Así que terminé el secundario, empecé a estudiar en TEA y de a poco fui rindiendo las materias para entrar a la carrera de Letras.

Estudiar periodismo fue interesante.

Otra forma de usar el lenguaje. 

Una oración, una idea.

Y hubo emociones.

Hubo adrenalina para conseguir la nota imposible.

Hubo cholulismo de estar cara a cara con alguien admirado.

Hubo curiosidad en el deleite de una buena entrevista.

Hubo felicidad en el descubrimiento de crear un programa de radio.

Y después fue decepcionante también.

Sí, a veces pasa.

El periodismo no era para mí y yo no era para el periodismo. 

No hubo romance.

Cada vez que intenté acercarme a él me rompió el corazón, y es en serio. 

Del periodismo aprendí dos cosas importantes: que no quería ser periodista y que de todas formas el periodismo ya había  quedado incorporado a mi piel, a mi mirada, a mi percepción.

Como algo que no pudo ser pero a la vez era.

Estaba ahí.

La vida siguió. Apareció la docencia y fue una posibilidad de enseñar lo que sabía, lo que me gustaba y lo que había aprendido. Y sí, también cargada de limitaciones y decepciones.

Un día, preparando una entrevista a un escritor para un proyecto de investigación, entendí de pronto que la literatura y el periodismo maridaban bonitamente a veces. Tantos escritores anduvieron por ambos territorios a la vez e incluso los más osados pudieron crear un  territorio que unificaba a ambos. 

Hace un par de años encontré entre las hojas de mi diario un recuerdo, una conversación de lo más divertida con una compañera de la escuela primaria. En ese diálogo le reprochaba a mi compañera que si se dedicaba al modelaje no podría criar a sus hijos, y le contaba que yo iba a estudiar Letras, que iba a ser periodista, que iba a ser maestra y que además, por supuesto, iba a dedicarle todo el tiempo necesario a todos mis hijos del futuro. 

Esas cosas que decía cuando era chica y soñaba con la vida de grande.

Cuando era chica y empezaba a sentir admiración por ese prócer llamado Mariano Moreno. 

Lo sentí sin saber demasiado. 

Pero cuando supe, entendí.

Los ideales y los sueños de Moreno, algo temerarios para la época, me marcaron un rumbo. 

Y resulta que el 7 de junio se celebra el día del periodista en su honor, porque fue en esa fecha en 1810 que Moreno publicaba el primer número de "La Gazeta de Buenos Aires", el periódico de la Primera Junta.

Y yo vine a nacer un 7 de junio. 

Hermosa fecha.

Si creyera en el destino, en los augurios, diría que todo está escrito. 

Pero no creo. 

Creo que ser es un camino que construimos. 

¿Quién soy? 

La docente a veces, un poco periodista, un poco escritora.

Esta soy.

La que escribe cada vez que puede.





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